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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un misterio indescifrable

Se hacen apuestas sobre la solución al siguiente misterio: la plaza, hasta la bandera y un público amable donde los haya, una corrida del clavel (sinónimo de espectáculo de lujo), dos figuras consagradas y una en ciernes, ganadería postinera y seis toros manejables -con sus problemas, pero muy manejables-, algunos de ellos aplaudidos en el arrastre, y nada de interés para el recuerdo. Bueno, un par de banderillas de Manuel Montoya en el sexto de la tarde, ejecutado con mucha verdad, y se acabó la corrida. Añádesele una espeluznante voltereta de Castella en un descuido tras entrar a matar a su primero, y una caída aparatosa del subalterno Juan Rivera en el último cuando intentaba guarecerse en un burladero.

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¿Y cómo es posible que con tantos mimbres nadie haya sido capaz de hacer un cesto? ¿Cómo es posible que las figuras de hoy hayan sido tan incapaces de hacer nada a derechas con toretes comerciales que ellos imponen y eligen uno a uno? Un misterio indescifrable.

Ahí va una idea por si sirve de acertijo: el torero de hoy no está preparado para sortear dificultades; el toreo artista que piden los públicos modernos exige un toro perfecto: noble, con fijeza en los engaños, largo de embestida, y, sobre todo, que no destaque por su codicia, que no ahogue a su matador, que no moleste, que permita estar delante sin agobios... Y las figuras actuales triunfan con esos toros por esas plazas de segunda y festivaleras que tanto abundan en este país.

El problema aparece cuando el toro es noble, pero plantea algún inconveniente; por ejemplo, como los de ayer: que si su viaje no es lo suficientemente largo, si tira un derrote al final del muletazo, si embiste con la cara a media altura, etc. Entonces, el torero, la gran figura moderna, se descompone, se vulgariza y muestra una incompetencia preocupante.

¿Con qué argumentos se puede criticar a los tres novilleros del lunes, incapaces y temerosos, ante una novillada dificilísima de Moreno Silva, y tapar a las figuras de ayer que protagonizaron uno de los ridículos más vergonzantes de los últimos años? A El Cid, Castella y a Pinar había que haberlos visto con esos novillos, y no es difícil imaginar el naufragio que hubieran protagonizado.

No hay derecho, señores, que una plaza como las Ventas se llene a rebosar para asistir a un lastimoso espectáculo de tres señores toreros apáticos, conformistas, incapaces e incompetentes. Ni por asomo estuvieron a la altura de la nobleza de la corrida; ni por asomo demostraron su condición de figura, ni merecieron el honor de hacer el paseíllo en tarde de claveles.

El Cid brindó al público su segundo toro, y a fe que lo intentó con todas con fuerzas. Y surgió algún natural entonado, un par de derechazos que supo al torero de otra época, pero nada que ver con el diestro poderoso y artista que se ganó a esta plaza en tardes de gloria. Y aún no se sabe qué no le vio al toro para no cortarle las orejas. Y su primero derrotaba al final del viaje y, claro, el torero no está tranquilo y no le sale nada a derechas. El Cid está para no estar.

¡Qué vulgaridad, por Dios, la de Castella! Su primero no se rebosaba en la embestida y el segundo fue un inválido. Pero, ¿y el torero? Pura bisutería taurina. Y, a falta de toreo, un arrimón que no sabe a nada. Y una voltereta final, espantosa, que, felizmente, sólo quedó en magulladuras. Pero de toreo bueno, ni una pizca.

Y quedaba la esperanza del más joven con el mejor toro -el sexto- de la tarde: bullanguero, sin mando, despegado, desbordado... Un horror. Y mediocre, muy mediocre, sin atisbo de imaginación, en el tercero.

Continúa el misterio. Bueno, es que, al menos, ayer, los tres toreros fueron muy malos, y no hicieron honor al título del que presumen.

EFE
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