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"La muerte de Miguel Hernández es un símbolo de la España que pudo ser y no fue"

El hispanista Ian Gibson reúne a Machado, Juan Ramón, Lorca y Hernández en un estudio que destaca su compromiso con la Segunda República

Miguel Hernández murió encarcelado y enfermo de tuberculosis, en 1942, antes de haber conseguido escribir la obra definitiva que lo consolidara como uno de los grandes poetas del siglo XX, según el hispanista Ian Gibson. Su fracaso “es un símbolo de una España que pudo ser y no fue”. Gibson ha reunido a Hernández con los otros tres gigantes de la poesía española contemporánea: Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez y Federico García Lorca, en Cuatro poetas en guerra (Planeta), un estudio que subraya que los cuatro se comprometieron con la defensa de la república y que lo pagaron con la muerte y con el exilio. “Son cuatro poetas esenciales unidos por el amor a la república y a la democracia”, ha señalado hoy el autor, en la presentación del libro en Madrid.

El hispanista ha recuperado la figura olvidada del periodista argentino de origen español Pablo Suero (Gijón, 1989-Buenos Aires, 1943), que entrevistó a los poetas en los años treinta, y lo ha empleado como hilo conductor para anudar sus vidas. Suero permite seguir la historia de la Guerra Civil desde que llegó a España en 1935, en pleno ambiente preelectoral, hasta que, concluida la derrota republicana, el periodista se lamenta en Argentina del destino de la democracia española. Su obra quedó recogida en el volumen España levanta el puño.

Puerta de entrada a la Segunda República

Gibson advierte de que en su libro no hace grandes revelaciones sino que recopila documentación variada, de la biblioteca municipal y también procedente de alguno de sus estudios anteriores (como Pasión y muerte de Federico García Lorca o Ligero de equipaje. La vida de Antonio Machado), para ofrecer “un relato ameno” para aquellos jóvenes que quieran saber qué le ocurrió a sus abuelos. “He notado que hay mucha ignorancia y mucha curiosidad. Se tiende a pensar que la república fue de una pieza, pero no fue así. Fue un periodo muy complejo y difícil de entender”.

Juan Ramón Jiménez, a quien siempre se le ha colgado el sambenito de autor enrocado en su torre de marfil y ajeno a los quehaceres cotidianos, emprendió una activa campaña en Estados Unidos para intentar conseguir ayuda para el Gobierno legítimo durante la Guerra Civil. Todo fue inútil, según Gibson, porque no allí nadie le conocía. Además, el presidente, Franklin Delano Roosevelt, estaba inmerso en plena campaña electoral, y el magnate de la prensa William Randolph Hearst, dueño de una vasta red de periódicos y revistas, respaldaba abiertamente a Franco.

El autor del magistral Diario de un poeta recién casado nunca volvió a España. Recibió el Nobel en 1956 y falleció dos años después, “solo y sumido en la depresión”. Tampoco regresó Machado. De nada le valió su moderación. “Admiraba el marxismo pero no admitía que el factor económico fuera lo más importante de la vida. Él se definía como un republicano viejo”. Murió en Colliure, el 22 de febrero de 1939, tras cruzar la frontera con Francia para huir del avance franquista.

Más conocido es el caso de Lorca. Su Granada natal fue uno de los primeros territorios que cayó bajo la bota del ejército golpista. Atrapado entre las rencillas caciquiles locales, Lorca, que había difundido su militancia antifascista, fue denunciado y fusilado. “Su muerte, según las últimas investigaciones, como la de Manuel Titos Martínez, sucedió la madrugada del día 18” de agosto de 1936. Su fusilamiento “se debió probablemente a cuestiones territoriales. Algunos caciques, muy conservadores, tenían rencor al padre de Lorca porque era un cacique progresista”. Lorca “fue muy político y muy valiente”. En un entrevista en el diario El Sol declaró : “en Granada se agita la peor burguesía de España”. “Fue su sentencia de muerte”, ha señalado Gibson.

El poeta Miguel Hernández.
El poeta Miguel Hernández.ARCHIVO
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