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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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El decálogo de Foster

Diego A. Manrique

Solías escucharlo en otros tiempos, cuando había grescas constantes entre músicos y críticos musicales. Tenía pretensiones de chiste desdeñoso: "Los críticos, ya sabes, son músicos frustrados". Poco gracioso pero establecía una jerarquía: tocar música era lo deseable; escribir sobre ella, un ejercicio para incapaces.

Déjenme decirles que no conozco muchos plumillas con serias aspiraciones musicales. Pero cada vez abunda más el caso contrario: los músicos que escriben. No me refiero a autobiografías como esa que anuncia Keith Richards, posiblemente obra de un negro y de su equipo de abogados. Hablo de músicos con objetivos literarios, como Willy Vlautin, de Richmond Fontaine, y Mark Oliver Everett, de Eels (está traducido: Cosas que los nietos deberían saber, Blackie Books). Pero también hay quien, bendito sea, se concentra en la crítica musical.

Robert Foster fundó una erudita banda australiana, los Go-Betweens, un proyecto intermitente que cerró en 2006, cuando murió su socio creativo, Grant McLennan. Para entonces, Foster ya ejercía de crítico en la revista The monthly, donde demuestra brillantez y percepción, tanto revisando discos como conciertos.

Y ahora publica una antología de esos textos. Se titula The 10 rules of rock and roll, como una de sus ocurrencias: apotegmas provocadores que derivan de sus 30 años de experiencia tocando en directo, grabando discos, reflexionando sobre la grandeza de otros artistas. Llevo semanas lanzando en conversaciones esas 10 reglas del rock and roll y casi todas son aceptadas por unanimidad. Por cortesía de Robert, sus axiomas y algunas apostillas.

- Nunca sigas a un artista que describe su trabajo como "oscuro". Entiendo: demasiados grupos atormentados con solemnes pretensiones de profundidad. Si realmente fueras oscuro, no necesitarías ponerte esa medalla.

- La penúltima canción es la más floja. Conviene especificar que Foster se refiere a discos, discos de larga duración. Y sabe de lo que habla: la última canción obligatoriamente debe ser poderosa; la penúltima suele ser la que no deja a nadie satisfecho, pero costó tanto grabar que hay que buscarle un lugar discreto.

- Los miembros de las grandes bandas se parecen. Tal vez se trate de un espejismo. Para Robert, se hace más evidente según envejecen: 30, 40 años de convivencia lo explicarían.

- Ser una estrella del rock es un trabajo de 24 horas al día. La profesión se convierte en personalidad. Uno no desconecta: ha ingresado en una élite que imprime carácter. Para lo bueno, para lo malo.

- El grupo con más tatuajes tiene las peores canciones. Una maldad de Foster: alguien que se ocupa tanto de su imagen no tiene mucha seguridad respecto a sus dotes musicales.

- Nada interesante ocurre en un escenario tras los primeros 20 minutos.

Según Robert, todo lo que un artista puede ofrecer está en ese tramo inicial. Luego, habrá espectáculo pero nada que supere esa primera exhibición de poderes.

- El guitarrista que cambia de instrumento cada tres canciones está presumiendo de su colección de guitarras. Siempre lo sospeché: en el alboroto de un directo, se pierden las características únicas de tal o cual guitarra vintage.

- Todos los grandes artistas se esconden detrás de su manager. Evidente: la estrella no desea mostrarse antipática, codiciosa, exigente; eso va en el porcentaje de su representante.

- En los grandes grupos no caben integrantes haciendo discos en solitario. Muy discutible pero entiendo el romanticismo de Foster: el grupo como compromiso total, una suma de esfuerzos sin margen para caprichos personales o exhibiciones de ego.

- La banda de tres piezas es la forma de expresión más pura del rock. El formato de trío obliga a un ejercicio atlético del rock, enormemente liberador: El bueno, el feo y el malo contra el resto del mundo. Además, contiene la prueba de fuego: un power trio sólo puede ser paladeado por los que distinguen entre rock y pop.

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