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Las estrellas de África van al cine

Burkina Faso organiza el festival más importante del continente

Álvaro Corcuera

"Una sala de cine puede ser la vida de un barrio" es el lema del cine Wemtemga, en Uagadugú. Alejados del centro de la capital de Burkina Faso, unos 200 espectadores asisten a la proyección de los tres primeros capítulos de Los tres reyes de Malí, una serie de televisión de gran éxito, ambientada en el siglo XVIII. En este cine, el patio de butacas no tiene butacas, sino bancos metálicos, de color azul claro, al aire libre. Desde el asiento se ven las copas de los árboles, y miles de estrellas decoran el cielo africano: las ventajas de la falta de luz. Salvo en las avenidas principales de Uagadugú, el resto del país queda prácticamente a oscuras cuando cae el sol.

La pantalla del Wemtenga es una pared pintada de blanco. Desde hace un año, el cine en 35 milímetros ha sido sustituido por el sistema digital, mucho más barato. Por eso, los dos viejos proyectores Victoria de 1985 y 1987 ya no ruedan. A cambio lo hace uno más nuevo, conectado a un reproductor de DVD. Moumini Ouedraogo, de 53 años, es el proyectista desde hace casi tres décadas. Según cuenta, hace ocho años que no se llena la bancada, con capacidad para 700 espectadores. El cine en Burkina Faso cuesta entre 500 y 1.000 francos centroafricanos (entre 0,75 y 1,50 euros). Es caro si se compara con el sueldo mínimo que, según cuentan, ronda los 60 euros mensuales.

Antes de cada filme hay anuncios sobre hábitos de higiene o el uso del condón
"La gente tiene sed de ver sus propias imágenes", afirma el organizador

A pesar de que Burkina Faso es uno de los países más pobres del mundo -ocupa el puesto 204º en términos de PIB y solo una veintena de naciones están peor- lleva cuatro décadas haciendo posible el milagro del cine en África. Desde 1968, este Estado acoge el FESPACO, el Festival de Cine Panafricano de Uagadugú. Organizativamente es caótico y los medios son muy modestos. No es Cannes ni la Berlinale, tampoco el Zinemaldia donostiarra. Pero es el orgullo de un continente que sabe de su precariedad y que lucha con ahínco por progresar, también, en el terreno cultural.

El cine es además una herramienta educativa en África. Cinetoile, un programa de la Unión Europea y del Gobierno de Bélgica que lleva las películas hasta las aldeas más remotas de Burkina Faso y otros países limítrofes, busca no solo descubrir el cine a personas que jamás se han sentado frente a una pantalla, sino enseñarles hábitos de higiene o el uso del condón a través de pequeños anuncios previos.

Salimos de Uagadugú en dirección sur, hacia la carretera que lleva a Costa de Marfil, por donde circulan constantemente camiones cisterna de gasolina. Y es que es la salida más rápida de Burkina Faso, un país sin mar, en dirección al océano, por donde llega el combustible. Una hora después de abandonar la capital se ven pequeños pueblos de chozas de barro y paja. Por un desvío, un camino bacheado del color rojizo de la tierra del Sahel, enfilamos hacia Pitmoaga. En esta aldea sin luz ni agua corriente (lo habitual en Burkina Faso), destartalada y donde los cerdos corretean a su aire junto a la gente, hoy ha llegado el cine por primera vez.

La noche se acerca, y el tiempo pasa con la actuación de Floby, un grupo musical burkinés. Aquí no hay cubos de palomitas para un regimiento, ni vasos de plástico con un litro de coca cola. Aquí han matado a un cerdo, y están asando su carne. Aquí hay mujeres, hombres y niños que han caminado kilómetros para ver su primera peli, o para vender cacahuetes, o pequeñas bolsitas de refresco líquido fosforescente. Aquí hay gente que sobrevive. Gente que ha traído sobre sus cabezas cubos, calderos, cestos. Con arroz, con agua. Solo unos pocos afortunados han pedaleado sobre una bicicleta. Y solo los ricos muy ricos han venido en coche para marcharse después.

Cerca de mil personas se arremolinan en Pitmoaga mientras cae la noche. Verán la película Buud Yam, del burkinés Gaston Kaboré. "La gente tiene sed de ver sus propias imágenes. Estas veladas de cine llenan un vacío en la gente", señala Ouedraogo Wend-Bassida, responsable de Cinetoile en Burkina Faso. Niñas como Fadila, de ocho años, o como Masni, Natalie y Diana, de edades similares, explican: "Se ha pasado la noticia de boca en boca. ¡Hay cine, hay cine!". Asep, de 18 años, es una chica que raciona las palabras, muy tímida y que baja la cabeza cuando le preguntamos. Mientras se sube la camiseta para dar el pecho a su hijo Rachid, de nueve meses, musita: "Una vez vi una película. Se llamaba Maria la belle. Trataba de una chica que se ocupaba de sus hijos. Me gustó".

Otro hombre, con su cara marcada con tres cicatrices tribales, agricultor de 44 años y llamado Isa Ninkiana, asegura entusiasmado: "Esto es muy importante para el pueblo. Casi nadie ha visto una película. No tenemos televisión en casa". Sus preocupaciones están en otra escala: "Cultivo arroz, mandioca, judías. Este año hemos tenido buenas cosechas porque ha llovido. Pero el año pasado no recogimos nada por la sequía. Sobrevivimos gracias a que teníamos vacas". Al caer la noche, que en África es muy cerrada, la película empieza a rodar, y los ojos de los africanos, sin importar la edad, se abren de par en par.

Un operador del festival de cine de Burkina Faso.
Un operador del festival de cine de Burkina Faso.J. TUSELL / CASA ÁFRICA
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Sobre la firma

Álvaro Corcuera
En EL PAÍS desde 2004. Hoy, jefe de sección de Deportes. Anteriormente en Última Hora, El País Semanal, Madrid y Cataluña. Licenciado en Periodismo por la Universitat Ramon Llull y Máster de Periodismo de la Escuela UAM / EL PAÍS, donde es profesor desde 2020. Dirigió 'The Resurrection Club', corto nominado al Premio Goya en 2017.

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