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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Por el camino más sincero de la vida

Steve Earle conquista Madrid presentando 'Washington Square Serenade' en un concierto de dos horas de country, honestidad y compromiso

Steve Earle vive en la calle más celebre de la música de Manhattan, la misma calle del Greenwich Village que Dylan inmortalizó en la portada de su disco The Freewheelin. Desde allí ve el mundo pasar, y desde allí intenta detenerlo, cambiarlo.

Lejos quedan los 18 meses que pasó en prisión, los años en que la heroína parecía sesgar su camino, los seis matrimonios que precedieron al actual con Allison Moorer.

Earle, a sus 53 años es una persona cambiada por el camino.

"He estado muy triste con el dirección que ha tomado la vida política de mi país en los últimos años, de hecho consideré seriamente mudarme a otro país. Entonces me di cuenta que no me tenía que ir. Lo único que tenía que hacer era venir a Nueva York", pensó hace unos años. Y lo hizo. De allí salió The Revolution starts now, un disco que deja la impronta de su persona.

Aunque todavía no se ven borrosos los días que actuaba, con trece años, en cafés de activistas contra Vietnam. Ahora se enfrenta a Madrid solo, con su guitarra y su armónica. No hay nadie más. Arranca con Steves last ramble y Devils right hand, tema de Broken back mountain, anteriormente compuso la música de la película Pena de muerte (Tim Robbins, 1995). Viste camisa vaquera, guitarra española, pendiente, gafas, y barba cana con melena blanca que le pone más años encima.

Se enfrenta al público solo. Todo el mundo calla. Dos ingleses, Joel y Pete, han volado desde Londres para el concierto. Su borrachera contrasta con el resto, sus calvas menos.

Someday now she's gone y Goodbye son canciones intimistas, "La mejor parte de mi vida personal va tan bien que sabía que no iba a tener problemas con las canciones de chicas", confiesa Earle.

Recupera su pesar político con Jericho road, City of inmigrants o Steves hammer, y se pone filosófico con Trascendental Blues. Vuelve al tono sentimental en Sparkle and shine, preciosa confesión mezclada con sueños.

La noche va dando un giro, uno de los ingleses, de parecido razonable al cantante de los Who, tropieza ebrio y cae al suelo, la gente parece inmóvil, unos cuantos dan palmas. Sale su mujer. La última. Alison Moorer, la excelente telonera. Se une un dj. Cambia el tercio.

Days arent long enough y Down here below suenan distintas, más corruptas y modernas. Demasiado acordes a la realidad de un camino susceptible de cambiar.

El público, pasivo y agradecido, parece desconcertado por el giro de Earle. Allison aporta una voz calida y joven. Pelirroja, vestida de negro y con guitarra española, el Dj sobra. Tocan Red is the colour y The gailway girl van cerrando el espectáculo.

Vuelve a estar solo. Un escenario enorme y basta un solo hombre castigado por los excesos, una guitarra y una armónica. Como gustaría ver así a Dylan, como se recuerda a Kristofferson, como se añora a Cash.

Ya hace veintidós años de la publicación del primer disco de Steve Earle, Guitar Town y parecen cincuenta. Es un hippy anacrónico, un personaje que toca en veladas callejeras contra la pena de muerte, un revolucionario que perdió el tren que le llevaba al frente y lo convirtió en canciones. Es Steve Earle, un hombre de guitarra, voz y armónica.

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