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DESPIERTA Y LEE
Columna
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Verificación

Fernando Savater

Willy Uribe escribe, a mi juicio, auténticos y excelentes thrillers. Es decir, no cansinas repeticiones de Chandler o Hammet -el detective alcohólico y sentimental, el inspector maltratado por sus jefes que se enfrenta a los poderosos, etcétera-, sino tramas violentas y ambiguas, opresivas, a lo Patricia Highsmith, con protagonistas paulatinamente trastornados por la dureza existencial. Así son Sé que mi padre decía, Cuadrante Las Planas y sobre todo Los que hemos amado (Los libros del lince), una concisa obra maestra cuyo argumento gira en torno a otra de las pasiones del autor, el surf.

Además de novelista y surfista, Willy Uribe es también fotógrafo y de los buenos, a mi modesto entender. Su último libro es otro thriller, aunque no novelesco sino documental, compuesto de fotografías y algunas pocas líneas al pie de ellas. Se titula Allí donde ETA asesinó (Los libros del lince) y es una secuencia de imágenes -sobrias, magistrales- de los lugares de Euskadi y Navarra donde se cometieron los crímenes de la banda terrorista, tomadas hoy el mismo día y hora del año de las inmundas fechorías. El resultado de este repaso no solo es impresionante, sino también -quizá sobre todo- aleccionador. Una obra de arte que rechaza el artificio y busca la verdad.

Willy Uribe escribe tramas opresivas, con protagonistas marcados por la dureza existencial

Los escenarios trágicos han cambiado, el olvido o la vergüenza del desinterés les cubren como una ceniza culpable, pero siguen ofreciendo el atroz mutismo de su cotidianidad violada. Para quienes tantas veces hemos pasado y seguimos pasando por ellos representan el sobresalto de una punzada de la memoria borrada, excluida, mancillada; para quienes no los conocen es la revelación de calles, escaleras, árboles, carreteras como las que frecuentamos cada día, entre luces de afanes habituales y bajo las sombras traicioneras de una vocación dañina: en esos decorados en que todos vivimos acechaba la muerte a quienes se nos parecían en todo salvo en su aciaga suerte. Ya apenas queda en quienes no somos allegados ni el recuerdo de su injusto martirio. ¿Cómo se llamaba? No, ese nombre no me suena... Solo en dos casos un pequeño monolito conmemora que por allí pasó el odio, sin excusas.

Algunos se ofrecen, generosos ellos, a verificar la tregua forzosa y oportunista del terrorismo: pero ¿no deberían verificar antes sus crímenes, hacer un viacrucis por la tierra que empaparon de sangre y a través del pánico de tantos que echaron tierra sobre la sangre para no buscarse problemas? Por lo demás, la verificación que necesitamos es bien obvia: localizar las armas, localizar los zulos y los pisos francos, localizar a quienes mataron y amenazaron para ahora pretender dictar normas a la democracia, y hasta que se les agradezcan los servicios prestados. Cuando todo eso haya sido hecho, la verificación estará satisfactoriamente cumplida.

¿Conseguir la paz? Háganme el favor de mirar una a una todas esas fotografías, con los breves y reveladores comentarios que acompañan a la mayoría de ellas, estremecedores precisamente por su falta de truculencia. En todos esos lugares había paz, la paz institucional democrática conseguida tras años de dictadura. Esa es la paz que saltó por los aires con explosiones y tiros, por culpa exclusiva de los terroristas: así se fraguó el verdadero hecho diferencial vasco. Y la paz no regresará pasando página con interesada desfachatez ni estableciendo que vivimos un tiempo nuevo en que los asesinos no son asesinos aunque los muertos sigan siendo muertos. Lo dice bien Willy Uribe: "Quien piense que esta larga lista de muertes no va a dejar un rastro trágico en la historia y en una larga lista bibliográfica es un iluso o un fanático, o ambas cosas. ¿Cómo se recuerda a los Gobiernos militares de Argentina y Chile? ¿De un modo amable?".

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