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Adiós a un mito de Hollywood
Columna
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El genio discreto

En apenas unas horas, he pasado de entregarle el Premio Donosti a Meryl Streep a recibir la noticia de la muerte de Paul Newman. Ambos, mitos del cine de generaciones contiguas que representan una manera de entender el oficio de la que me siento próximo. En cierta medida son dos de mis referencias. Porque, al margen de otras consideraciones, el nuestro, el de actor, no deja de ser un trabajo, una profesión como otra cualquiera, una dedicación en la que quemamos nuestros días y gracias a la que nos ganamos la vida. Sin más. El divismo, la parafernalia comercial, la notoriedad pública son ingredientes imprescindibles que afectan, o de los que disfruta, una pequeña parte de quienes trabajamos en la industria cinematográfica, que precisa de una estructura económica que la sustente.

Aunque vivió bajo los focos, éstos le iluminaron lo justo, y nunca le deslumbraron
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Los ojos del cine ya no son azules

Estas reflexiones vienen a cuento de la petición de EL PAÍS de que trate de expresar mis impresiones ante la muerte de uno de los grandes del cine. "De actor a actor", me comentan. ¡Qué más quisiera yo! Su belleza abrumadora y tranquila, que pervivió en su vejez, con naturalidad y sin traumas; su mirada honda y azul; la milagrosa comunicación con la cámara, siempre rendida fuera cual fuera el plano que le encuadrara, son sólo algunos de los elementos que contribuyen a justificar el mito. Porque su conjunción no basta para explicar las cimas alcanzadas en esta profesión que trabaja con los sueños.

La gata sobre el tejado de zinc y El largo y cálido verano me vienen a la mente como trabajos actorales sólidos y profundos, y a la vez representativos de la espontaneidad que promulgaba uno de los representantes del Actors Studio, frente a la afectación imperante. Unos códigos que prenden con facilidad, y que persisten en El buscavidas, Dulce pájaro de juventud y La leyenda del indomable. En Dos hombres y un destino, junto a su álter ego Robert Redford, transforma el western, que no volverá a ser lo mismo. Y en Harry e hijo, quizá su obra más personal -que escribe, dirige e interpreta-, da salida a su desgarro íntimo por la muerte de un hijo. En fin, muestras todas ellas de una filmografía interminable que define a la estrella cinematográfica.

Pero el Paul Newman que quiero resaltar, aunque sean facetas de un único mito, es el que aparece ya desde su primera película, cuando pide disculpas públicas por lo que consideraba una interpretación desastrosa. También el que participa a fondo en los proyectos, sean cinematográficos o no, en los que cree que merece la pena implicarse. O el que mantiene una permanente discreción personal y familiar, pese a estar casado con la también actriz Joanne Woodward durante más de cincuenta años. En 2007 se apartó de la actuación al conocer su enfermedad, y hace un mes abandonó el hospital para morir en su casa, con su familia. Después de "poner en orden sus cosas", a lo que dedicó sus últimas semanas. Aunque vivió bajo los focos, éstos le iluminaron lo justo, y nunca le deslumbraron.

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