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Reportaje:Un revolucionario del arte del siglo XX

Un maestro abstracto, pop y confuso

Muere Robert Rauschenberg, uno de los últimos grandes del arte contemporáneo

"No puedo imaginarme vivir sin confusión. Siempre he sido de la clase experimental". Robert Rauschenberg, uno de los últimos titanes del arte contemporáneo del siglo XX, hizo de aquella frase su credo profesional hasta que el pasado lunes, a los 82 años, un ataque al corazón acabó con su vida en su estudio de Captiva Island, en Florida. Rauschenberg, junto a Jasper Johns, marcó la transición entre el expresionismo abstracto y el arte pop en las artes visuales, aunque nunca se limitó a un solo medio.

En Nueva York, la ciudad que le adoptó en 1949, fue un estudiante de arte recién licenciado al que la falta de dinero obligó -al igual que a otros como Richard Serra- a incorporar a sus obras residuos de las calles. La ciudad celebró a principios de 2006 una de sus últimas grandes exposiciones. El Metropolitan Museum of Art dedicó una retrospectiva a sus llamados Combinados, quizá sus obras más representativas y revolucionarias: con ellas, Rauschenberg rompió las barreras formales entre escultura, pintura, fotografía, tecnología, performance y collage. A finales de los noventa explicó: "Escuché que a Calder nadie le prestaba atención porque no sabían cómo llamar a sus propuestas. Cuando se le ocurrió bautizarlas mobiles, empezó a tener éxito. Por eso me inventé el término combinados para definir algo que no era ni pintura ni escultura. Y funcionó". La historia cuenta que fue Jasper Johns el que le sugirió el nombre, algo nada sorprendente, ya que, además de grandes amigos, ambos fueron amantes y establecieron una fuerte relación profesional en la que literalmente pensaban "ideas para el trabajo del otro. "Él me ofrecía una y yo tenía que pensar en otra para él", declaró en la biografía Grandes artistas del siglo XX de Calvin Tomkins.

Su relación con Jasper Johns fue de aprovechamiento mutuo
En los cincuenta escandalizó a la crítica con obras como 'Cama'
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A mediados de los años sesenta, tras obtener la medalla de oro en la Bienal de Venecia, ascendió al olimpo del arte contemporáneo. Pero antes de que sus obras se vendieran a más de treinta millones de dólares -Sotheby's tenía previsto subastar hoy en Nueva York tres de ellas y se espera que, a causa de su muerte, su valor se dispare- el mundo del arte tuvo primero que digerir el escándalo que a mediados de los cincuenta provocaron piezas como Cama (1955). Aquel catre con almohada, sábanas y manta que Rauschenberg compró durante sus años de estudiante en Black Mountain College se transformó en obra de arte al colocarla en posición vertical y pintar sobre ella una mañana en que se levantó inspirado, pero sin dinero para adquirir un lienzo. La visión de aquel objeto en una exposición provocó las iras de la crítica de la época. Pero ya era tarde. La galerista Betty Parsons y poco después Leo Castelli le habían abierto las puertas del cielo, y, pese al atrevimiento, ya no había marcha atrás. Su entusiasmo por los materiales encontrados y su rechazo hacia la angustia del expresionismo abstracto que dominaba la vanguardia americana a principios de los cincuenta, se tradujeron en una nueva forma de enfrentarse al arte que abriría nuevas corrientes como el pop y el arte conceptual.

Célebre por su carácter socarrón y sureño (nació en Port Arthur, Tejas), bebedor indestructible y generoso como pocos -cuando se hizo rico donó millones a ONG, investigación médica y políticos demócratas-, Rauschenberg también fue íntimo amigo y colaborador de John Cage y Merce Cunningham, con quienes comenzó a trabajar en los años cincuenta y con quienes hace apenas seis meses aún tenía energía para nuevos proyectos, firmando la escenografía de la pieza Xover, con música de Cage y coreografía de Cunningham.

Robert Rauschenberg, en una fotografía tomada en 1991.
Robert Rauschenberg, en una fotografía tomada en 1991.EFE
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