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Reportaje:

La escritura secreta de las chinas

Lisa See se adentra en la misteriosa jerga del 'nu shu' en la novela 'El abanico de seda', ambientada en el siglo XIX

La escritora Lisa See (París, 1955) viajó en el año 2002 al remoto condado chino de Jiangyong, en la provincia de Hunan, para conocer a la nonagenaria Yang Huanyi, custodia de una tradición antiquísima: el nu shu, un código secreto de escritura utilizado exclusivamente por las mujeres de aquella región.

A la anciana le habían vendado los pies de niña, una práctica brutal pero imprescindible para que sus padres le pudieran buscar un esposo con cierto rango. Unos pies femeninos diminutos y deformados por aquel vendaje atroz eran entonces el mejor reclamo para una sociedad fetichista dominada por los hombres. Aunque esta costumbre comenzó a prohibirse a finales del siglo XIX, siguió realizándose de forma clandestina en las zonas rurales. Fue Mao Zedong, que no era precisamente casto, quien le dio en 1951 la patada definitiva.

"Las mujeres escribían sus mensajes con trazos preciosistas y diferentes soportes", dice See

En ese mundo machista de matrimonios concertados no es extraño que las mujeres buscaran formas de evadirse e inventaran sistemas para comunicarse con sus amigas de la infancia. El nu shu es, sin duda, uno de los hallazgos más felices por su valor artístico y humano. Las mujeres que lo conocían escribían sus mensajes con trazos preciosistas en los soportes más variopintos. Cuando no podían echar mano de papel, los bordaban en telas y en abanicos o los pintaban en los cuerpos de las sirvientas.

Su secreto estaba tan bien conservado, que los agentes de la Revolución Cultural tardaron en encontrarlo y, aún más, en descifrarlo. Como a los revolucionarios ortodoxos les pareció un manejo escandaloso, demasiado individualista para sus mentes robóticas, los expertos encargados de la investigación acabaron sus días picando piedra en un campo de trabajo. Con el tiempo, se valoró su importancia histórica y hoy se dedican muchos esfuerzos a conservar el nu shu, una tarea complicada porque muchas inscripciones ardieron en rituales funerarios. Además, son muy pocas las mujeres que en la actualidad conocen este lenguaje tras el fallecimiento de Yang Huanyi.

"El origen del nu shu es legendario. Se cuenta que hace 1.000 años el emperador se encontró con un granjero que tenía una hija bellísima de la que se quedó prendado. La joven estaba muy bien educada y conocía la escritura de los hombres. El Emperador se la llevó a su palacio como una concubina más. Allí se encontraba muy sola. Por eso se inventó un código de escritura, para comunicarse con su madre y sus hermanas. El problema de esta historia es que no detalla cómo podían entender el nu shu la madre y las hermanas si no habían participado en su invención. Otros aseguran que es una lengua arcana que sobrevivió a la unificación del país", explica Lisa See, quien rescató todo lo que había aprendido del nu shu en su viaje para escribir una novela, El abanico de seda (Salamandra, en castellano; Edicions 62, en catalán). "Un dicho de la región afirma que cuando eres niña, obedeces a tu padre; cuando eres esposa, a tu marido; y cuando eres viuda, a tu hijo", añade.

En el libro, la autora narra las peripecias de Lirio Blanco y Flor de Nieve, dos niñas de clases sociales diferentes convertidas en laotong (almas gemelas) para toda la vida mediante una ceremonia con aliños de picaresca. Gracias al nu shu, podrán compartir consejos y recuerdos durante décadas encontrando así algo de consuelo a sus desdichas. La obra está ambientada en la China decimonónica, una época en la que el vasto imperio padeció el más cruento alzamiento contra la dinastía de los manchúes, la Rebelión Taiping. See prefirió escribir una novela, en vez de optar por un reportaje o un ensayo, "para cargar de emotividad el relato". A diferencia de otros autores, que han intentado sumarse con escaso acierto al filón de Memorias de una geisha, See se aproxima a la cultura china con la base de unos amplios conocimientos fruto de su propia biografía.

Lisa See, retratada ayer en Barcelona.
Lisa See, retratada ayer en Barcelona.CARMEN SECANELLA
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