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DESPIERTA Y LEE
Columna
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Los incorrectos

Fernando Savater

Padre, me acuso de haber leído libros de Philippe Sollers. ¿Cuántas veces, hijo? Muchas veces, porque los he leído casi todos. Es que me gustan... Mal asunto, veo que no hay arrepentimiento y sin él no puedo darte la absolución. Como penitencia, vete leyendo la obra completa de Saramago y Belén Gopegui. Cuando hayas llegado al dolor de corazón, vuelve por aquí...

Bromas aparte, leer a Sollers se ha convertido en algo mal visto y decirlo en voz alta casi en una provocación en ciertos cenáculos intelectuales (el resto del universo, bastante amplio, ignora olímpicamente quien pueda ser el señor Sollers). Lo cual no deja de tener guasa, porque en su día constituyó una moda y frecuentar sus páginas era requisito inexcusable para estar in. Desde luego, hay un problema con Sollers: su único tema es él mismo, sus filias (que ayer incluían a Mao y hoy a los Papas), sus fobias (numerosas y acendradas), sus episodios eróticos (envidiablemente numerosos según su crónica), sus lugares preferidos (¡Venecia!), sus autores de culto (Casanova, Nietzsche, Rimbaud, Mozart, Picasso, Melville...) y todo por el estilo. Lo suficiente para irritar a más de uno. Claro que también tiene una ventaja: escribe un francés sabroso, matizado e imaginativo. Y es muy inteligente, incluso (o sobre todo) cuando se atarea en perpetrar bobadas arbitrarias.

Sollers ha contraatacado titulando su único libro explícito de memorias 'Una verdadera novela'

Lo más divertido es que Sollers se empeña en presentar cada uno de sus ensayos autobiográficos como si fuesen novelas, travistiendo con nombres postizos y leves variaciones de personalidad a sí mismo, a sus amantes y sus amigos más célebres: son memorables y despiadados los retratos enmascarados que hace en Femmes de Althusser, Lacan y Roland Barthes. Como la crítica niega el estatuto de ficción a esas elucubraciones discursivas, el escritor ha contraatacado titulando su único libro explícito de memorias Una verdadera novela (editorial Páginas de espuma) para burlar de nuevo la frontera estereotipada de los géneros. Se le reprocha -desde hace años...- que ha perdido mordiente, que se repite, etc.... pero yo he disfrutado con su último libro, Les voyageurs du temps (ed. Gallimard), tanto como con cualquiera de los otros. Por lo visto me va su marcha.

La silueta de Sollers es omnipresente en el verboso, ácido, a veces estomagante pero morbosamente entretenido intercambio de mails entre Michel Houellebecq y Bernard-Henri Lévy: Enemigos públicos (ed. Anagrama). ¡La de cosas que tienen que contar ambos de sí mismos, cuántas quejas que proferir y cuántos elogios que intercambiarse! Sírvales de excusa que tienen una caterva de detractores tan pertinaces en machacarles como ellos en afirmarse. A BHL se le han multiplicado últimamente, a partir de que picó en un canular (en este caso, un canular echaîné) y citó como autoridad contra Kant a un autor ficticio inventado por un humorista. Cuando el ínclito Alain Badiou propone como ejemplo de moral en acción a los guardias rojos maoístas, se trata de una audacia que encanta a sus pasmados admiradores: pero a BHL no están dispuestos a perdonarle ni una.

Sollers, Houellebecq, B-H. Lévy... si a ustedes les pasa como a Rafael Sánchez Ferlosio, quien confiesa que le caen simpáticos los antipáticos, disfrutarán con estos incorrectos y provocadores exhibicionistas. Les servirán para reflexionar sobre el acosado y fiero oficio de escribir en este siglo. Aunque si prefieren el silencio que renuncia pueden volver a la obra maestra de Hermann Melville, Bartleby, el escribiente, reeditada por Ken en una cuidada edición, bilingüe e ilustrada. Dolor puro y humanidad despojada, sin resabio alguno del estruendo mediático...

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