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"Nuestros muertos viven en nosotros"

Johan Theorin prosigue su tetralogía sobre la isla báltica de Öland, lejos de la ruta clásica de la novela negra sueca

Que por Navidad, los muertos de la familia visitaban a los vivos para estar juntos; que cuando se oían unos pasos dentro del faro, al día siguiente había un accidente... Son leyendas, supersticiones que Johan Theorin (Gotemburgo, Suecia, 1963) escuchaba de su abuelo marino y, cuando murió al cumplir él 11 años, de su tío abuelo, submarinista, al que fue grabando todas las historias que pudo. Muchas de ellas son ahora la niebla sobrenatural en la que flota La tormenta de nieve (Mondadori), mejor novela sueca de 2009 y segunda entrega de la particular tetralogía negra que arrancó con La hora de las sombras y que tiene la real isla báltica de Öland (en cada una de sus cuatro estaciones) como asfixiante escenario.

Theorin tiene algo de marinero en tierra (rubio de pelo y barba ralos, blanco de tendencia rojiza, jersey gris de cuello alto) en esta Barcelona que le invitó hace poco a su encuentro de novela negra. Y un punto introspectivo, casi triste, como los personajes que pueblan su historia, el matrimonio de Katrine y Joakim y sus hijos, que deciden dejar la ciudad e instalarse en una vieja e imponente casa al lado de dos faros en Öland, idílico hasta que la mansión inquieta (ruidos extraños, luces anómalas, voces imposibles, presencias intocables...) y el cadáver de la mujer aparece en la playa.

"No, no es muy sueco este tipo de creencias porque la de mi país es la sociedad más seglar y menos religiosa que conozco, pero desde hace unos años, quizá por una influencia new age, la astrología, el hablar con los muertos y todo eso está ahí... No creo en fantasmas pero sí en que tenemos alma y hacemos una búsqueda espiritual de algunas cosas; y con el hundimiento de las iglesias todo esto se ha de materializar de alguna manera", argumenta Theorin.

No hay influencia directa de John Connolly ("lo he leído poco para eso", admite), pero sí de lo sobrenatural que siempre salpica a Stephen King y de un sinfín de lecturas de sus compatriotas de género (del inevitable Henning Mankell al matrimonio seminal Sjöwall y Wahlöö). Y con ellos (y con el Gellert Tamas que retrató al asesino del láser que aterró Estocolmo) coincide en diversas "grietas" del sistema social sueco: el estamento policial y las escuelas. "Muchos pueblos no tiene comisaría de policía y las que hay tienen pocos medios, quizá eso explique que los grandes casos sí se resuelven y los más pequeños, la mayoría no; por otro lado, hay que tratar a los criminales antes de que lo sean; yo mismo, a los 11 años, fui detenido junto a unos amigos porque hacíamos pequeños hurtos en las tiendas; mi familia me frenó en seco; hoy, no todos actúan así en casa y es evidente que en la escuela los profesores han perdido autoridad y los niños no se concentran en lo que hacen; así es más difícil educar y pasa lo que pasa".

En el alud de autores nórdicos y suecos de novela negra ("es nuestra manera de canalizar y exorcizar el asesinato no resuelto de Olof Palme hace ahora 25 años, no es casualidad que Mankell triunfara al poco de este suceso", apunta), Theorin se desmarca por construir unos personajes aún más torturados, que intentan superar ausencias y duelos. "Mi madre me decía que pensaba demasiado, mis personajes son yo en eso; además, mis padres murieron durante la redacción de estas dos primeras novelas", confiesa. El cóctel religión luterana+geografía hace el resto. "El rigor religioso y el aislamiento físico hace que nos encerremos en nosotros mismos y en nuestras casas", expone mientras muestra unas fotos, como antes de sus parientes, de su Öland, "absolutamente plana, sin árboles y con mucha piedra: cuando nieva no tienes dónde refugiarte y te puede cubrir y sepultar fácilmente; es imposible que todo esto no te afecte".

El anciano que desde el geriátrico repite en las dos obras y en ambos casos apunta a la resolución de los crímenes ("es mi abuelo: es mi manera de resucitarlo y a la vez es mi link con la vida de antes en la isla") también es el culpable de que el agua (ya sea el mar, una ciénaga y un lago en la ciudad) sea un elemento negativo, una auténtica fosa, siempre en La tormenta de nieve. "Mi abuelo tenía un gran respeto por el mar cuando era capitán del barco que transportaba piedras por el Báltico: temía encontrarse con minas, gente ahogada, gente congelada tras caer al agua, barcos chocando contra la costa... Tenía que influirme de algún modo".

El pasado, con sus recuerdos y sus fantasmas, marca los personajes de Theorin, algo que parece ser que continuará en La marca de sangre, la tercera parte (primavera) ya escrita y en las ya 50 páginas de la que será cuarta y última entrega (verano). "Hay gente que vive más en el pasado que otras; pero si no lo hacen, ellos se lo pierden: nuestros muertos viven en nosotros, de alguna manera los llevamos dentro; quien ha hecho más mal en la vida se siente de alguna manera más sitiado, arrastrado por ese comportamiento". ¿Culpa; culpa en el siglo XXI? "Sí, la culpa empuja; pasa poco, pero por eso hay gente que va a una comisaría y se declara culpable de un crimen. Sí, quiero pensar que la culpa ha de existir".

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