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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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El 'indie' y sus reticencias

Diego A. Manrique

El pasado mes, un artículo del blog jenesaispop.com generó alboroto en el ambientillo indie. Firmado por Supervago, se titulaba "Los indies son pobres porque quieren". Empezaba fuerte: "Todos los días nos quejamos de que la música que suena en España es horrible, que la lista de ventas es la que menos discos reconocidos por la crítica contiene de toda Europa, que es una injusticia que artistas como La Buena Vida o Fernando Alfaro no puedan vivir de la música. Sin embargo, la culpa no siempre es de las multinacionales y sus productos. En muchos casos cada grupo indie se gana su fracaso comercial con despropósitos promocionales. ¿No les interesa vivir de la música sino que la gente piense que son auténticos?".

La música creativa ha desaparecido de las televisiones nacionales

Supervago lamenta la carencia de medios que reflejen las andanzas de sus héroes. Lo comparaba con el New Musical Express. El semanario británico utiliza técnicas de tabloide para mantener el interés de sus lectores, contaminando a los genuinos tabloides, que finalmente cubren las hazañas de los hermanos Gallagher, Peter Doherty o Amy Winehouse.

No son buenos ejemplos: dudo que los artistas nacionales aceptaran una fama que suponga someterse a tan tiránico escrutinio mediático. Con buenos motivos: no tienen mucha cintura -ni equipo de "control de daños"- para situaciones comprometidas, como está demostrando Bunbury.

En los 80, Alaska cantaba "quiero ser un bote de Colón / y salir anunciada en la televisión". Los indies de hoy apreciarán la ironía: sólo salen como fondo de spots. Aparte de La Dos, la música creativa ha desaparecido de las televisiones nacionales; uno de los condicionantes que asfixian a nuestros músicos. Otro condicionante: el desinterés de las grandes discográficas. En Londres, funciona la política de chequeras: los grupos indies llamativos son fichados por las grandes (cuando no graban de principio para sellos financiados por multis). Eso no suele ocurrir aquí; cuando ocurre, no se garantiza final feliz, como algunos deducen de la actual frialdad entre EMI y Deluxe.

Aunque el texto no profundice en ello, el problema central es la actitud. ¿Hay pavor a triunfar? Sí, si se trata del éxito convencional. Si bien ellos nunca lo expresarían así, uno sospecha que Los Planetas prefieren sabotear sus posibilidades comerciales. Pueden permitirse menospreciar sus ventas discográficas: cobran unos 50.000 euros por bolo. Los siguientes en el escalafón tienen economías mucho menos saneadas y, llegando a la segunda división, se evidencia la escasez en los presupuestos de grabación y promoción.

Generalizando, se palpa un claro temor a saltar al mainstream. Y es que la policía del indie castiga a quienes ansíen abrir mercados; esas ambiciones, aparentemente, son cosas de adultos maleados. Por el contrario, exhiben modos colegiales: hay publicaciones, programas radiofónicos, páginas web que producen verdadero rubor por su infantilismo. Sistemáticamente, se ignora la dimensión profesional: periodistas y locutores ocultan las verdaderas ventas, que tienden hacia lo minúsculo, y tapan los frecuentes conflictos entre grupos y disqueras.

Así que el mundillo indie tiene mucho de fantasía consensuada. Entre los polos del autismo y la marginación, se mantiene una fértil actividad condenada a la clandestinidad. Una generación de grupos que solo florecen en verano, con los festivales, y que van desapareciendo según sus miembros se hacen adultos e ingresan en el mundo real. Desde fuera, parece un triste desperdicio de energías.

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