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59ª edición del festival de cine de San Sebastián
Columna
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Una actriz rumbo al Oscar

Carlos Boyero

Glenn Close tiene un rostro agradable y un físico normal, tirando a bajita. Si su personalidad fuera anónima y te cruzaras con ella por la calle, reconocerías a una mujer elegante, con una expresión en la que es indisimulable la inteligencia, pero no percibirías en ella los deslumbrantes atributos que se supone poseen las estrellas. Pero esta dama rubia lo es. También una de las mejores actrices que ha dado el cine en muchos años, alguien cuyo talento histriónico y versatilidad solo podrían compararse al de Meryl Streep. A pesar de la permanente calidad de su trabajo, de su justo prestigio y de haber estado nominada muchas veces al Oscar, nunca se lo han concedido. Ella también se ha quejado alguna vez de que, a partir de cierta edad, Hollywood discrimina a las actrices de sus características, es muy difícil que los productores les ofrezcan papeles sabrosos, el mercado solo confía en el éxito taquillero si los intérpretes son jóvenes. Glenn Close se ha refugiado desde hace tiempo en las series de televisión, alquilando su inmarchitable arte en una temporada de The Shield y asumiendo el protagonismo absoluto como una abogada maquiavélica y brillante en la triunfante aunque perecedera Damages.

Está inmensa dando vida a un personaje muy problemático
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"Si no llegan papeles, hay que crearlos"

Pero resulta transparente que aunque le vayan bien las cosas en la televisión, una intérprete de raza como esta señora necesita reivindicarse en la gran pantalla, que alguien le escriba un personaje a la altura de lo que ella es capaz de expresar delante de la cámara, encontrar al director adecuado que potencie su creatividad, lograr de una puñetera vez ese anhelado Oscar que tantas veces le han negado injustamente. Todas esas estratégicas medidas están sabiamente orquestadas en Albert Nobbs. Glenn Close ejerce de productora, consigue que alguien tan dotado para plasmar universos femeninos y extraer lo mejor de sus actrices como Rodrigo García (Cosas que diría con solo mirarla, Nueve vidas, Madres e hijas) la dirija, y no solo logra que el admirable escritor John Banville firme el guion, sino que ella también figure como coguionista. El enorme reto que le propone el argumento a Close es que interprete a una mujer en el Dublín victoriano que se disfraza de hombre para poder ejercer un trabajo en un hotel que su condición femenina le niega. Y está inmensa dando vida con intensidad y matices a un personaje muy problemático, a una impostora obligada a ser y comportarse continuamente como un tío en una sociedad profundamente machista. Rodrigo García narra con inteligencia y sentimiento esta historia que no puede salir bien, irremediablemente trágica. La Academia de Hollywood lo va a tener crudo en la próxima edición de sus galardones para no rendirse ante la composición que ha realizado Glenn Close. Su trabajo está más allá de los premios, pero la lógica exige que ya que compite, gane.

Take this waltz es el título de una preciosa canción de Leonard Cohen. También suena inútilmente en una película que la homenajea adoptando el mismo título. La dirige la notable actriz Sarah Polley, que fue la protagonista de la película de Isabel Coixet Mi vida sin mí. La empatía emocional y artística entre ambas mujeres debió de ser grandiosa, ya que tengo la sensación viendo Take this waltz de que todo me suena al mundo de Coixet, pero descrito de forma aún más empalagosa y cursi. Se supone que cuenta la historia de una pareja feliz y guay hasta que ella nota su irresistible y correspondida pasión hacia un misterioso y erótico vecino. Personajes, situaciones, diálogos y actores tienen capacidad para despertar no ya un interminable bostezo, sino también irritación y vergüenza ajena. A mí, aclaro. Al final de la proyección, he oído bastantes aplausos. No sé si obedecen a la cortesía y los buenos modales del público, o a que les ha conmovido el doloroso lirismo de fábula tan sensible. Hacía tiempo que una película no me provocaba tanta grima.

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