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La dura belleza del arte íbero se exhibe en París

La versión barcelonesa de la muestra dará prioridad al contexto histórico

El Grand Palais de París abrirá sus puertas, a partir de mañana, para acoger la gran exposición Los íberos, que se instalará, a partir del 291 de enero, en el Centro Cultural de La Caixa en Barcelona, y luego, desde el 14 de mayo, en Bonn. Se trata de una muestra de 350 piezas de gran valor, las mejores o más representativas de la cultura íbera, excepto las Damas, que no han podido viajar por motivos de conservación y seguridad y, muy probablemente, también de orden político, para evitar un hipotético agravio comparativo entre unas ciudades y otras.

"La exposición de París no es idéntica a la que se montará luego en Barcelona, como ésta también será distinta de la de Bonn", explica Carmen Aránegui, miembro del comisariado científico de la muestra y profesora del Departamento de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Valencia. "Aquí han preferido tratar las piezas como obras, de arte, dar prioridad a su presentación aislada, a su belleza, e iluminarlas de manera que aparezcan lo más hermosas posible; en Barcelona daremos prioridad al contexto, a la explicación histórica, a situar los íberos entre las otras, civilizaciones contemporáneas; en Bonn la preocupación central será de orden arquitectónico".

Las esculturas de los guerreros de Porcuna, con su gesto hierático o en pleno movimiento, combatiendo contra un animal mitológico o cabalgando un caballo que tuerce el cuello, son las primeras que se topa el visitante. Son obras que acaban de ser restauradas con ayuda financiera alemana y que se presentan ante el público por vez primera. Y en ese sentido dan toda la razón a Carmen Aránegui, pues cada una de las esculturas puede, verse como una obra aislada, objeto de un hipotético museo de las artes primeras que propugna Jacques Chirac, líder político de una corriente que prefiere primar la estética a la antropología, arqueología o historia.

"El eclecticismo, las falcatas y las Damas son los elementos diferenciales de la cultura íbera", explica la profesora. "En su decoración de cerámicas no hay un canon, no hay una preocupación por las proporciones. Lo oriental y lo clásico se dan la mano". Y es así que las piezas íberas o, mejor dicho, su cultura, no tiene la impresionante coherencia de la de la Magna Grecia, pero es capaz de ofrecer sorpresas inesperadas, con figurillas de personajes que se dirían llegados de latitudes opuestas.

Pueblo guerrero

Las falcatas son pequeñas espadas curvas propias de un pueblo muy guerrero como lo fueron los íberos, de quienes los romanos decían que sólo pudieron vencerles gracias a su incapacidad para unirse frente al enemigo común, y las Damas son la entronización de la matrona, muy posiblemente la necesaria mitificación casi divina de una maternidad que asegura la transmisión de la propiedad en una sociedad que va haciéndose más y más compleja socialmente, que sabe de señores, senados o monarcas, que ve aparecer poblados concebidos desde unos mínimos criterios urbanísticos, que no son meras aglomeraciones de casas.

La cerámica informa del universo imaginario de quienes habitaron en lo que hoy es la costa levantina de España y parte de Andalucía, desde Béziers (Francia), hasta Cádiz y penetrando a veces hasta Albacete o la frontera oriental de Navarra. En ese territorio los íberos estaban instalados hacia el siglo VII antes de Cristo y ahí se mezclaron y recibieron la influencia de fenicios, cartagineses y griegos para lograr una síntesis original.

Alguna de las obras expuestas tiene tras de sí anécdotas importantes que contar, como una cabeza de hombre, tallada en piedra, y que fue robada al Louvre a principios de siglo por el secretario de Apollinaire para ofrecérsela a Picasso. Este la compró y sólo años más tarde, cuando tomó conciencia de que, los museos no eran almacenes destinados a ser desvalijados por los artistas, la devolvió al principal museo de Francia.

. Por el camino la cabeza adquirió dos dimensiones y aparece en Les demoiselles d'Avignon, el célebre cuadro cubista sobre el burdel de la calle de Avinyó de Barcelona y no sólo eso, sino que esa cabeza es también un autorretrato a través de los siglos, una premonición del perfil del propio Picasso.

Después de las grandes exposiciones, dedicadas. a los etruscos, celtas o fenicios, la de los íberos es también una oportunidad para recapitular conocimientos y lanzar nuevas propuestas de investigación.

Los celtíberos hace ya años que se desvanecieron en la bruma de las historietas de El Jabato, que se atrevían a hermanar en el tiempo a mercaderes fenicios, trirremes romanas, Cleopatras e invasiones árabes. La iconografía íbera es la de un cielo desierto, sin dioses, y una tierra repleta de fenómenos inexplicables, con hombres que tocan el arpa y la flauta, jabalíes y lobos, de caballos que merecen acompañar a sus amos en el camino hacia el reino oscuro de los muertos, o de dragones y esfinges hieráticas, todo presentado de manera tan pronto muy sencilla y estilizada, tan pronto con preocupación realista, a veces bajo una lógica del espacio y el movimiento propia del cubismo, otras veces bajo el orden simple y mágico de una concepción infantil.

Gran parte del misterio de los íberos descansa, al margen de su capacidad para el eclecticismo, en la incapacidad para descifrar el significado de unas inscripciones que los expertos han aprendido a leer, pero no a comprender. "Nos falta un texto bilingüe", explica Jean Pierre Mohend, director de los laboratorios de investigación de los Museos de Francia. "De momento, sólo somos capaces de identificar los nombres propios, pero mientras no encontremos una misma plegaria o relato hecho en griego o latín, por ejemplo, y en íbero, no sabremos qué dice el texto escrito en este último idioma", afirma Mohend.

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