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Viena contrasta la libertad de Klimt en sus paisajes

La galería Belvedere expone 40 cuadros de jardines, bosques, lagos y girasoles

La Galería Austriaca en el Palacio de Belvedere de Viena ofrece, hasta el próximo 23 de febrero, una visión completa de Gustav Klimt (1862 - 1918) como pintor paisajista. De museos y colecciones privadas europeas, americanas y japonesas se reunieron 40 obras de Klimt acompañadas de 15 cuadros de contemporáneos como Claude Monet y Egon Schiele, que sirven de comparación. Los paisajes del artista austriaco que revolucionó las artes plásticas con el grupo Secession en los finales del siglo XIX resultan sorprendentemente reveladores, ya que muestran el talento de Klimt de una forma más directa, incluso, que sus famosos retratos y retablos.

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Dos años después de la espectacular exposición Klimt y las Mujeres, a la que asistieron 300.000 visitantes, en la actual muestra no se echan en falta ni las mujeres insinuantes de Klimt ni sus provocadoras alegorías de sexo, amor y muerte. Porque no es menor la sensualidad que irradia la paleta suave y brillante en obras como Granja con abedules (1900), el Jardín de frutos al atardecer (1899), en el Attersee (1900) o el Gran álamo (1902).

Son jardines, bosques, lagos y girasoles pintados en los momentos quizás más íntimos de un artista que se refugiaba en la idílica tranquilidad de los Alpes cuando le abrumaban las controversias que suscitaban en Viena sus ideas y su siempre creciente fama. Pasó vacaciones pintando en el lago de Garda, en Italia, y en Bad Gastein, Austria, pero sobre todo en el lago Attersee, no muy lejos de Salzburgo. Varias fotografías lo muestran con su aire placentero, rebosante de vitalidad y vestido con su holgada túnica azul -que se puede ver en la exposición- mientras desayuna al aire libre después de haber paseado por los bosques, quizás antes de salir a pintar o entregarse a la contemplación de sus libros japoneses. Otra imagen lo retrata sobre un muelle del lago, usando un telescopio.

Desde su casa de vacaciones, Villa Paulick, en Attersee, Klimt envió en verano de 1915 una postal a su hermana, en Viena: 'He llegado bien. He olvidado los gemelos de teatro. Los necesito con urgencia...'. ¿Por qué necesitaba Klimt los prismáticos de ópera en el campo? Porque tenía la costumbre de utilizar diversos telescopios para enmarcar el paisaje.

Así condensaba la imagen, acercaba distancias, eliminaba perspectivas y se recreaba en texturas planas. A veces pintaba un fragmento situado al otro lado del lago, como La iglesia de Cassone (1913), o Unterach en Attersee (1914). Solía también otear a través de un pequeño marco de cartón o de marfil, como un fotógrafo que busca el enfoque a través del visor.

Klimt era muy aficionado a la fotografía y algunos expertos suponen que ciertos cuadros suyos se basaron en imágenes fotografiadas por él mismo. El cuadrado era su formato favorito.

Según el comisario de la exposición, Stephan Koja, Klimt se guiaba en parte por el lenguaje estético japonés. Por tanto, el cuadrado era para él sinónimo de la falta de dirección, una figura del equilibrio.

Armonía

Como retratista o pintor de frescos, trabajaba sobre todo por encargo. Más margen de libertad tenía en sus paisajes. Sin reproducir ninguna realidad exacta y sin pretender simbolismo alguno, pero siempre persiguiendo una armonía más profunda que la natural, Klimt se entregaba a un sutil juego de colores, a veces puntillista, e influenciado por el círculo de Nabis, en torno a Denis, Vuillard, Bonnard, Roussel o Maillol.

'La pieza se convierte en arte cuando se transforma en 'un todo pictórico', o sea, (...) cuando las medidas aparecen en una relación tan fija que ya resulta inimaginable quitar o poner algo sin destruirlo todo, de forma que se toma consciencia de lo necesario y no de lo casual, hasta alcanzar la calma de la belleza', resume el escritor y crítico Hermann Bahr, en 1901, sobre la esencia de los paisajes de Klimt, que ahora se pueden visitar en Viena.

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