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Tribuna:Adiós a un testigo de la barbarie | Una pasión artística
Tribuna
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Velázquez, Goya, Picasso... Semprún

Cualquier lector de Jorge Semprún conoce su pasión por la pintura. Cualquiera que accediera a su intimidad conocía asimismo su amistad con los artistas. Amigo, pues, de los artistas vivos y muertos, no es extraño que Jorge Semprún encontrase su ágora en los museos y, en particular, en el Museo del Prado, donde, según escribió, fue feliz. Es comprensible que allí se sintiese feliz porque, desde la infancia, cuando vivía en la cercana calle Alfonso XI, guiaba visitas familiares al Museo del Prado, con lo que, aproximadamente medio siglo después, como ministro de Cultura, es lógico que se reencontrase con el placer de la revalidación de una pasión.

¿Y entre medias? Pues también, porque, como escribió, no faltó a su cita con el Prado ni siquiera en los apurados tiempos de la clandestinidad, cuando se camuflaba en España con diversos nombres falsos, como, por ejemplo, el de Federico Sánchez. Con este antifaz vivió, entre otras cosas, un emocionante encuentro anónimo con el pintor ruso-francés Nicolas de Staël, del que se quedó prendado con motivo de lo que casualmente le oyó decir frente a Las meninas de Velázquez.

No faltó a la cita con el Prado ni en los años de ministro ni en su clandestinidad
Soñó con exhibir 'Los fusilamientos del 3 de mayo' con 'Las lanzas' y el 'Guernica'
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Un tributo de literatura y memoria

Una y otra vez sobre el Prado, clandestino o ministro, perseguido, odiado o amado, se comprende que quisiera hacer su propia interpretación del Prado, y de la forma con que lo hiciera un ser como él impelido y volcado en la acción. En Federico Sánchez se despide de ustedes (1993), donde resume su experiencia ministerial, cuenta esta interpretación, ocupando la misma curiosamente casi la mitad de un libro aparentemente político y conflictivo. Por de pronto, no deja de ser sorprendente que en ese libro memorialista, donde todo el mundo esperaba solo un ajuste de cuentas político y, de alguna manera, moral, Jorge Semprún dedicase a sus ensoñaciones en y sobre el Prado casi la mitad de lo escrito.

Estas ensoñaciones que se le fueron ocurriendo mientras acompañaba a ilustres visitantes extranjeros en visita oficial, los cuales indefectiblemente deseaban pasar por el Museo del Prado, le llevaron al corazón de la identidad histórica española. Da igual que fueran Isabel II de Inglaterra o Raisa Gorbachov, porque a Semprún, al hilo de estas protocolarias visitas, se le encendía la mente y las emociones, que te llevan hacia atrás y hacia delante. En una de ellas recordó, justificadamente airado por la entonces mala ubicación del Guernica en el Casón del Buen Retiro, las conversaciones que había tenido al respecto con Picasso y lo que éste le dijo sobre su deseo e ilusión personales de que su gran obra estuviera en el edificio central del Prado, museo del que, no lo olvidemos, fue director desde fines de 1936, cargo del que nunca dimitió ni del que fue oficialmente cesado.

Sea como sea, Semprún atestiguó que la voluntad de Picasso "no era que su obra se expusiera en el Prado de esta manera oblicua, puramente administrativa. Para él, el Prado no era una entidad burocrática, solo era el lugar ideal de un intercambio, de una confrontación. De un enfrentamiento, incluso, ¿por qué no? Él quería estar en el Prado para verse confrontado con Velázquez y con Goya, ese era su violento deseo. Que por fin se supiera a qué atenerse, que se viera de dónde venía. Que se comprendiera hacia dónde había tan obstinadamente caminado esa tradición, cómo su pintura era en su ruptura misma la culminación de aquella. Enfrentarse con Las Meninas de Velázquez no había sido para él cosa de risa ni de juego; semejante encarnizamiento pictórico encerraba una apuesta de extrema gravedad". Aun a este testimonio Semprún añadía que lo había escuchado de los propios labios de Pablo Picasso "porque me habló de ello larga y explícitamente una vez, en una conversación en La Californie, poco antes de la celebración de su 80 cumpleaños".

Con estos antecedentes se entiende que Jorge Semprún, siendo ministro de Cultura, idease llevar a cabo, aunque provisionalmente, no solo ese violento deseo manifestado por Pablo Picasso, sino su interpretación del mismo. Se permitió soñar la posibilidad de exhibir el Guernica en el marco de una exposición temporal, junto a Los Fusilamientos del 3 de mayo, de Goya. Pero todavía más: ¿tal vez, cito lo escrito por Semprún, deberíamos cumplir el deseo de Picasso organizando su encuentro con Velázquez y Goya? Organizándolo aquí mismo, en esta sala del Buen Retiro, puesto que parece imposible hacerlo en el Prado. Tal vez convenga traer a la sala del Buen Retiro telas de Velázquez y Goya. El Guernica impone la elección que habría que traer aquí en un primer momento: La Rendición de Breda de Velázquez y Los Fusilamientos del 3 de mayo, de Goya. Con todo lo dicho, se comprende que, en 2006, con motivo del 25 aniversario de la llegada del Guernica a España, y a 15 años de haber propuesto Semprún este encuentro entre Velázquez, Goya y Picasso, se celebrase conjuntamente, en el Prado y en el Reina Sofía, la exposición titulada Picasso. Tradición y vanguardia. El texto principal en el catálogo lo escribió Semprún y llevaba por título: Ahora empieza la pintura moderna.

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