'Western' de arrabal
Cierto cine español vive atrapado en una realidad de la que resulta difícil escapar. En una semana con nada menos que 12 estrenos, llega a un puñado de pantallas y sin apenas publicidad Villa tranquila, producción de bajo presupuesto, dirigida por Jesús Mora, rodada en un paupérrimo barrio de las afueras de Buenos Aires, con mayoría de actores no profesionales que se interpretan a sí mismos. Una película a la que, probablemente, muy poca gente acudirá ante la avalancha de opciones. Una película de la que, con toda seguridad, poca gente oirá hablar en los próximos días. Una película que tampoco provocará la caída del mundo si resulta invisible. Una película que, sin embargo, gustaría a buena parte de los presumibles espectadores que se acercaran a ella. Porque tiene suficientes virtudes como para no pasar tan desapercibida.
En clave de western, con personajes de western (el protagonista es un tipo de pocas palabras, con una misión, llegado de ninguna parte), situaciones de western (continuos duelos de miradas sin pistolas, repetidas búsquedas de lugares, de personas, de enigmas) y marco de western (los callejones del arrabal, sus casas sin agua cuarto de baño, las vías del tren), Villa tranquila se apoya en una historia de corte minimalista que, a través de la estilización de cada una de las secuencias, se acerca más al spaghetti-western que a la clásica cinta del Oeste americano. En su cuarto largometraje tras A tiro limpio (1996, remake de la histórica cinta de Pérez Dolz, de 1963, en la que acentuó el carácter homosexual de una de las tramas, apenas intuido en la obra original), Mi dulce (2001) y el documental político Operación Algeciras (2004), Mora demuestra oficio para adentrarse en territorios propios del documental por medio de una ficción, y paciencia para el trabajo con sus actores.
