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Reportaje:UN PAÍS DE CINE / DVD | Plácido

Un genial esperpento

La colección de cine español de EL PAÍS presenta 'Plácido', de Luis García Berlanga

La primera idea trataba de un banquete navideño en el que los ricos invitaban a los pobres, los primeros se comían las pechugas de los pollos y los segundos las alitas, algo muy influido por el director francés René Clair, que gustaba tanto a Berlanga. Ese proyecto, Siente un pobre a su mesa (título que finalmente prohibió la censura), fue adquiriendo connotaciones más ácidas cuanto más se rehacía el guión. Dado que ninguna productora se interesaba por él, Berlanga siguió dándole vueltas, con la ayuda de distintos colaboradores. Tenía tiempo. De hecho, habían pasado ya cuatro años desde que dirigiera su película anterior, Los jueves, milagro, tan deformada por la censura que, como se sabe, fue un cura censor quien acabó escribiendo la segunda parte de la historia, haciendo que los avispados comerciantes que simulaban apariciones de san Dimas para atraer turistas a su balneario se toparan con el auténtico santo bajado a la tierra para que se arrepintieran y fueran buenos. Es decir, que Berlanga, como casi todos, carecía de motivos para estar contento con lo que ocurría en España. Y, por si no estuviera clara la ausencia de libertad de expresión, estalló entonces el escándalo de Viridiana, la película española de Buñuel premiada en el Festival de Cannes y prohibida en España durante 17 años.

"Mis películas son dramáticas, agnósticas, escépticas, amargas si se quiere, anarquistas..."

En una de aquellas vueltas al guión se incorporó Rafael Azcona, escritor que ya había trabajado con Marco Ferreri en El pisito y El cochecito. Azcona reordenó el borbotón de ideas de Berlanga y estructuró la historia; se entendieron tan bien que han trabajado juntos durante muchos años. "Azcona es un hombre más moral, más deseoso de salvar a la humanidad que yo; con él hay más ternura", diría el director. Siente un pobre a su mesa se transformó en Plácido; la sonrisa se hizo agria, el humor malvado se convirtió en humor negro, expresión ésta que a Berlanga le molesta por su origen anglosajón: "Se trata del humor español, el de la picaresca española. Desde Quevedo a Buñuel, pasando por Goya y Solana, todo señor que haya intentado diseccionar a los españoles, es decir, diseccionarse a sí mismo, ha tenido que recurrir por fuerza a esto que llaman humor negro". Sea como fuere, Berlanga especificó en Plácido cuanto había desarrollado en sus (ya) corrosivas películas anteriores, Esa pareja feliz, Bienvenido Mr. Marshall, Novio a la vista, Calabuig, y esa carcajada suya sobre un país mediocre y pretencioso quedó definida como humor negro. Además, no ha parado de ejercerlo, y cada vez con mayor énfasis. Él lo explica gráficamente: "La acidez de estómago no aparece hasta unas horas después de haber comido".

En una ciudad de provincias, en Nochebuena, la empresa Ollas Cocinex patrocina una subasta de pobres a la que acuden artistas de Madrid. Cada familia postora se lleva su pobre a cenar a casa, mientras Plácido, contratado para que pasee por la ciudad una estrella navideña en su recién estrenado motocarro, debe abonar la primera letra del modesto vehículo antes de la puesta de sol. Con ese punto de arranque, Berlanga y Azcona construyen una película coral en la que no queda títere con cabeza: las gentes bienpensantes, los chupatintas, la milicia, la muerte... Espejo deformante de un mundo antiguo, mediocre y pretencioso, Plácido fue recibida con sorpresa por el gran público y aplaudida con énfasis por la crítica. Nominada para el Oscar a la mejor película de habla no inglesa en 1962, obtuvo dos premios del Sindicato del Espectáculo, uno de ellos al actor Manuel Aleixandre (el cuñado de Plácido) y dos del Círculo de Escritores Cinematográficos. Sin embargo, a pesar de tanto éxito, Berlanga no la consideraba "más dramática que mis películas anteriores: en todas existe el mismo arco. Son dramáticas, agnósticas, escépticas, amargas si se quiere, son películas anarquistas".

El aspecto coral de la película le estimuló a narrarla en su ya famoso estilo de plano-secuencia, donde se entrelazan situaciones diversas y contrapuestas que se desarrollan a la vez, estilo imposible sin la colaboración de grandes intérpretes. Berlanga, eterno admirador de los llamados actores secundarios, contó en Plácido con un plantel impecable en que cada cual hace un trabajo perfecto. A destacar, sin embargo, la divertida creación que López Vázquez hace del personaje de Gabino Quintanilla, el hijo del dueño de la serrería, coordinador de la campaña, "un malvado al que los pobres le importan un pimiento", según el actor: "Las películas de Berlanga son esperpentos no de la España de la época, sino de la España eterna".

Víctor Erice, aún crítico de cine, consideró que "el objetivo final de la película es mostrar la incomunicabilidad de las personas", y añadía: "Para mí, Berlanga es fundamentalmente un romántico".

Provocador e independiente

Nacido en 1921 en el seno de una familia republicana, este valenciano barroco, fallero, misógino, anarquista desconfiado de cualquier movimiento colectivo, provocador e independiente, se ha convertido en un puntal de la historia del cine español. Poeta en su juventud y estudiante de Filosofía y Letras, estuvo en Rusia alistado en la División Azul intentando que sus méritos patrióticos paliaran en algo la condena que sufría su padre. Dicen que es caótico y perezoso, pero en su haber existe un puñado de grandes películas y muchos proyectos que la censura o ciertos productores no le dejaron hacer. A trancas y barrancas, con grandes periodos de inactividad forzosa, ha realizado una obra personal e indiscutiblemente valiosa, en la que su protesta contra esta sociedad que él ve miserable e insolidaria se aviene con la defensa de la libertad del individuo.

Así lo explica él mismo: "Yo he dicho siempre que esta sociedad es una mierda, pero, por desgracia, mi cine y yo navegamos en el barco de esta sociedad. Puede que no sepa dar un golpe de timón a este barco, pero, por si acaso, lo que hago es mear siempre en el mismo sitio, a ver si consigo abrir un agujero por el que se termine hundiendo el barco".

Cuando acabó sus estudios cinematográficos en 1951, dirigió junto a Juan Antonio Bardem la tragicomedia Esa pareja feliz (1951), que supuso una de las primeras aproximaciones españolas al neorrealismo. A partir de ahí, con el triunfo de Bienvenido Mr. Marshall (1953), ha ido dando un repaso a la mediocridad de una España eterna, desde los años diez en Novio a la vista (1954) hasta los noventa con gobiernos socialistas (Todos a la cárcel, 1993), disparando sus esperpénticos torpedos sin encomendarse a dioses ni diablos.

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