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Reportaje:

La cara B de la Bienal de Venecia

Dora García lleva al pabellón español de la cita italiana su proyecto 'Lo inadecuado' - La obra nació de sus dudas ante un acontecimiento que considera "anacrónico"

Javier Rodríguez Marcos

"Una buena pregunta debe evitar a toda costa una respuesta". Hace dos años Dora García estampó esta frase en una pared del Centro Gallego de Arte Contemporáneo, y si las presentaciones a la prensa tuvieran título -como las performances, con las que tienen mucho en común- la que ayer sirvió para mostrar su proyecto para el pabellón español de la próxima Bienal de Venecia bien podría titularse El secreto. El secreto sería en qué consiste exactamente un trabajo que podrá verse -o que tendrá lugar- entre el 4 de junio y el 27 de noviembre, que costará un máximo de 800.000 euros y que su autora define como "una obra única que consta de una serie de acciones en las que participarán 80 performers".

"Es un trabajo coral en el que participan 80 'performers"
"No creo que la función del arte sea hacer una crítica directa"

Dora García (Valladolid, 1965) explicó que el título de la obra, Lo inadecuado, responde a su malestar respecto a la propia Bienal y a la anacrónica existencia de los pabellones nacionales. A ella la invitación le llegó de parte de Katya García-Antón, directora del Centro de Arte Contemporáneo de Ginebra y designada comisaria de la representación española por un comité elegido por el Ministerio de Asuntos Exteriores.

Ayer García-Antón repasó con brillantez las claves de la obra de Dora García, cuyo trabajo "interpreta, cuestiona o distorsiona" situaciones cotidianas para subvertir las tradicionales dicotomías de realidad-ficción, normal-anormal, comunicación-incomunicación. Basta con asomarse a la web de la artista -www.doragarcia.net- para descubrir un fascinante universo con un fuerte contenido narrativo: libros cuyo título, Robe este libro, es una encrucijada ética; un cuestionario al que los visitantes de un museo solo pueden responder sí o no; actores que recogen información sobre una ciudad actuando como mendigos; alguien que camina por una ciudad buscando a quien entienda un texto que él ha aprendido de memoria pero está escrito en un idioma que no habla.

"Construir una buena historia" son cuatro palabras que García utiliza con frecuencia. "El concepto como humor anárquico" son otras cinco que, citando a Dan Graham, usó la comisaria para hablar de ella. ¿Dónde van los personajes cuando la novela se acaba?, es la pregunta que sirve de título a otra de las obras de Dora García, que ayer contó que parte de su pieza en Venecia tendrá que ver con "la marginalidad como posición artística" y, entre otras, cosas, con el reciclaje de los materiales que se usan en la propia Bienal. Aunque todo está construido para que luzca en la semana inaugural ella recomienda visitarla en noviembre, cuando se acerca a la decrepitud.

García suele decir que la mejor manera de documentar su obra es contarla. Por eso, aunque no haya tenido lugar aún, extrañó el secretismo que rodeó la presentación de su proyecto, un acto cuyo anárquico resumen podría parecerse al que Woody Allen hizo de Guerra y paz: va de Rusia. Terminada la función, Dora García matizaba a EL PAÍS: "No es secreto, es mi temor a la mala interpretación". Pero presentar un proyecto que no se presenta... "Me han contado que tiene un pedigrí, que no es la primera vez". En efecto, es célebre el sigilo con el que Santiago Sierra llevó su participación en 2003: un pabellón al que solo se podía acceder con DNI español. "Es parte protección, parte consejo del gabinete de prensa. Me han dicho que había que dosificar... Además, hay cosas que yo misma tengo que aprender por el camino. Me he cuidado mucho de decir que es un proyecto de Dora García. El autor es el tavolo del pensiero, la mesa del pensamiento, formada por mí y ocho invitados. Yo soy la iniciadora del proyecto, pero el autor es múltiple".

Aunque el guión es suyo, la artista confía en el factor sorpresa: "Es importante no tenerlo todo controlado. No es un proyecto social pero sí presta atención a la idea de arte no oficial, que es lo contrario del arte en el pabellón. Ahora no es así, pero en su origen la Bienal fue una representación del arte defendido por el Estado". No obstante, los representantes ministeriales usaron términos como "diplomacia cultural" y "posición política". "No tengo ni idea de lo que significa eso", dice la artista. La retórica parece la misma: "Claro, pero yo no lo puedo cambiar. Ni puedo reñirles", dice con una sonrisa.

Su intervención, dice Dora García, no pierde de vista el carácter anacrónico de la Bienal de Venecia. ¿Tiene sentido en 2011? "Hubo la época en que no lo tenía y ahora es tan anacrónico que lo vuelve a tener. Es como una novela futurista que se ha quedado vieja, como Flash Gordon. Su defecto es su virtud. Las representaciones nacionales son algo que pertenecen a otra época, algo que debió desaparecer hace ya mucho tiempo pero que vuelven a tener interés, como una especie de fósil". ¿No tiene miedo de que el contexto institucional neutralice su propuesta? "No creo que la función del arte sea hacer una crítica directa. Es mucho más eficiente algo implícito, algo que no está dicho con todas las palabras. Creo que precisamente por eso permanece. Está más en hacer posible cierto tipo de actitudes que en decir con todas las letras algo de lo que yo tampoco estoy segura, porque como digo, yo no tengo nada en contra del Ministerio, al revés, estoy muy contenta de que me han permitido hacer esto". ¿Puede subvencionarse lo marginal? "Aquí la única subvencionada soy yo, que soy una grouppie de lo marginal. Es cierto que hay una paradoja, pero creo que está integrada en la idea de lo inadecuado".

Para Dora García, la función del arte no es cambiar el mundo: "En realidad el arte no tiene ninguna función. Tiene la función de ser fiel a sí mismo. Una buena obra no está hecha de buenas intenciones. El arte no hace proselitismo. Si cambia, cambia individualmente".

La artista Dora García, ayer en Madrid.
La artista Dora García, ayer en Madrid.ULY MARTÍN
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Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.
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