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Crítica:15ª corrida de la feria de San Isidro
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Las bellas artes, según Morante

Antonio Lorca

Si las bellas artes son un compendio de genialidad, inspiración, creatividad, caricia, armonía e inteligencia, Morante de la Puebla elevó ayer el toreo al cielo merecido por la pintura, la escultura, la música... La belleza, en suma...

El torero sevillano soñó el toreo con el capote en una tarde que ha pasado ya a la mejor historia de la tauromaquia, y dejó a Las Ventas sobrecogida, conmovida, arrebatada y entusiasmada con un derroche de arte sublime y puro barroquismo. Su toreo fue una luz deslumbrante y cegadora que nos reconcilió a todos con la alegría y la intensa emoción que nunca debieron dejar de ser consustanciales a esta fiesta.

Fue Morante un torero transfigurado, valiente, enrabietado, entregado y, a veces, heroico, dispuesto a todo para alcanzar la gloria. Y la tocó con las yemas de los dedos, vaya que si la tocó, y sólo el irregular manejo de la espada le impidió instalarse en ella.

DOMECQ / MORANTE, MANZANARES, PINAR

Toros de Juan Pedro Domecq -segundo y tercero, devueltos-, muy justos de presentación e inválidos; destacaron el cuarto, nobilísimo, y el sexto. Los sobreros, de José Vázquez, mansos y deslucidos.

Morante de la Puebla: cuatro pinchazos, media tendida -aviso- y un descabello (silencio); pinchazo, estocada baja -aviso- (oreja).

José M. Manzanares: estocada (silencio); gran estocada (ovación).

Rubén Pinar, que confirmó la alternativa: media caída (silencio); casi entera muy baja (silencio).

Plaza de Las Ventas. Jueves 21 de mayo. Decimoquinta corrida de feria. Lleno.

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La grandiosa obra la cimentó el genial artista en el cuarto, con el que protagonizó una larga sinfonía con el capote, imposible de describir con palabras, porque fue sentimiento puro, embrujo hechizante y delicada orfebrería.

Salió el toro, cómodo de cabeza como los demás, y Morante lo vio de inmediato. Lo citó desde el centro del anillo y rasgueó cuatro verónicas -las dos primeras, excelentes-, y dos medias extraordinarias. Lo llevó al caballo galleando por chicuelinas vistosas, rematadas con otra media que fue un prodigio de plasticidad.

Cuando los tendidos empezaban a rugir, el torero, de nuevo, en los medios; el capote, por delante; el corazón, a borbotones, y lo vuelve a citar a la verónica. Diseñó, pintó, moldeó y musicó cuatro lances lentísimos, pura cadencia, sentimiento a flor de piel, y trazó otra media endiabladamente bella, con el capote enroscado por todo su cuerpo.

Pero no acabó ahí la obra del artista. Otra vez, ¿otra vez?, el capote acariciado por los dedos, y un quite por chicuelinas con las manos muy bajas, y la plaza ya enloquecida y enfervorizada por tanto resplandor. Otra media inexplicable e inimitable, derroche de arte total.

¡Qué borrachera de gozo! Ahí podía haber acabado la faena; ahí se lo podían haber llevado ya a hombros, porque el arte se disfruta más en gotas de esencia.

Pero quedaba la muleta, y resurgió de nuevo la torería del genio. Unos ayudados por alto y un pinturero kirikiki dieron paso a una tanda de cuatro derechazos inmensos, preñados de hondura y ligazón. El animal comenzó a dar señales de agotamiento, pero Morante lo intentó a pies juntos por la izquierda y algún natural brotó con empaque. De nuevo, ayudados, y un desplante final, con la muleta plegada, torerísimo, dieron paso a un pinchazo que supo a mala puñalada del destino.

La obra de arte estaba hecha. La vuelta, con una oreja en la mano, fue apoteósica. Sólo faltó, quizá, la música celestial de la sevillana Banda del Maestro Tejera, aunque la música callada del toreo tuvo su mejor intérprete en José Antonio Morante de la Puebla, que presentó ante su inválido primero sus mejores credenciales: una chicuelina, pura improvisación, un ayudado por bajo, un recorte, dos molinetes... Notas sinfónicas... ¿Alguna vez se ha toreado mejor con el capote en esta plaza?

No lo tuvieron fácil sus compañeros. Manzanares un cañón con la espada, sobre todo en el quinto, se las vio con un lote soso y descastado, y se lució, con un precioso quite por chicuelinas. Y el joven Pinar se mostró voluntarioso ante el tercero, y fue meritoria su actuación ante el noble sexto. La verdad es que era imposible llamar la atención después del éxito sin precedentes del torero sevillano.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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