Sólo para ciegos

Después de llevar al cine con cierta elegancia La Traviata y de montar varias óperas, Franco Zeffirelli ante los oios de hortera nuevo rico del tándem Golan-Globus, aparece como el sumum del buen gusto y de la alta cultura europea, algo muy codiciado por unos productores que necesitan ganar prestigio. Lo cierto es que Zeffirelli nunca ha sido más que uno de los muchos ayudantes que tuvo Visconti. Su obra se limita al minucioso miniaturismo de quien copia de buenos modelos y sabe disponer una seda de manera que caiga bien y las arrugas de la tela den un cierto dramatismo a la composición.Es, qué duda cabe, un mérito; pero con eso no se hacen buenas películas, ni tan sólo cuando la flauta suena y, como en el caso de Romeo y Julieta, todá esa cultura enciclopédica suple el talento con eficacia. En Otelo, no se sabe por qué razón, Zeffirelli se ha olvidado de la modestia como cineasta que exhibió en La Traviata, donde se limitó a hacer de decorador, y ha querido ejercer como director. Armado de un temible zoom y pertrechado en un presupuesto considerable, ha logrado el primer filme-ópera para ciegos. Planificando de manera espantosa, con unos criterios de iluminación que podían estar bien para una representación de fin de curso, Zeffirelli consigue que el espectador cierre los ojos para ahorrarse esa cámara que se agita hacia adelante y hacia atrás.

Claudio Abbado, en una entrevista reciente, hablaba de adaptaciones que eran buenas películas, pero malas óperas. En este caso hay que decir justo lo contrario.