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Análisis:UN GENIO DEL TEATRO EN LA DISTANCIA CORTA
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Viaje al planeta Pirandello

Se publica por primera vez íntegro 'Cuentos para un año'.- El dramaturgo pretendió crear un relato por cada día del calendario.

Marcos Ordóñez

No hay nada peor para un autor que convertirse en adjetivo: reduce, aprisiona y nos dispensa de leerlo. Pirandelliano es un término que suele aplicarse mecánicamente cada vez que alguien habla del "teatro dentro del teatro" o del "eterno conflicto entre verdad y apariencia". Tras haber conocido la gloria internacional como gran renovador de la escena, Luigi Pirandello fue derribado de su pedestal a mediados de los sesenta: buena parte de la intelectualidad italiana de izquierdas quiso encerrarlo en el perfil de un burgués siciliano con veleidades fascistas y obsesionado por la forma. Libre de anteojeras, su paisano Leonardo Sciascia acuñó un adjetivo muy preciso: nos habla de un Pirandello spirdatu, que es el nombre que dan en Sicilia al que ha visto de cerca a los fantasmas, especialmente al más aterrador de todos, el fantasma de uno mismo. Es un Pirandello que escribe para "agarrarse con la imaginación a la vida, como una enredadera a los barrotes de la reja"; un Pirandello por el centro de cuya obra corre un río subterráneo, tumultuoso, desbordante; un río que avanza hacia la luz y arrastra un niño muerto que no deja de gritar. Yo era un niño cuando leí mi primer cuento de Pirandello. Estaba escondido en una de aquellas añoradas antologías de terror y misterio de ediciones Acervo (el antólogo era Agustí Bartra) y se llamaba Un caballo en la luna. Nunca había leído nada igual: tuve pesadillas durante una semana.

Es, sin duda, un acontecimiento y un trabajo de amor ganado
Sus piezas abarcan (y desbordan) todos los géneros, todos los tonos

Ahora se publican por primera vez en España sus relatos completos, Cuentos para un año, editados por Nordica, con traducción y prólogo de Marilena de Chiara, que Pla colocaba entre los monumentos literarios del siglo XX, entre Proust y Joyce. Es, sin duda, un acontecimiento y un trabajo de amor ganado: tres tomos que suman 2.300 páginas. En Italia se publicaron entre 1922 y 1936. Pirandello quería escribir 365 cuentos para hacer honor al título pero una pulmonía le ganó por la mano: se quedó en 215, que tampoco es mala marca. No cuenten conmigo para que se los resuma, porque abarcan (y desbordan) todos los géneros, todos los tonos. Lo intentaré lateralmente. Digamos que sin ellos posiblemente no existirían ni los Cuentos romanos de Moravia ni los Sesenta relatos de Buzzati. Ni, hablando de Sciascia, El mar del color de vino. ¿Leyó Svevo cuentos como Cuando estaba loco o La Rosa? Apostaría a que sí. Desde luego los leyeron Eduardo de Filippo y Raffaele Viviani, y su eco refulge en sus piezas breves. Intento un acercamiento a la española: echen en la marmita un cuarto de Clarín, un cuarto de Aldecoa, un cuarto del Fernández Florez de Visiones de neurastenia y otro del Pla de La vida amarga. Y, por encima de todo, la alargada y fecunda sombra de Chejov: economía narrativa, humorismo agridulce, mirada sobre los humildes, vuelos alucinados, sacudidos por los vientos de la locura y la muerte. Sin olvidar la influencia de su niñera siciliana, María Estella, que le contaba leyendas, sucedidos, hechos de sangre, tragedias inmensas o ridículas.

En España los Cuentos para un año se tradujeron tarde y con cuentagotas. Pocas aeronaves extraterritoriales visitaron ese planeta. Ahora mismo recuerdo tan solo dos: Kaos, la película de los Taviani, que adaptaba cuatro de sus relatos (Kaos, por cierto, era el bosque de Cavusu, tierra natal del escritor), en 1984, y hará dos años, Tantas voces, la adaptación escénica de otros cinco que hizo Juan Carlos Plaza Asperilla y dirigió Natalia Menéndez en Matadero.

Pirandello pensaba que su teatro quedaría como un paréntesis en su carrera de narrador. Hay, como no podía ser menos, una constante interfecundación entre sus cuentos y su teatro, hasta el punto de que muchos de los había adaptado a la escena volvió a reescribirlos después del estreno. Aquí encontrarán al Pirandello más boccaciano, más riente y popular (el de Liolà, ¡Piénsatelo, Giacomino! o El hombre, la bestia y la virtud) y el Pirandello de las grandes máscaras, quizás su tema central: Chiárchiaro, el gafe de El diploma, que decide convertir su condición de apestado en medio de vida, es un hermano de sangre de Enrico IV y del Ciampà de El gorro de cascabeles, que llevan su locura como estandarte y nunca son más verdaderos que cuando asumen su máscara. Están aquí, en germinada simiente, el hijo cambiado de Seis personajes y el cadáver de permiso de El hombre de la flor en la boca, este último bajo el título de Con la muerte encima, tal vez el relato más chejoviano de todos.

Propongo un ejercicio de lectura comparada, es decir, propongo un doble placer: leer, en el segundo volumen, la bellísima historia de ese hombre solitario que va a morir, que habla con el primero que pasa, que quiere odiar la vida que se le escapa pero que pronuncia la palabra "epitelioma" como si paladeara un albaricoque recién cogido del árbol, y después leer, en el volumen tercero, su paralelo, su complementario, el también chejovianísimo El viaje, con los dos viajes en tren de la campesina Adriana, el de ida a la capital (atemorizado, lleno de extrañeza) y el de vuelta, "ebrio de divinidad", después de que le hayan diagnosticado una enfermedad mortal. No me extiendo más, porque Enrique Vila-Matas escribió hace poco en estas páginas un soberbio artículo sobre El viaje. Como a menudo la mejor manera de hablar de un autor es hablar de los otros, de sus hermanos de sangre, para redondear este juego aconsejo ligar póquer con dos estrellas invitadas: Salvat-Papasseit (el paseo, desde el lecho, de Tot l'enyor de demà, su poema póstumo) y Vladimir Nabokov (el doble movimiento -ida/retorno- de los viejos de Signos y símbolos).

Cierro con el albur de un puente transoceánico, porque pienso en Pirandello y pienso en el uruguayo Juan Carlos Onetti, no solo porque escuche su palpitación en La vida breve, su obra cumbre, sino porque quizás no haya cuento más profundamente pirandelliano que Un sueño realizado. Compruébenlo.

SCIAMMARELLA
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