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Reportaje:

La aventura americana de Mala Rodríguez

Con su nuevo disco, el lanzamiento internacional más fuerte del 'hip hop' español, la 'rapera' andaluza apunta al público latino de EE UU

Pablo Guimón

Mala Rodríguez ha cambiado, y gran parte de la culpa la tiene un chico que se llama Karel y acaba de cumplir un año. "Ser madre me ha hecho querer más a todo el mundo", reconoce. "Veo a un niño por la calle y me digo, mira, yo podría ser su mamá. Ahora que tengo a mi hijito, miro a la gente con más respeto. Siento mucho más amor".

Así que La Mala ya no es tan mala. Y en ese estado de reconciliación con el mundo, la rapera andaluza afronta otro paso decisivo en su carrera y, por extensión, en la corta historia del hip hop español. El próximo 30 de abril se publica en España su tercer álbum, Malamarismo. Y un mes después el disco se editará en EE UU, Argentina, México y Chile. Se trata del lanzamiento internacional más ambicioso hasta la fecha de un artista español de rap. Un disco que pretende conquistar al cada vez más importante público latino de EE UU, el país donde nació un estilo que hoy, con sus millonarias ventas, salva las cuentas de la enferma industria musical.

No se han escatimado gastos para la ocasión. Las bases musicales de la mayoría de los temas las pone Griffi, del grupo catalán Sólo Los Solo, probablemente el mejor discjockey y productor de rap español. Hay colaboraciones osadas como la del guitarrista flamenco Raimundo Amador o la de la cantante mexicana Julieta Venegas. Y se ha grabado y mezclado en parte en Miami, Los Ángeles, Las Vegas y Puerto Rico, con la participación de estrellas del rap latino y del reggaeton de calidad como Tego Calderón, Calle 13 y Dj Rectangle. Esta nueva aventura no le quita el sueño a La Mala. "Qué va, al revés", asegura. "Que no haya fronteras es lo que más me gusta". Lo cierto es que está acostumbrada a romper techos desde que empezó.

Los comienzos

La cultura hip hop -compuesta por el rap, el break dance y el graffiti- entró en España por las bases militares estadounidenses a finales de los ochenta. En Zaragoza, Torrejón y Rota había tiendas de discos que recibían las novedades de la época dorada del rap americano (de 1988 a 1994) al mismo tiempo que las tiendas del Bronx. Y esas bases son los embriones de tres de las principales escenas que hay hoy en el rap español: Zaragoza, Madrid y Sevilla.

Poco a poco, a través de modestos discos recopilatorios, programas juveniles de televisión y películas de Hollywood sobre el break dance, el estilo fue colándose en los barrios de las ciudades españolas. Los primeros ejercicios de rap español, que hoy pueden resultar sonrojantes, se limitaban a copiar con medios precarios lo que llegaba del otro lado del Atlántico.

Pero los hermanos pequeños de esos pioneros fueron asimilando mejor todas esas influencias. Y allí estaba María Rodríguez, una niña nacida en 1979 en Jerez de la Frontera ("Porque en el pueblo de mi madre no había ni hospital"), que se fue a vivir al barrio sevillano de la Macarena con cuatro años porque su madre encontró un trabajo en la ciudad. "En mi barrio había gente que hacía rap", recuerda. "Hablaban de calles y de gente que yo conocía y eso me gustaba. Yo por entonces ya escribía, siempre he escrito yo mis cosas. Entonces conocí al Cuervo, un chaval de Sevilla que me quería enseñar a rapear. Empezamos a hacer canciones, y la cosa cogió un buen ritmo. Los comienzos siempre son muy bonitos porque la gente tiene más inocencia. Eso es lo que echo de menos ahora. Yo escuchaba rap americano y quería ser como la cantante de Digable Planets. Pero qué va. La primera vez que canté en directo me salió una voz de camionera que dije, vaya, no voy a poder parecerme a ella. Soy un poco más cazallera".

Pero esa decepción inicial acabó por convertirse en la gran baza de María, rebautizada como Mala Rodríguez, que dejó al mundo de la música española boquiabierto con su debú discográfico, Lujo ibérico, publicado en el año 2000. El hallazgo: su capacidad de reapropiarse de un sonido aparentemente tan ajeno como el rap, cantarlo con un deje flamenco, y convertirlo en asimilable tanto por el público masivo como por los puristas. "Tengo un trato / lo mío pa' mi saco" fue un estribillo repetido hasta la saciedad; Paz Vega se desnudó al ritmo de otra de sus canciones en Lucía y el sexo; Lujo ibérico llegó a disco de oro (vendió 67.000 ejemplares) y La Mala logró ser la primera artista de rap español en fichar por una multinacional.

"El primer disco fue una cosa bastante libre, muy salvaje", cuenta La Mala. "Como que, sin complejo ninguno, saqué todo lo que tenía y lo puse encima de la mesa". El segundo disco, Alevosía, que ella define como "más gótico y oscuro", llegó en 2003 y también superó los 60.000 ejemplares.

La Mala se instaló en Madrid y se dedicó a actuar intensamente por España y América. En un festival de rap cubano en 2001 conoció a Mahoma, que ahora es su marido, un músico cubano que tiene un muy interesante grupo de rap llamado Expresión Directa. El año pasado nació su hijo y con él, en su minúsculo piso de la calle de la Montera, La Mala se dio cuenta de dos cosas: que se estaba hartando de Madrid y que ya iba siendo hora de plantearse su próximo disco.

"Estoy loca por irme de Madrid", asegura. "El aire aquí está viciado. Está todo el mundo de un mal humor constante y te contagia. A mí no me gusta vivir esta realidad".

-Y, ¿dónde se iría?

-No sé. Si pudiéramos trabajar allí, yo y mi esposo nos iríamos a Cuba. Pero es complicado. Yo siempre que voy a un sitio nuevo pienso que me gustaría vivir allí. Sólo hubo una ciudad en la que pensé que nunca me instalaría, y fue Tokio.

En el estudio

En cuanto al disco, el comienzo no fue fácil. Se tantearon varios productores, pero La Mala no lo veía claro. Hasta que se decidieron por Griffi. María se plantó en su estudio de Barcelona con una idea de lo que quería hacer. Ella llevó algunos estribillos y frases apuntadas y él le enseñó ritmos y mezclas en los que estaba trabajando. Y allí encerrados crearon el grueso del disco. Recibieron la visita de Raimundo Amador, que se instaló ahí un par de días. "Llegó como un torbellino", recuerda María. "Metió guitarras donde quiso, cantó, vimos películas y pasamos la noche poniendo música. Él quiere que yo escuche de todo. Llevó discos de Jimi Hendrix, que para mí ha sido todo un descubrimiento. Y yo le puse la película Miedo y asco en Las Vegas".

Ahora el disco ya está terminado y María lleva semanas sin escuchar música. "Estoy saturada, he escuchado mi disco 49 millones de veces", bromea. Pero pronto tendrá que volver al tajo y preparar los conciertos. Ya tiene cerrados unos cuantos: estará en el festival Extremúsica (Cáceres) el 13 de abril, el 24 en el Viñarock (Villarrobledo) y en junio en el Sónar.

Ella está más que satisfecha con lo que ha hecho. "Es algo así como el disco que quería haber grabado desde el principio. Creo que estoy en un buen momento de mi carrera. Tengo muy claro lo que estoy haciendo y todo está donde tiene que estar. Yo he hecho muchas estupideces en mi vida. Y lo bueno es poder saber dónde te equivocaste. Así se aprende". Al futuro le pide seguir sintiéndose joven y feliz, "y seguir haciendo cosas creativas".

-¿Y si su hijo cuando crezca le dice que quiere ser rapero?

-No creo que lo haga. No lo sé. Yo preferiría que fuera médico.

Mala Rodríguez, en un casino de Las Vegas, adonde viajó el pasado enero para grabar su disco.
Mala Rodríguez, en un casino de Las Vegas, adonde viajó el pasado enero para grabar su disco.
María, en la playa de Santa Mónica, en Los Ángeles, el pasado mes de enero.
María, en la playa de Santa Mónica, en Los Ángeles, el pasado mes de enero.
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Sobre la firma

Pablo Guimón
Es el redactor jefe de la sección de Sociedad. Ha sido corresponsal en Washington y en Londres, plazas en las que cubrió los últimos años de la presidencia de Trump, así como el referéndum y la sacudida del Brexit. Antes estuvo al frente de la sección de Madrid, de El País Semanal, y fue jefe de sección de Cultura y del suplemento Tentaciones.

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