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Fallas de Valencia

La incontenible orejez

La orejez ha invadido de forma incontenible los cosos de Iberia. Debe de ser un caso de epidemia. Así como el polen de las gramíneas y las crupesáceas, unido a los putos ácaros, se refocilan con el humo de los gasóleos y otros gases contaminantes, engordan con su contacto y tienen tomadas las áreas urbanas en detrimento de la ciudadanía -que carraspea, tose, se pone sinusítica y le sale la voz nasal-, la orejez ha hecho presa en el público taurino, que no sabe gozar la fiesta ni se siente feliz en ella si no pide la oreja. En esta función fallera naturalmente la volvió a pedir, si bien sólo logró alcanzar la gloria en su cuarta parte: de doce orejas posibles consiguió tres.Cuáles sean las causas de que esto suceda en las plazas de toros únicamente lo podrían averiguar los alergólogos y los orejólogos previa investigación. Un servidor carece de opinión y se limita a dejar constancia del fenómeno. Al actual público de toros ya le pueden sacar toros carentes de la edad, el trapío y lo que hay que tener; ya los puede ver astillados, mogones, mochos o exhalando aromas de after shave; ya cojitrancos, vacilones, modorros o inválidos, que le trae sin cuidado. Ahora bien, si pide una oreja y el presidente no la concede, arma un escándalo.

Lorenzo / Liria, Uceda, Abellán Toros de Carmen Lorenzo (uno devuelto por cojitranco), en general, bien presentados, aunque varios sospechosos de pitones; flojos y algunos inválidos; faltos de casta, manejables

5º, sobrero, de Carmen Borrero, terciado, serio, cornalón muy astifino, bronco. Pepín Liria: estocada (insignificante petición, aplausos y salida al tercio); estocada caída (oreja con escasa petición). Uceda Leal: pinchazo y estocada, ambos perdiendo la muleta, y descabello (silencio); estocada ladeada (silencio). Miguel Abellán: estocada -aviso- y dobla el toro (oreja); media estocada atravesada caída, rueda de peones y descabello (oreja); salió a hombros por la puerta grande. Plaza de Valencia, 15 de marzo. 6ª corrida de feria. Tres cuartos de entrada.

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Y eso ocurrió, como siempre en Valencia y en tantos cosos de la taurina Iberia.

Por la simple denegación de la oreja se ha visto a públicos orejistas bramar, barbotar tremendos epítetos, soeces insultos al presidente, lanzar al ruedo almohadillas, mesarse la cabellera (rasguñársela en caso de calvicie), rasgarse las vestiduras.

La primera petición de oreja se produjo en el primer toro de la tarde (para qué esperar), el presidente no la concedió y a algunos les iba a dar un yuyu. Quizá por este motivo, muerto a estoque el el cuarto toro, aunque la consabida petición era menor, se apresuró a regalarla. El beneficiario fue Pepín Liria, que había toreado muy voluntarioso tanto en la faena de la oreja denegada como en la que precedió a la obtenida.

Pepín Liria es muy voluntarioso siempre. Con capote y muleta se afana, es verdad que se arrima, desgrana de su ser cuanto es capaz y así obró en Valencia. Con un aditamento de corajudas porfías ya que faltos de casta los toros, tardeaban; sus arrancadas consistían antes en topar que en embestir, y para sacarles partido hubo de obligar y aguantar, incluso tirarse de rodillas a fin de que no quedara duda alguna acerca de su generosa entrega. Mejor faena cuajó y más perfecta estocada cobró Pepín Liria al primero que al cuarto y si a este logró desorejarlo y al otro no, debe atribuirse a las veleidades de la azarosa fortuna.

Con lote aún peor se midió Uceda Leal que es torero de muchas exquisiteces y pocas broncas. Inválido el que hacía segundo de la tarde, se caía, se aplomaba y se le quedaba parado en la suerte, con lo cual la exhibición de las exquisiteces parecía imposible.

Le salió luego a Uceda un sobrero de Carmen Borrero, cornalón e impresionantemente astifino, que unió a su seriedad problemas temperamentales. Duro de pezuña, reservón e incierto, le iba la bronca, y Uceda Leal, que no está para semejantes trotes, optó por abreviar.

El lote bueno le salió a Miguel Abellán. O quizá no tan bueno -pues de casta allá se andaba- sino que el torero les dio a los dos ejemplares la lidia adecuada, embarcó con templanza y reunión, sacó algunos muletazos de irreprochable factura.

Al primero de ellos le montó toda la faena por derechazos, con un fugaz apunte de naturales -tres- para que no se dijera. En el sexto, por el contrario, fueron precisamente dos tandas de naturales lo mejor de la faena y de la tarde; dos tandas en las que cargó la suerte, ligó los pases y los marcó con temple y largura, como debe ser. Mató con mal estilo pero a quién le podía importar. Y le obsequiaron una oreja que, unida a la otra sumaban dos (según calculadora) lo cual le daba franquía para salir por la puerta grande a hombros de los capitalistas.

El orejismo quedó conforme ya que de alguna manera alcanzaba sus objetivos orejeros. Y al abandonar la plaza proclamaba al gentío que discurría por la calle Xàtiva lo más importante de la función: "Hemos visto tres orejas". Claro que, por el mismo precio, pudieron ser doce, che; pero otra vez será. Y, además, menos da una piedra.

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