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Reportaje:

El adiós de Harlem a James Brown

Miles de personas despiden al mítico cantante en el Apollo de Nueva York, donde grabó un recordado concierto en 1962

Diego A. Manrique

Miles de personas desfilaron ayer ante el féretro de James Brown, instalado en el Apollo Theater, en Nueva York. La idea de que fuera homenajeado en el legendario local tenía toda la lógica. Aunque ferozmente sureño, Brown se consagró en aquel rincón de Harlem, donde registró el primer elepé suyo que vendió más de un millón de copias, The James Brown show live at the Apollo, todavía hoy valorado como uno de los directos más excitantes de la historia.

Hay dudas sobre los instrumentistas que tocan allí pero se sabe que Live at the Apollo se grabó el 24 de octubre de 1962, penúltima noche de una semana de conciertos encabezados por Brown. El cartel incluía a otros gigantes: James podía compartir escenario con Bobby Womack (al frente de los Valentinos), Solomon Burke, el bluesman Freddy King y el humorista Pigmeat Markham. Tal abundancia de talento se explica por los ínfimos cachés de los artistas negros en aquellos años; los habituales del Apollo sólo podían pagar entradas baratas. Pero el teatro, con sus 1.500 asientos, ocupaba un lugar central en el imaginario afroamericano: coronaba o destronaba a las figuras. Aparte de arte, se requería un aguante sobrehumano: se ofrecían cuatro o más sesiones diarias, a veces empezando a las nueve de la mañana, para los más jóvenes.

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El pulso del público

Lo que buscaba Brown era el ambiente, familiar y entregado. Se vivían tiempos de miedo -el presidente Kennedy había ordenado el bloqueo de Cuba y se especulaba con una guerra nuclear- pero nunca se apagaba el ansia de entretenimiento en Harlem.

Otros neoyorquinos prefirieron la versión cinematográfica de Lolita o la obra polémica de la temporada, ¿Quién teme a Virginia Wolf?, pero Harlem votó con sus pies e hizo colas, bajo un frío polar, ante el 253 de la calle 125. Brown estaba empeñado en grabar allí, a pesar de la oposición de su discográfica: puso de su bolsillo los 5.700 dólares que costó alquilar un equipo de grabación móvil. Mucha incertidumbre: aparte de Ray Charles, ningún cantante de soul se atrevía a editar discos live; sus seguidores consumían singles, con una canción por cada cara.

Brown, que iba como empresa en aquellos conciertos, tenía bien tomado el pulso a su público. Hizo que los acomodadores y otros empleados del Apollo sacaran sus mejores uniformes: desde el principio, debía ser un evento especial para los asistentes. Él y los músicos hicieron el resto: la magia estuvo a cargo de un showman imparable y una banda más que engrasada.

Lo que se escucha en Live at the Apollo es el resumen de las cuatro actuaciones del 24 de noviembre. En su autobiografía, Brown duda sobre si se usaron seis u ocho micrófonos pero recuerda que tres captaban la reacción del personal. De hecho, el principal problema fue equilibrar sus gritos de placer y, sobre todo, eliminar las palabrotas -"¡sing it, mothefucker!"- que lanzaba una arrebatada abuelita en los momentos clave.

Live at the Apollo se publicó en mayo de 1963. King Records sólo puso 5.000 copias en el mercado, una quinta parte de ellas en sonido estereofónico. Se agotaron inmediatamente: las emisoras programaban el disco entero, algo inconcebible en una época que mandaba el single de dos minutos y pico; la publicidad se agrupaba entre una y otra cara. Brown y el Apollo quedaban unidos para la eternidad. El cantante repetiría regularmente y allí grabaría otros discos en directo, publicados en 1967, 1971 y 1995. Lo de ayer fue su último triunfo.

La capilla ardiente se ha instalado en el teatro donde cantó en innumerables ocasionesVídeo: ATLAS
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