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Reportaje:

El cisne indomable

Los mejores bailarines del planeta rinden homenaje hoy en el Teatro Real a Maya Plisetskaia, la gran bailarina rusa

Está perfecta. A sus casi 82 años, Maya Michailova Plisetskaia (Moscú, 1925) entra en un salón del Teatro Real y lo ilumina con su energía. Lo mismo que pasó durante décadas en el Bolshoi de Moscú y en tantos teatros del mundo, algo de difícil descripción: cuando entraba, cuando "atacaba" la danza y lo especial sucedía, emergía una especie de fuerza o de electricidad que se unía a la música. Así lo describió su amigo el escritor y crítico Vadim Gayevski.

Ahora, de nuevo en Madrid para recibir hoy el homenaje a toda su carrera en el Teatro Real de Madrid, sonriente y vestida de verde con un espléndido blusón atemporal de Pierre Cardin (su amigo personal y modisto favorito), con los mismos y ya amoldados tacones plateados que usa para la escena, la diva entre las divas del ballet, una de las grandes bailarinas de todos los tiempos y no sólo del siglo XX, una mujer con un sentido dinámico y abierto de su arte, se siente dichosa: "Aquí en Madrid todo el mundo va con la espalda recta, se camina derecho, y yo lo siento en mí". Ella sí está tan derecha como cuando vestía el tutú del cisne. Más de seis décadas sobre las tablas lo atestiguan, cientos, miles de metros de películas donde aún respira su majestad y envergadura: "No había dinero ni materiales para filmar los ballets enteros", recuerda Maya sin acritud pero aferrada a la verdad, su bandera, algo que ya en la Unión Soviética de entonces le trajo dificultades.

"Siempre bailé lo que me gustó bailar. Lo que no entendía, no lo bailaba", dice la artista

Siempre ha sido una luchadora. En 1994 publicó sus memorias Yo, Maya Plisetskaia (Editorial Nerea 1994), redactadas a partir de los meticulosos diarios que llevó durante toda su vida. Ella misma reconoce que podría haber llenado otro libro más: "¡Tantas cosas, tanta vida!". Era la más moderna del Bolshoi moscovita, la que se atrevía con todo, la indomable, así bailaba con arrojo los ballets de los coreógrafos represaliados por el estalinismo, como eran Goleizovski y Jacobson: "Ellos estaban en el paro; en la época de Stalin, si no tenías un trabajo, ibas a la cárcel por vago. Entonces Goleizovski, ese genio, trabajaba de guarda nocturno en un supermercado para justificar un puesto laboral, aunque lo mantenía su mujer, Viera Vassilieva, que era solista en el Bolshoi y fue la primera María del ballet La fuente de Batjischarai".

A pesar de aquella atmósfera hostil, Maya bailaba y bailaba creando, modelando su leyenda estética: "Siempre bailé lo que me gustó bailar. Lo que no entendía o no me gustaba, no lo bailaba. Hice los tres Espartaco que se hicieron en el Bolshoi : el de Moiseiev, el de Jacobson y el de Grigorovich, pero nada de papeles de niña inocente". Y razona sobre el ballet de hoy: "Hoy se baila mejor que nunca. Antes jamás se bailó así. Esa es la verdad, y eso lo comprobaremos en la gala con estos artistas que vienen al Real. Pensando en el pasado, le puedo decir exacta y honestamente que las bailarinas de antaño estarían hoy, en el mejor de los casos, en las filas del cuerpo de baile". Y con respecto a su casa, el Gran Teatro de Moscú asegura: "Me gusta lo que veo hoy allí, tienen lo viejo, lo de siempre, el repertorio, pero también lo nuevo. Ahora todo está permitido; los bailarines rusos viajan, bailan, viven. ¡No hacen falta por fin permisos para salir de Rusia!".

Maya recuerda sus grandes papeles, su amor por los caracteres españoles, como Carmen, Quiteria de Don Quijote o Laurencia, una versión de Fuenteovejuna de los tiempos del realismo socialista: "Bailaba todo lo que podía y amaba desde siempre lo español. Ya de niña, en la Escuela Coreográfica de Moscú, me emocionaba con la jota de Glinka. En aquellos tiempos no teníamos ni voz ni voto, el repertorio era reducido, y bailé lo que pude, lo digo hoy con la conciencia limpia y tranquila". Plisetskaia nunca hizo Giselle, pero sí una potente Mirtha, Reina de las Willis, el otro gran personaje romántico de esa obra: "Así es, nunca Giselle, muchas Mirtha. Ahí no hay temperamento, sino fuerza interior, es un ser del más allá, piense que está muerta. A mí misma me daba un poco de miedo cuando me metía en el personaje".

Siempre hubo una cierta rivalidad entre el Bolshoi de Moscú y el Kirov de Leningrado. Maya fue una de las pocas que subió hasta la Venecia del Norte a bailar en los tiempos duros: "¡Fui sólo dos veces! Más que rivalidades entre teatros había un nombre: Natalia Dudinskaia: ella era el poder en Leningrado, no dejaba entrar a nadie, aplastó muchas carreras, entre ellas la de la maravillosa Alla Shelest". Entre otros muchos mitos que hoy son ya historia, estaba el que Maya Plisetskaia iba cada día a la clase de ballet de los hombres y no a la de mujeres: "Pues le voy a decir la verdad: para dormir una hora más. La de las mujeres era a las diez, y la de los hombres, a las once. Eso es todo".

Hoy en el Real un puñado de los mejores bailarines del planeta (Diana Vishnieva del Marinskii de San Petersburgo; Maria Aleksandrova, Andrei Uvárov, Nikoai Tsiskaridze del Bolshoi de Moscú; Tamara Rojo del Royal Ballet de Londres, entre otros) bailarán para ella. Maya misma cerrará la gala con un solo Ave May que le escribiera hace unos años Maurice Béjart, lo que es un botón de muestra de su carácter irreductible, de su voluntad: "Subir a la escena es sagrado. Es difícil de concretar, no se puede explicar; las palabras a veces no sirven. Recuerdo que una vez en la India en una recepción con Nehru sirvieron arroz. La gente lo cogía de las bandejas y comía con la mano. Yo, sin embargo, cogí un tenedor y un plato, y él me dijo: "Comer esto con tenedor es como amar a través de un intérprete'. Pues con la danza pasa lo mismo".

Maya Plisetskaia, el pasado viernes en Madrid.
Maya Plisetskaia, el pasado viernes en Madrid.CLAUDIO ÁLVAREZ
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