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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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Un desliz de Springsteen

Diego A. Manrique

Están disparando contra Bruce Springsteen. Y son disparos de desaprobación desde el ala izquierda de su feligresía. Vamos a explicarlo: a principios de año, saca nuevo álbum con su E Street Band, Working on a dream. Un lanzamiento a lo grande: Springsteen y su tropa actuarán en el descanso de la Super Bowl, máximo espectáculo deportivo en su país. Pero unas semanas antes, para caldear el ambiente, editan un Greatest hits, que sólo se venderá en EE UU a través de los almacenes Wal-Mart.

Ocurre que Wal-Mart es un beligerante bastión del Partido Republicano (aunque, por cubrir las apariencias, haya contado con Hillary Clinton en su junta directiva). Se ha ganado una pésima reputación por su política laboral, evidenciada en sucesivas condenas por abusar de sus trabajadores, que suelen tener empleos temporales y escasa cobertura médica. Estamos hablando de un gigante que cuenta con 2.100.000 empleados ("asociados", prefieren denominarlos) en todo el mundo. Por el contrario, Springsteen siempre alardeó de posturas sindicalistas y de simpatía por esas pequeñas tiendas agobiadas por los precios de las grandes cadenas.

Suena feo que Bruce conceda una exclusiva a una empresa tan antipática como Wal-Mart

De principio, suena feo que artista tan icónico conceda una exclusiva a empresa tan antipática (y tan conservadora que suele exigir versiones censuradas de determinados discos que acepta distribuir). Da lo mismo que ese Greatest hits parezca un producto de serie barata: sólo contiene 12 cortes y no cubre los discos que Springsteen ha grabado sin el musculoso refuerzo de la E Street Band.

Pero no resulta una novedad. Desde que el vaquero Garth Brooks abriera la brecha, hasta grupos teóricamente tan indómitos como Guns N'Roses o AC / DC han firmado acuerdos similares con Wal-Mart o Best Buy; Starbucks y Barnes & Nobles también han pactado con solistas que consideran adecuados para su clientela.

Bajo el punto de vista mercadotécnico, beneficia a las cadenas: atraen a un público que quizá nunca les visitaría y que posiblemente no se limite a comprar ese título codiciado. A su vez, artistas y disqueras se benefician del colosal poder publicitario de Wal-Mart y similares, gorilas que se golpean en el pecho para anunciar sus ofertas.

A la larga, se trata de un disparate: esas concesiones son un clavo más en el ataúd de las pequeñas tiendas de discos, que cumplen una función indispensable en la ecología de la industria, al dar salida a nuevas propuestas estéticas (y a artistas que posiblemente luego serán objetivo de las "multis"). Al contrario de los grandes almacenes, los minoristas de discos son focos activos de cultura musical; cualquier cosa que no sea proteger a los puntos de venta independientes equivale a dispararse en el propio pie. Pero las disqueras llevan mucho tiempo apretando el gatillo sin mirar.

¿Y las superestrellas? Tengan por seguro que hace miles de años que no entran en una tienda de discos: sus problemas de supervivencia les sonarán a chino mandarín. Desde sus alturas, la solidaridad con los peces chicos del negocio musical debe resultar una extravagancia inconcebible.

A su tiempo, supongo que Springsteen se disculpará por el patinazo. Echará la culpa a su discográfica, hará una donación o se reunirá con alguno de esos grupos sindicales que denuncian los excesos de Wal-Mart. Y seguirá cantando a, ya saben, los sueños de la clase trabajadora estadounidense.

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