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Reportaje:

Aquella maravillosa música

Encuentro con el mítico productor estadounidense Joe Boyd y el españolMario Pacheco - Juntos evocan el sonido que forjaron en los sesenta y los setenta

Pablo Guimón

Se conocieron en la azotea del Café de París, en Marraquech, contemplando la puesta del sol, compartiendo cervezas y canutos. Era 1969. "Todos los hippies iban allí al atardecer", recuerda Joe Boyd. "Yo estaba al lado de un tipo rubio, y le conté que trabajaba en la industria musical. Le dije mi nombre y me preguntó: '¿Tú eres ese Joe Boyd que produjo The Incredible String Band? ¿Y por qué terminaste aquella canción así? Me dejó boquiabierto'. ¡Me regañó por una mezcla! Era una banda que ni se había editado en España, y este español con el que estaba sentado en Marruecos sabía todo sobre ellos".

Hablar de su pasión les unió desde aquel día. "Lo único mejor que la música es hablar de música", decía García Márquez, y esa frase es la que sirve de título al prólogo que escribió aquel chico de la azotea del Café de París, casi cuarenta años más tarde, para la edición española del libro de su amigo Joe Boyd Bicicletas blancas (Global Rhythm, 2007), volumen clave para entender la música de los sesenta.

Pacheco: "El arte contemporáneo es más idea y menos oficio"
Boyd: "Antes nada era perfecto. Hoy la perfección es un desastre"

Aquel chico era Mario Pacheco (Madrid, 1950), hoy una leyenda viva de la trastienda de la música en España. Impulsor del nuevo flamenco, autor de la fotografía de portada de La leyenda del tiempo, de Camarón, visionario promotor de conciertos y propietario, desde 1982, de la exquisita discográfica Nuevos Medios. Él y Joe Boyd se encontraban ayer en Gijón, donde por la noche hablaron en el Festival Palabra y Música en el teatro Laboral. Y unas horas antes charlaron juntos, para EL PAÍS, sobre una industria que prácticamente vieron nacer y que prácticamente están viendo morir.

El rock nació a las 21.30 del 25 de julio de 1965 en Newport, Rhode Island. Y Joe Boyd (Boston, 1942) estaba allí para permitir que ocurriera. Aquella noche, en el purista festival de folk de la ciudad, Bob Dylan subió al escenario con cinco músicos y tocaron tres canciones a un volumen ensordecedor para la época. Boyd era el director de escena del festival. El que les enchufó los instrumentos. El público sabía que estaba asistiendo a algo trascendente. El punto de inflexión de aquel viaje del idealismo al hedonismo que fueron los sesenta. "Los de la vieja guardia bajaban la cabeza derrotados", recuerda Boyd, "mientras que los jóvenes parecían abatidos. Se habían dado cuenta de que su victoria entrañaba la muerte de algo maravilloso".

Boyd ha sido protagonista a la sombra de parte de lo que sucedió en la música anglosajona en los sesenta y setenta. Llevó a bluesmen como Muddy Waters a Inglaterra, produjo a Eric Clapton, REM y Billy Bragg, descubrió a Pink Floyd y a Nick Drake, dirigió las bandas sonoras de películas como La naranja mecánica, y un largo etcétera.

Para él, la gran diferencia entre hacer música en los sesenta o ahora radica en la tecnología. "Cuando yo empecé a hacer discos se acababa de pasar de grabar en dos pistas a hacerlo en cuatro", explica. "La forma más sencilla de usarlo era tocar todos a la vez. En 1967, los Beatles grabaron Sgt. Peppers con dos cuatro pistas conectados entre sí. Todo se grababa en vivo, había un sentimiento de actuación, nada era perfecto. Hoy, con las herramientas informáticas, puedes hacer lo que quieras. Y la perfección es un desastre. Si tienes pistas infinitas en un ordenador, construyes algo con pedazos sacados de decenas de tomas. Acabas con algo que suena perfecto, pero sin vida".

Ahora cualquiera puede grabar un disco de calidad profesional en su habitación con un ordenador portátil. Y esa teórica democratización de la música puede no ser del todo positiva, coinciden ambos. "Eso empezó con el hip hop", opina Pacheco. "Tiene que ver con las ideas y el oficio. El arte contemporáneo es más idea y menos oficio. Miguel Ángel tenía oficio, los artistas contemporáneos tienen ideas. En música pasa igual. Desde el hip hop cualquiera puede hacer un disco. No tienes que cantar, puedes hablar. No tienes que ser músico, puedes usar samplers. No estoy seguro de que eso sea una democratización. Yo entiendo la música como un acto colectivo".

"Una de las cosas que no me gustaban de los sesenta era el antecedente ideológico de esta democracia tecnológica", añade Boyd. "Esa idea de que el arte de cualquier persona es válido. Yo siempre he sido un elitista en música. A mí no me gusta el folk, el blues, el jazz. A mí me gustan los grandes músicos. Defiendo ese sistema darwiniano".

Los dos coinciden en que la tecnología ha devaluado la música. "El propio sonido digital empobrece la música", dice Boyd. "Es raquítico, no comunica la intensidad emocional de la manera en que lo hace lo analógico. Y a medida que el producto mengua, de vinilo a CD, de CD a nada, se convierte en menos valiosa como posesión. La música ya no tiene tanto impacto. La mayor publicidad que ha recibido ninguna cosa musical recientemente, el mayor impacto mundial, fue el pezón de Janet Jackson saliéndose en la Super Bowl".

¿Y qué le aconsejaría hoy Joe Boyd a un joven amigo que quiera dedicarse al negocio de la música? "Me siento muy afortunado de haber empezado en los sesenta", responde, "cuando nadie sabía cómo hacer las cosas y si tu actuabas como si supieras, progresabas. Pero creo que ahora es lo mismo. Nadie sabe qué hacer, así que si tienes 20 años y conoces bien Internet, es un buen momento. Aunque quizá ir a las majors no sea la mejor idea".

Joe Boyd, a la izquierda, y Mario Pacheco, ayer en Gijón.
Joe Boyd, a la izquierda, y Mario Pacheco, ayer en Gijón.PACO PAREDES

Dos leyendas en tres pinceladas

Joe Boyd y Mario Pacheco han conocido a las grandes figuras de la música, han asistido a conciertos memorables y poseen ambos abrumadoras colecciones de discos. Obligados a elegir, ¿con qué se quedarían?

- La persona que más le ha marcado:

Joe Boyd. Creo que es una persona a la que no conocí. Siendo un adolescente, leí un libro llamado The country blues, de Sam Charters. Había en él un personaje llamado Ralph Peer, un tipo que iba por ahí grabando cantantes de blues y country en los años treinta. Me dije: quiero ser él. Y me alegro de haber podido hacer, modestamente, cosas como las que él hizo.

Mario Pacheco. Después de Joe Boyd, de quien he aprendido tanto, Camarón de la Isla. Era muy importante y lo sabía, pero le importaba un carajo. Era el mayor encantador de serpientes que he conocido.

- El mejor concierto

J. B. El último show de la gira de The American Folk Blues and Gospel Caravan

[compuesto por Muddy Waters, Rosetta Tharpe y Otis Spann, entre otros], que produje en 1964 en el Reino Unido. Mi recuerdo es el de una actuación sencillamente irrepetible.

M. P. Para mí, por lo que significó, el de Jimmy Hendrix en el festival de la isla de Wight en 1970.

- El disco que se llevaría a una isla desierta

J. B.

Un elepé doble que tengo de los Comedian Harmonies, un grupo alemán de los años treinta. Es lo que siempre creí que llevaría a una isla desierta. Combina muchas cosas, es muy complicado. Eran unos alemanes intentando sonar como el jazz estadounidense y fracasando estrepitosamente, pero de una forma maravillosa.

M. P. Bill Evans At The Village Vanguard. Es una grabación terapéutica.

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Sobre la firma

Pablo Guimón
Es el redactor jefe de la sección de Sociedad. Ha sido corresponsal en Washington y en Londres, plazas en las que cubrió los últimos años de la presidencia de Trump, así como el referéndum y la sacudida del Brexit. Antes estuvo al frente de la sección de Madrid, de El País Semanal, y fue jefe de sección de Cultura y del suplemento Tentaciones.

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