El modelo canadiense

Lástima: sólo recordamos a Canadá cuando hay elecciones en Quebec, la belle province tan presente en el imaginario de nuestros nacionalistas. Más allá de su arquitectura constitucional, Canadá puede enseñar mucho; como experimento social, resulta fascinante. Independizados en 1867, se dice que los canadienses miraron a Estados Unidos y decidieron ceder algo de libertad a cambio de seguridad. Hoy, Canadá no tiene nada que envidiar en libertades.
Un dato, aunque suene feo: recibe turismo sexual desde EE UU. Y crece la suspicacia de la derecha estadounidense, parodiada en el "Échale la culpa a Canadá" de South Park. Canadá ha sido también el laboratorio para ingeniosas políticas de proteccionismo cultural. Desde mediados del siglo XX, se exigen cuotas de contenido canadiense en la programación de radios y televisiones. Apuestan por preservar su identidad y alentar la diversidad.
Ah, eso identificaría a Canadá como país en declive, según José María Aznar. En 2004, el ex fue a Washington a sentar cátedra: "No tengo miedo de la universalización y de la globalización. Los países que no tienen culturas y lenguas expansivas son los que defienden la excepción cultural. Esta actitud es el refugio de las culturas que están siendo derrotadas y que están en retroceso".
Los canadienses, aunque mayoritariamente anglófonos, no se fían. En gran parte, viven junto a la frontera con EE UU y están inundados por productos gringos, incluyendo los culturales. Ignorar esa omnipresencia equivale, según Pierre Trudeau, a dormir con un elefante: "Por muy benigna y considerada que sea la bestia, te afecta cada sacudida y cada ronquido".
En la radio, esas medidas profilácticas exigen que el 35% de la música cumpla al menos dos de las cuatro condiciones del anagrama MAPL: que la Música, la Letra o el Artista sean canadienses o que haya sido Producido en Canadá. El sistema se va perfeccionando y afronta la picaresca de las "horas del castor": se concentra la música nacional en las peores franjas horarias. ¿Y funciona? Según los sellos independientes, no: las emisoras prefieren las Céline Dion y los Bryan Adams de turno. El actual boom del indie canadiense fue catalizado por medios foráneos: sólo ahora suenan Arcade Fire, Broken Social Scene o The Dears. ¿Nos importa eso? Quizá sí: con el hundimiento de la industria, las multinacionales despedirán artistas españoles; éstos, como ocurrió en Argentina, deberán buscarse otra salida para sus discos.
Para los evangelistas del libre comercio, se trata de una aberración: "Prácticas soviéticas que generan mediocridades". Alegan que sus grandes cantautores -Neil Young, Joni Mitchell, Leonard Cohen- triunfaron sin necesidad de esos apoyos gubernamentales. Precisamente: los tres se fueron del país mucho antes de 1971, cuando comenzó a exigirse la cuota. Otro asunto es que hayan terminado en California: cualquiera que haya vivido un invierno canadiense lo entenderá.
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