El año de Dickens

En el mensaje navideño a sus compatriotas, David Cameron, que preside uno de los Gobiernos europeos con más millonarios en nómina, intentó consolarles explicándoles que, después de todo, y a pesar de la profundidad de la crisis, de los brutales recortes (especialmente en sanidad y educación) y del aumento del desempleo, el año 2012 traería también cosas estupendas de las que todos deberían sentirse orgullosos, como los Juegos Olímpicos y el Jubileo de diamantes (60 años en el tajo de Buckingham) de la reina Isabel II.
Mucho antes de que Juvenal acuñara la expresión en una de sus sátiras, la estrategia del panem et circenses ha venido siendo utilizada por los que mandan siempre que las cosas se les ponían feas, y Cameron no es una excepción. El orgullo de John Bull -esa encarnación del "espíritu británico" que Washington Irving describió como "un tipo sencillo, descarado, práctico, con mucha menos poesía que prosa"- debe quedar a salvo, como ya se consiguió por procedimientos más expeditivos con el hundimiento del Belgrano (1982) durante la estúpida guerra de las Malvinas. No importa que la antigua potencia imperial haya descendido varios escalones en el ranking de la influencia internacional, ni que, una vez más, sus seculares reticencias (no siempre injustificadas) acerca del "continente", la estén arrastrando a una nueva fase de "espléndido aislamiento". Ahora, los británicos vuelven a enfrentarse a tiempos duros (para unos bastante más que para otros), y es preciso galvanizarlos con acontecimientos que les levanten su decaído ánimo. Afortunadamente, la Reina y los Juegos Olímpicos acuden en su ayuda. La primera llegando viva (después de algunos anni horribiles) para celebrar con mediáticas pompa y circunstancia una proeza de antigüedad en el cargo que, hasta ahora, solo había logrado su tatarabuela Victoria. En cuanto a los Olympics, qué les voy a decir. Para empezar, las obras públicas realizadas a su cuenta han permitido que la tasa de desempleo en Londres no se dispare como en otras ciudades. Y, a partir de julio, avalancha turística (con dinero fresco) para asistir a los Juegos y presencia diaria del país anfitrión en los medios internacionales. Ya ven: no todo es tan negativo.
Su biografía y sus fascinantes novelas lo hacen particularmente apropiado para revisitarlo cuando el horizonte social se oscurece
Puestos a mencionar consuelos y orgullos, Cameron podría haber citado a Dickens, que continúa ocupando el segundo lugar en el panteón literario británico. Al fin y al cabo, este año se conmemora el bicentenario de su nacimiento (el 7 de febrero), y la buena marcha de las reediciones de sus obras, que son de derecho público (Amazon.uk ofrece las Collected Works en un e-book de algo más de 22 megas ¡por solo 0,99 peniques!), muestra que los lectores lo siguen adorando. Las nuevas biografías que le han consagrado Claire Tomalin o Michael Slater se están vendiendo bien, igual que lo hace la ya clásica (1990) de Peter Ackroyd, publicada aquí por Edhasa.
Dickens no ha parado de leerse nunca, pero su compleja biografía y sus fascinantes novelas lo hacen particularmente apropiado para revisitarlo cuando el horizonte social se oscurece. Como Marx, su estricto contemporáneo y rendido admirador, Dickens era extremadamente crítico con muchos de los valores y las instituciones de su mundo. Ambos autores, tan diferentes por carácter y formación, se inspiraron en la misma sociedad y la misma estructura de clases. Uno intentó explicar su funcionamiento como base para elaborar una agenda revolucionaria que debía acabar para siempre con la desigualdad y la injusticia. El otro creó un fresco inmortal poblado por quienes las sufrían, las toleraban o se servían de ellas, como atestiguan los varios centenares de personajes que siguen vivos en sus libros. Mientras continúa el feroz ataque de los conservadores al Estado de bienestar a cuenta de la crisis, Dickens deleita y enseña de modo más profundo y duradero que el espectáculo apabullante de la pompa o que el orgullo del podio. Y, además, resulta mucho más barato.
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