Lo absurdo era oligofrénico
Verano asesino. Título original: L'eté meurtrier.
Director: Jean Becker. Intérpretes: Isabelle Adjani, Alain Souchon, Suzanne Flon, Michel Galabru, María Machado. Guión: Sebastien Japrisot. Fotografía: Etienne Becker. Música: Georges Delarue. Francesa, 1983.
Estreno en los cines Azul y Minicine 3. Madrid.
Puede que los caminos del Señor sean inescrutables, pero los que sigue el cine francés para llegar al éxito son igualmente extraños e imprevisibles. Verano asesino es una película que superó ampliamente el millón de entradas, un verdadero éxito popular que remacharon nueve selecciones para los césars, los premios que la industria francesa reparte cada año.Sin embargo, el atractivo de este filme, Verano asesino, se evapora con sólo llegar a la frontera, un fenómeno idéntico y recíproco al que afecta a un buen número de títulos españoles.
El modelo dominante, es decir, el norteamericano, no encuentra esos problemas de internacionalización, y el hecho es que eso no depende únicamente de su poderío económico. Hay también un tipo de narrativa, de imágenes estandarizadas, que sólo cuando vienen de Estados Unidos logran redimirse de su pecado de trivialidad.
Pretensiones de tragedia
Verano asesino, a pesar de que fue seleccionada para Cannes 1983, es un mal thriller con pretensiones de tragedia familiar -¿quién es el padre?, ¿será acaso hermano el marido, o el violador de la infortunada madre es otro?, ¿dicen algo sobre todo esto los oráculos?, etcétera- pensado para que Isabelle Adjani nos muestre un repertorio de gestos y entonaciones, desde la sublimidad a la mayor abyección.
En realidad, la película se parece muchísimo -argumentalmente hablando, claro está- a alguno de aquellos filmes de Jean Renoir situados en el sur de Francia y con inmigrantes italianos como protagonistas.
Hay peones camineros, maledicencia de villorrio, hay pasiones desaforadas y amores convencionales, burgueses y proletarios, bodas campesinas y carreras ciclistas, pero el tono no está entre Pagnol y el Frente Popular, y tampoco hay un Emile Zola que nos convenza del peso de la herencia social y genética.
Para Jean Becker es más importante Japrisot, es decir, el coup de théâtre como norma, y el disponer de una actriz a la que cambiar de minifalda cada secuencia. Sólo al final, cuando se confirme que la edad mental de la protagonista nunca superó los nueve años, respiramos tranquilos: lo que parecía absurdo era oligofrénico.
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