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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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A la hora de la seducción

Diego A. Manrique

Lo dice un personaje de Private lives (1930), la comedia del gran Noël Coward: "Extraordinary how potent cheap music is". Exacto: resulta extraordinario lo potente que es la música barata, cursi, populachera, cutre, etcétera. Coward hablaba con conocimiento de causa: aparte de dramaturgo, triunfó como compositor.

En un sentido amplio, la observación podría aplicarse a toda la música pop. Naturalmente, desde nuestra trinchera, argumentaremos que hay un pop creativo y otro que busca el mínimo común denominador, que insulta nuestra inteligencia, que adormece nuestros sentidos bla, bla, bla. Coloquialmente, eso se traduce en una oposición radical entre "música buena" y "música mala". En realidad, tales categorías son también el producto de una educación, un origen social, unos prejuicios, de la edad, incluso de la presión ambiental. Finalmente, consumimos música de acuerdo con nuestras necesidades y podemos llegar a deleitarnos con algo que, en circunstancias normales, consideraríamos por debajo de nuestro nivel cultural.

La distinción entre música buena y mala depende de los condicionantes culturales

Precisamente, unos investigadores franceses han profundizado en el poder de la música romántica. Por lo que leo, se trata del mismo equipo que demostró que la música sentimental impactaba sobre los clientes masculinos que entraban en una floristería: compraban más flores -y más caras- cuando sonaban de fondo ese tipo de canciones.

Su nuevo experimento parece un chiste (pero hablamos de "la douce France"). Buscaban calibrar el efecto de diferentes canciones sobre un público femenino, de entre 18 y 20 años. Exactamente, pretendían averiguar qué tipo de música las predispone a una posible aventura amorosa. Advierto que ni el objetivo ni los procedimientos suenan muy científicos. Más bien, parece una ocurrencia de alguna película de la nouvelle vague tardía: hasta el nombre del gancho, Antoine, sugiere un argumento de Truffaut.

Nos aseguran que Antoine fue elegido entre una serie de voluntarios, buscando cierto ideal de normalidad: ni un Don Juan ni un cardo. Se convocó a 87 jovencitas, a las que se explicó que deberían valorar unos productos alimenticios. En la sala de espera, como si fuera un capricho del hilo musical, unas escuchaban una canción empalagosa (Te quiero a morir, de Francis Cabrel) y otras una grabación considerada neutral (L'heure du thé, de Vincent Delerm). Imagino que lo de la "neutralidad" se refiere al tono: Delerm encarna a alguien que visita a una amiga, sin otras intenciones, y termina pasando la noche con ella.

Entraban en otra habitación donde una pareja muy profesional indagaba sobre sus preferencias gastronómicas, en una charla relajada. Al final, la entrevistadora se excusaba y dejaba a su compañero solo con la encuestada. Era entonces cuando Antoine intentaba ligar, con urgencia y aparente sinceridad: "Perdona, pero me has parecido encantadora. Me gustaría pedirte tu teléfono. Si no te importa, te llamaría para quedar y tomar algo".

Seguro que ya imaginan los resultados. Aunque Je t'aime a mourir se publicó antes de que ellas nacieran, todavía conserva un leve aroma afrodisiaco: el 52% de las que fueron arrulladas por el éxito de Cabrel accedió a la petición de Antoine. Por el contrario, solo el 28% de las que escucharon el tema de Delerm -"pasé para tomar un té / y he pasado la noche"- entró en el juego del seductor.

¿Hay una enseñanza? No la obvia: cada persona es un misterio y en cualquier elección afectiva entran demasiadas variables; para algunas, quizá Delerm resulte desconocido, algo pijo o emocionalmente gélido. Piensen en el propio Noël Coward: aparentemente, encarnaba el no va más de la frivolidad. No para los nazis: figuraba en el Libro Negro, donde se detallaban los notables que, tras la invasión del Reino Unido, serían detenidos por la Gestapo y fusilados.

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