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DESPIERTA Y LEE
Columna
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La educación liberal

Fernando Savater

Si me piden dar motivos de especial afecto por Michael Oakeshott, sin duda uno de los más destacados filósofos ingleses del pasado siglo, aportaré dos. Para empezar, debutó con un librito escrito en colaboración con un amigo y titulado A guide to the classics. ¿Un vademécum para leer a Platón, Maquiavelo o Hobbes? El subtítulo aclara que las clásicas a las que se refiere no son obras filosóficas sino carreras de caballos: Cómo acertar el ganador del derby. Cuentan los afortunados hípicos que la leyeron que es una breve maravilla de agudeza. Segundo mérito: cuando cumplió setenta años se le incluyó en la lista de los que iban a recibir el título de sir de manos de la reina, pero fue borrado apresuradamente cuando se le detuvo en una playa por hacer el amor con una mujer que, para mayor pecado, era la suya. Nunca llegó a par, pero para mí permanece sin par entre tantos profesores insignes.

Componente básico de la "escuela" es "el alejamiento del mundo inmediato del estudiante"

Como Isaiah Berlin (el único pensador político comparable en la Inglaterra de su época), Oakeshott no escribió propiamente libros: sólo ensayos más o menos largos publicados en revistas especializadas y reunidos luego en volumen por su exegeta Timothy Fuller. Así son los titulados El racionalismo en la política y La política de la fe y la política del escepticismo, ambos editados por Fondo de Cultura Económica. Y también su libro póstumo La voz del aprendizaje liberal (editorial Katz) que recopila sus escritos sobre el sentido y los contrasentidos de la educación. Reflexiones a contracorriente de lo que hoy profesa tanto la pedagogía progresista como la más conservadora que merecen ser recordadas.

Para él, educar consiste ante todo en iniciar a las personas en las aventuras de la autocomprensión, haciéndolas capaces de participar en la inacabable conversación cultural hecha de símbolos, creencias, indagaciones y sentimientos en la que históricamente crecemos y vivimos. No se compone de la escueta declaración "de que un ser humano es una inteligencia autoconsciente y reflexiva y que no vive únicamente del pan, sino de las indagaciones, las acciones y los enunciados concretos en los que los seres humanos expresaron su comprensión de la condición humana". Lo que debe transmitir la enseñanza no es una simple y atareada preparación para el presente sino distanciarnos de él en beneficio del desarrollo de nuestra condición esencial. Componente básico de la idea de "escuela" es "el alejamiento del mundo inmediato y local del estudiante, de las preocupaciones de momento de ese mundo y de la dirección que éste le da a la atención del estudiante, ya que tal es el significado correcto de la palabra schole (y no 'tiempo libre' ni 'ocio')".

Por tanto, el compromiso educativo es a la vez una disciplina y una liberación; la una es posible en virtud de la otra. "La recompensa es una emancipación del mero 'hecho de vivir', de las contingencias inmediatas de lugar y tiempo de nacimiento, de la tiranía del momento y del servilismo de una mera condición actual; es el reconocimiento de una identidad humana y de un carácter capaz, en cierta medida, de la aventura moral e intelectual que constituye una vida específicamente humana". El pensamiento de Oakeshott es liberal sin el relente de pragmatismo botijero que el término merece entre nosotros. Aún podríamos citar aquí su crítica a la idea de la ciencia como modelo de toda comprensión válida o a la sustitución automática de "humano" por "social" como apellido del aprendizaje. Prefiero esta reflexión: "Lo único indispensable para la escuela es que haya maestros; el actual énfasis en todo tipo de aparatos (no sólo en el aparato de la 'enseñanza') destruye casi por completo la escuela". Escrito en 1972...

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