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Reportaje:

El cine biográfico los prefiere muertos

Los personajes vivos pueden plantear problemas si se pretende explicar su vida en la pantalla

El cine que relata aspectos biográficos de un personaje histórico tiene una abundante filmografía. Sin embargo, cuando el protagonista vive pueden plantearse algunos problemas. Estos días, Salvador Dalí ha hecho saber a Antoni Ribas que se opondría legalmente al rodaje de un filme sobre su vida. Sin entrar en la polémica concreta, sí es cierto que apenas existe jurisprudencia sobre este tipo de situaciones y que, según la Sociedad General de Autores, sólo existe el referente de los convenios internacionales y la defensa constitucional del derecho a la intimidad y a la propia imagen. En el caso de que los filmes partan de material autobiográfico, el contencioso puede presentarse en otro terreno: el de que un texto pensado como libro y con una difusión determinada tiene una lectura muy distinta en otro medio de comunicación y de mayor popularidad.Hay que añadir, en el caso de que se parta de autobiografías publicadas, las cuestiones que se derivan de la reconversión de un texto literario en un texto fílmico, no sólo porque interviene la interpretación de la letra impresa, sino porque además cada medio de expresión tiene una determinada capacidad de difusión.

La pasión del cine por la biografía no es reciente. En realidad va asociada a la naturaleza misma del medio, a la credibilidad documental de la imagen. Sin embargo, la biografía como género, no se consolidó hasta que la pantalla empezó a hablar. La palabra, en un mundo en el que los personajes, a veces, son más recordados por sus frases célebres que por toda su trayectoria, venía a reforzar la impresión de realidad de la imagen fotográfica.

El cine mudo prefería biografiar hechos, ser crónica. Así, después de mostrar como los obreros salían de una fábrica o unos famosos se ponían delante de la cámara, gente como Meliés se disponía a fabricar falsos documentales. Es célebre su filme de la boda del rey de Inglaterra, rodado, en un Westminster de cartón piedra reconstruido en París. Luego, una enfermedad del monarca aplazó el casamiento, pero no el estreno de la película. La ficción podía ser realidad antes que la realidad misma existiese.

Que es problemático rodar biografías queda probado por el hecho de que la mayoría de películas de ese corte se ha fabricado una vez muertos los protagonistas. Se diría que es mucho mas fácil para la productora llegar a acuerdos con los herederos del biografiado que con éste. Cuando el personaje está vivo, la obra acostumbra a derivar hacia la hagiografía. Franco ese hombre, de José Luis Sáenz de Heredia, sería un buen ejemplo de ese delirio idealizador, aunque Sonrisas y lágrimas o La familia Trapp, que no participan de la fórmula documental de la película española, también rezuman almíbar y elogios hasta acabar ahogando el sabor de una vida auténtica.

Hay biografías que cuentan con la participación directa del implicado, tal y como sucedió en Idi Amin Dadá, de Barbet Schroeder. Luego el líder africano, que había escenificado un buen número de disparates para satisfacer su vanidad, se arrepentiría de haber dejado circular su cruda imagen tercermundista entre los públicos europeos, pero no pudo evitar la comercialización del filme. Algo muy parecido les sucedió a unos jefes de policía estadounidenses cuando aceptaron que Richard Leacock les retratara en Chiefs, pues sus divertidos entretenimientos dejaron de serlo, para ellos, cuando descubrieron que los espectadores se reían de sus gestos y palabras.

Hablar al futuro

Los personajes políticos siempre han sido atractivos para el cine. Griffith dirigió uno de sus últimos trabajos, en 1930, al rodar Abraham Lincoln. Pocos años después, John Ford insistiría en el mismo presidente para rememorar su juventud en un tono desprovisto de grandilocuencia. A fin de cuentas, los grandes políticos, artistas, científicos, santos o héroes raramente eran conscientes de que iban a pasar a la historia y vivían sin que un halo de luz rodease cada uno de sus gestos espléndidos. En Claretta, de Pasquale Squiteri, la mujer de Mussolini -y el propio Duce- son vistos como seres para los que bajar la ventanilla de un automóvil ya tiene algo de sublime y trascendente, como si siempre estuvieran ante un notario. Algo parecido sucedía con Mc Arthur o Patton, dos individuos que, según el cine, siempre le estaban hablando al futuro.El cine nazi sintió también una devoción, sospechosa por la biografía. La utilizó para favorecer paralelismos históricos -Bismarck era el alter ego grandioso de Hitler- y también para difundir la buena nueva de la superioridad racial del genio alemán -Bach, Mozart y otros artistas famosos fueron convertidos en alemanes avant la lettre-. La biografía del poder, su retrato físico, tiene diversas variantes aunque quizás sea una de las más repetidas la que acostumbra a dejar, literalmente, el personaje en la penumbra, rodeándole de impresionantes efectos de contraluz y magnificando su persona con una voz retumbante. Es una iconografía idéntica a la empleada para corporeizar a Dios, semejanza lo bastante sintomática como para que sea necesario extenderse en ella.

Conveniencia de la muerte

Aunque los biógrafos prefieran capturar a sus víctimas preferiblemente muertas para evitarse el trato con ellas, y negociar con sus herederos -habría que considerar también las ventajas de entenderse con una trayectoria cerrada, no susceptible de nuevos gestos que modifiquen el sentido global de una vida-, aún es mejor, más cómodo, dejar que prescriban los derechos y la actualidad se transforme en historia, palabra que en cine acostumbra a equivaler a ficción. En España este tránsito de un estado a otro se produce 80 años después del óbito, aunque en la mayoría de países la fecha de caducidad se reduce a 40. Claro que, aparte de los preocupados por dejar tras sí la mejor imagen de sí mismos, hay otros personajes que han aceptado ser filmados -ellos o su replicante- por otros motivos. Por ejemplo, el yóquei Bob Champion quiso que Reto al destino fuera un mensaje de esperanza para los enfermos de cáncer, comunicar su experiencia victoriosa contra la enfermedad y, por eso, escribió un libro y dejó que John Hurt fuera él en el filme.Las razones cívicas o morales -amén de las económicas, ésa es otra cuestión- son las que han llevado a Dith Pran y Sydney Schanberg a dejar que sus dramáticas peripecias en la Camboya de Pol Pot se cuenten en The killing fields, una película de inminente estreno en la que unos periodistas son tan protagonistas como lo eran Woodward y Bernstein en la versión del Watergate.

Los caminos de la ira

La irritación de los biografiados puede ser terrible. El antiguo director del teatro nacional del Berlín de Hitler se sintió muy molesto al ver Mephisto, ya que el Hendrik Hofgen pintado por Szabo era, al mismo tiempo, un pelele en manos de Goebels y un simple escalador. A veces la ira encuentra caminos legales para expresarse y películas como la española Rocío no pueden ver la luz. Claro que la susceptibilidad, a veces, tiene muy leves fundamentos y basta con temer una hipotética confusión para que se produzca una demanda. Esa es la razón por la que Alfredo Mayo perdió su nombre en El último cuplé. Un duque llamado VIadimiro consideró que el comportamiento grosero de su homónimo cinematográfico podía afectar su reputación y consiguió que un pequeño corte en la banda de sonido dejara a Mayo sin bautizar, anécdota que remite a lo dicho al principio: sin voz, no hay biografía.

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