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Las huellas de Vargas Llosa en París

Antonio Jiménez Barca

Enfermo de fetichismo literario, en sus jóvenes años parisienses Mario Vargas Llosa visitó con gusto la casa de Victor Hugo y la de Balzac en la capital francesa e, incluso, viajó a la Normandía de Flaubert para visitar su casa de Caen y llevar flores a su tumba. Ahora, las huellas de Vargas Llosa en la ciudad de París, donde vivió siete años decisivos en los que se forjó como narrador, quedan fijadas en una interesante página web del Instituto Cervantes (http://paris.rutascervantes.es) para goce de fetichistas literarios de este siglo: los lugares que habitó, donde trabajó o que se quedaron en su memoria para siempre.

Con 24 años, un cuento publicado en una revista y una beca prometida que nunca se hizo realidad, Vargas Llosa desembarcó en París en 1957 con dos objetivos claros: el primero era quedarse durante aquellos años en esa ciudad-mito para cualquier latinoamericano con ambición literaria. "Yo crecí soñando con París", asegura. La segunda meta era convertirse en escritor de verdad.

Durante buena parte de su estancia habitó un diminuto apartamento que existía en el número 17 de la calle Tournon, a un paso del Panteón, en el Barrio Latino. Todavía existe. Recientemente, el último Premio Nobel de literatura, que pasa frecuentes temporadas en la ciudad, visitó esa calle y desde el patio interior de la casa, se detuvo a mirar por el cristal hacia la escalera estrecha que subía -que aún sube- al tercer piso. "Todo sigue igual", se dijo a sí mismo en voz alta, con la frente aún pegada al vidrio.

Durante muchos años regresó cada madrugada de su trabajo de Radio Francia Internacional a ese apartamento, subía las escaleras, se echaba a dormir y luego, por la mañana, se dedicaba a escribir lo que después se convertiría en su primera obra maestra La ciudad y los perros. "Era un trabajo cómodo, que me daba tiempo por las mañanas y que permitió, de paso, conocer a muchos escritores a los que entrevisté, como Borges", recuerda Vargas Llosa.

Mitómano en una ciudad-mito, el joven Vargas Llosa abordó al admirado Albert Camus a la salida de un ensayo teatral y años después, coincidiría con el otro tótem literario, Jean-Paul Sartre, en un acto político-cultural en defensa de unos presos políticos peruanos. "París era entonces, todavía, un faro cultural de primer orden", reflexiona. "Había sido la gran ciudad cultural del mundo y todavía lo era. Además era una ciudad barata, en la que se encontraba trabajo fácilmente. Yo alcancé a conocer esa ciudad que creo que ya no existe".

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.
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