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Reportaje:

La dentellada del color

El Museo de Arte Moderno de París abre sus salas a la explosión fovista del holandés Kees van Dongen

Fovista, anarquista y mundano. Esa es la triple condición que los responsables del Museo de Arte Moderno de la Ciudad de París aplican a la figura del pintor holandés Kees van Dongen (Rotterdam, 1877-Mónaco, 1968), uno de los artistas que con más ahínco y lujo de color retrató los locos años veinte parisienses. La exposición que protagoniza Van Dongen pretende abarcar todas sus facetas. Esta sigue el recorrido del artista y gran vividor desde las calles de su Rotterdam nativo, pasando por los cabarés de Pigalle hasta llegar a los salones burgueses de la capital francesa. La muestra participa así en la recuperación de esta figura libre y algo marginada en la historia del arte contemporáneo, difícil de encasillar, pero cuyo uso ilimitado y desacomplejado del color lo sitúa como un preclaro embajador del movimiento fauvista.

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"Queríamos recordar que Van Dongen ha sido un artista mayor de principios del XX, que destaca por su libertad y por la rapidez y variedad de su evolución", explica Fabrice Hergott, director del museo parisiense. Para ello concentra alrededor de un centenar de pinturas y dibujos, incluidas sus viñetas de prensa y sus carteles de presentación de espectáculos.

Variada y extremadamente rica, la muestra destaca por su intensidad, consecuencia de su apuesta por limitarse a los mejores años del artista, en concreto 1895-1931. Recuerda sus primeros dibujos y pinturas antes de instalarse en la capital francesa en 1899. Se detiene por su paso por el Montmartre de Picasso, con quien compartió residencia y taller en el mítico Bateau Lavoir, así como modelo, Fernande Olivier. El recorrido culmina con su mudanza al Montparnasse del periodo de entreguerras, donde se consagró como anfitrión de sonadas fiestas selectas y como retratista del adinerado mundo artístico y aristocrático; una suerte de Andy Warhol de los años veinte.

En todo el recorrido, se explora sus experimentaciones con los diferentes estilos, como el neoimpresionismo de Paul Signac, antes de dejar paso a los retratos de poses y colores característicamente fauvistas. Expone también sus Luchadoras (1908), su respuesta a Las señoritas de Aviñón de Picasso, donde demuestra su falta de interés por el cubismo. El todo deja patente su amor confeso por "la vida, el arte y las mujeres", a las que retrata vestidas o desnudas, siempre con enormes ojos pintados de negro. Abarcan desde las voluptuosas mujeres de las clases más populares hasta las afinadas y elegantes burguesas, cubiertas de joyas y accesorios.

La muestra se detiene en 1931, antes de la caída en desgracia del artista. Deja así de lado sus últimos 37 años, en los que se le acabó la inspiración y se volvió reiterativo. "Hemos decidido centrarnos realmente en lo mejor de su obra", relata Hergott. También elimina el episodio que le dio el último empujón fuera de los círculos artísticos de moda. Se trata de un viaje organizado por el escultor Arno Breker a la Alemania nazi de 1941, a cuya invitación cometió el error de responder favorablemente.

Aunque centrada en su periodo parisiense, la muestra también recuerda su vena orientalista. Entre 1910 y 1913, viajó a España, Marruecos y Egipto. Será, de hecho, el retrato de una mujer adornada por un precioso mantón de flores español el que será censurado en el Salón de Otoño de 1913. Le tableau fue retirado por la policía, que consideró indecente la imagen desnuda de la modelo, a la sazón su esposa Guus.

Muchos reprocharon al joven y pobre anarquista que llegó a la capital francesa, el haber traicionado sus valores y haberse dejado llevar por el brillo del París más selecto. Le acusaron de bohemio disfrazado de pijo. Él nunca negó su gusto por la buena vida. Como escribió en 1927: "Vivir es el cuadro más bonito. El resto no es más que pintura".

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