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No es lo mismo (but we like it)

Un Alejandro Sanz en la plenitud de su madurez abarrota una vez más el Palacio de los Deportes

Pasa la vida, que dirían los hermanos Amador. Y como estamos viviendo deprisa y pasa la vida a todo trapo, cuesta creer que hayan transcurrido ya casi 19 años desde aquellas navidades de 1991 en que Alejandro Sanz abarrotó por vez primera el Palacio de los Deportes. Aún éramos la viva estampa de la candidez y gastábamos un par de tallas menos de pantalón, pero ya entonces aquel chico moreno con deje andaluz y casa en Moratalaz le sacaba partido a su cara de pillo y a un romanticismo como solo se recordaba a orillas del Adriático. El hombre maduro de esta noche sigue desatando arrebatadas pasiones colectivas, pero, para lo bueno y lo malo, no es lo mismo. Lo resumía muy bien Blanca, una guapa vallisoletana de 29 años que no dejó de corear un solo verso: "Aunque a mí me sigue encantando, ya no me pintaría 'Alejandro' en la cara ni loca. Como que no".

Y nos dieron la diez (y cuarto), como en el reloj de nuestro antiguo Conde Crápula, y Alejandro Sánchez Pizarro abandonó las bambalinas para ganarse los primeros piropos de sus fieles madrileños. Ya ha superado los 40, lleva media vida en los escenarios y, claro, se las sabe todas. Ha incluido en esta gira del disco Paraíso express unos efectos de luces en tres dimensiones muy resultones y le escolta una banda pétrea sin margen para el error. Pero Alejandro es el primero que no baja el listón: interrumpe Corazón partío (¡nada menos!) al octavo compás "porque le falta guitarra", y así con un par de canciones más a las que concede "una toma dos". Olé.

Todo lo que fue es todo lo que es, como él mismo proclamó en su primer disco, así que Alejandro obra en consecuencia. Ese fue el segundo tema de la velada, y Viviendo deprisa, el que titulaba aquel fulgurante debut de 1991, asomó en tercer lugar. Salvo el ominoso episodio adolescente de Alejandro Magno, el hombre que ayer convocó a 15.000 seguidores encandilados (incluidos el príncipe y Letizia) lleva ocho discos manteniendo la coherencia y no tiene grandes pecados de los que arrepentirse. Y eso que en dos décadas otros acumulan no solo pinchazos en las cervicales y escabechinas en la dentadura, sino unos cuantos patinazos.

Con un poco de ayuda de los amigos, según la clásica proclama de Ringo, todo resulta más sencillo. Alejandro tira de agenda y en un par de telefonazos convoca a sus amiguísimos Malú o Dani Martín, con peinado de chico mayor. Pero la gran sorpresa de la noche la protagoniza, ya ven, ese zalamero con ricitos llamado David Bisbal. "Un besito, Madrid", proclama el almeriense antes de multiplicar el potencial lacrimógeno de Nuestro amor será leyenda. Tiene esa canción una cierta vocación de sintonía para oenegé, probablemente; pero te pilla con el día tonto y acaba encogiéndote la boca del estómago.

Ale, Ale, Alejandroooo, Alejandroooo. Como si el pabellón fuera una transmutación colectiva (pero menos histriónica) de Lady Gaga, Sanz se llevó a casa otro inmenso baño de cariño. Y no quiso disimular su deleite: "Mi paraíso particular, mi Madrid, va aquí dentro enlatado a presión", confesó golpeándose el pecho. Es solo pop melódico, del que en el Genius de iTunes jamás sonaría junto a los Stones, but we like it. Porque bien acaba lo que bien hecho está.

Alejandro Sanz, en el Palacio de los Deportes.
Alejandro Sanz, en el Palacio de los Deportes.CLAUDIO ÁLVAREZ
Letizia asiste al concierto.
Letizia asiste al concierto.EFE
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