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Reportaje:

Cuando la música suena a todo menos a dinero

Madera de Cayuco es una banda compuesta por músicos de ocho nacionalidades que sobrevive a la crisis por pura convicción

Este reportaje forma parte del proyecto final de la asignatura de Digital de los alumnos de la 25ª promoción de la Escuela de Periodismo UAM / EL PAÍS 2011

Sobrevivir a la crisis es, para Madera de Cayuco, una cuestión de principios. A esta banda, con base en Madrid, compuesta por 15 músicos de ocho nacionalidades, el dinero le importa poco. Lo mínimo para poder seguir existiendo. Lo que quieren es hacer música pero no cualquiera. Una que deje un mensaje, que sirva para mostrarle al público la diversidad cultural de sus integrantes y que ayude a que los inmigrantes se sientan un poco menos extranjeros. Cuando el arte está impregnado de principios, las razones para continuar son, para ellos, más fuertes que el dinero. Por eso, Madera de Cayuco sigue en pie desde hace cuatro años; y desde hace uno, se ha transformado en una asociación de ayuda a los inmigrantes en la que participan en total unas 30 personas y por la que han pasado ya unas 90, según sus propios cálculos. El líder del grupo, el italiano Giulio Tinessa (caja, percusión), resume la esencia del grupo en una frase: "Nosotros hacemos cultura sin dinero".

Los músicos que conforman la banda llegan atraídos por la interculturalidad
Los integrantes de Madera de Cayuco son de Marruecos, Senegal, Camerún, Angola, Brasil, Italia y España
En cada concierto explican el significado de las letras de las canciones que muchas veces están escritas en sus idiomas de origen

"Al principio éramos tres voluntarios de un taller de percusión que se daba en la fundación RAIS [Red de Apoyo a la Integración Sociolaboral] y luego nos preguntamos 'por qué no conocemos a más gente de otros continentes y creamos un grupo de sensibilización", cuenta Paul Sagong (voz y djembè, un tambor tradicional africano) con sus enormes ojos negros, llegado desde Camerún "a pie", aunque prefiere no hablar de ello. "El grupo debe su nombre a la madera con que se fabrican los cayucos. En su tiempo, en el grupo había una mayoría de inmigrantes subsaharianos y por lo tanto nos pareció muy adecuado este juego de palabras de música e inmigración", añade Giulio con un acento italiano muy marcado.

El grupo maneja una economía de subsistencia. Sus actuaciones las cobran a quienes pueden pagar, según su criterio. "Por ejemplo, a la Fundación BBVA o al Ayuntamiento de Madrid les cobramos, pero si se trata de una asociación de inmigrantes, no", explica Giulio. "El dinero no es nuestro objetivo. Todo lo que conseguimos lo reinvertimos. No repartimos las ganancias sino que las usamos, por ejemplo, para reparar algún instrumento", apunta. Todos están de acuerdo. "La cultura la hacen las personas, no la economía que las mantiene", aclara la española Susana Durán (djembè) y abre mucho sus ojos bien delineados que resaltan debajo de su cabello rojo eléctrico. "Hay mucha gente que nos pregunta cuándo venderemos la idea y nos haremos comerciales pero no estamos de acuerdo con ese concepto", apunta Giulio.

Los músicos que conforman la banda eligen Madera de Cayuco por la interculturalidad y por placer. Luca Stretti (bajo), italiano, es uno de los que repite esa idea. "La música es un buen vehículo para causas como ésta", dice lentamente en un español precario a pesar de llevar más de tres años en España. "Me vine porque en Italia han recortado un montón de recursos a la cultura, han cerrado teatros y en la orquesta de la ópera había muchas huelgas".

Todos rondan los 30 años. A la hora del concierto, el escenario se llena de tambores. Los músicos llevan una camiseta con el lema: Si falta uno, faltamos todos. Basta con que el primer tambor empiece a sonar para que se desate la algarabía. Los 15 sonríen sin parar durante la hora y media que dura el espectáculo. Los cameruneses Avaghys Gyslhan (voz, guitarra y bongos), Paul Sagong (djembè y voz) y el senegalés Dauoda Sow (voz) son los animadores más notables de la fiesta que se vive tanto sobre el escenario como en la pista. Levantan las manos, aplauden y antes de cada canción explican el significado de la letra, que está en el dialecto de sus pueblos. Algunas hablan de su tierra y otras sobre los problemas de vivir como inmigrante sin documentación. El tema les preocupa especialmente porque ellos mismos son de Marruecos, Senegal, Camerún, Angola, Brasil, El Salvador o de donde sea. Muchos llegaron buscando un trabajo. Algunos lo encontraron en su forma más precaria, en la construcción, vendiendo artesanías o como manteros y otros lo perdieron tan pronto como lo hallaron. El paro y la crisis les dieron más tiempo libre y ellos lo transformaron en música y en talleres de percusión, baile y artesanías y en colaboraciones a través de la asociación. "Hacemos conciertos para recaudar fondos y ayudar a algún inmigrante a pagar los trámites para legalizarse en el país o para ayudarle con el abono transporte, por ejemplo, pero también le damos apoyo moral y lo integramos a través de la música", explica Paul.

Unos 50 alumnos asisten cada año a los talleres que imparte el grupo en la sede del barrio madrileño de Lavapiés. Son de dos horas por semana y cuestan alrededor de 30 euros al mes. También visitan colegios para transmitir su experiencia y sus tradiciones a los niños.

Seguir sin un duro

Tienen más tiempo pero menos contrataciones. "Cuando empezamos nos llamaban mucho las ONG u organismos oficiales pero ya no tienen dinero y nos han dejado de llamar. Por eso empezamos a organizar otras cosas para seguir dándonos a conocer, sobre todo por la asociación", detalla el líder del grupo. "Llevamos meses sin un duro pero seguimos existiendo", sentencia Giulio. La solidaridad les ayuda a seguir. "Cuando empezamos cada uno puso lo suyo y la Fundación RAIS nos dejó algunos instrumentos pero de manera informal. Nunca nos han dado dinero. Hay otra gente que nos ayuda con su trabajo. Hemos construido redes sociales a lo largo de estos cuatro años que nos permiten contar con profesionales con experiencia que, de otra manera, no podríamos contratar".

"En diciembre vamos a sumarnos a Lánzanos, una web en la que tú propones un proyecto y ofreces al público una recompensa para todos los que te financien. Pueden poner desde cinco euros hasta lo que sea y según el monto, les das algo a cambio. Por ejemplo, el disco de la banda o una entrada para el concierto. Te financia tu propio público y así evitas la financiación oficial o comercial", explica Giulio. Personas como Susana están en la asociación por ese motivo. "Hemos elegido esta forma de hacer cultura porque es la que más nos enriquece individualmente, aunque no ganemos dinero ganamos muchas otras cosas. Si hubiese una subvención de por medio, creo que Madera de Cayuco no existiría. Tendríamos la dualidad que tiene la gente que funciona por subvenciones; entre lo que desean y lo que les piden que hagan porque les pagan".

Madera de Cayuco entiende que el arte y el trabajo son cosas muy distintas. "El arte nunca es un medio, es siempre una finalidad. Si lo entiendes así ya no es arte, es trabajo", sentencia Giulio. Se trata de una cuestión vital y aunque la crisis los aprieta, no los asfixia. "No puedes dejar de hacer arte porque no hay dinero", dice el líder y Oscar Morales lo ratifica. Él vino de El Salvador hace seis años y se incorporó al grupo hace tres meses. Cuando habla, mueve la cabeza y su gran peinado de estilo afro aireado se mueve al compás. "Si tienes ganas de hacer arte, tienes que hacerlo sí o sí", asevera. Lo que hacen y cómo lo hacen les gusta tanto que lo sienten como un placer irremediable. Es lo que hace que aunque la crisis silencie los teléfonos y la lógica económica aconseje recortar, ellos no quieran ceder y sigan defendiendo que sus convicciones no se negocian.

Paul Sagong, a cargo del taller de danzas africanas, baila en pleno ensayo de Madera de Cayuco.
Paul Sagong, a cargo del taller de danzas africanas, baila en pleno ensayo de Madera de Cayuco.CEDIDA POR MADERA DE CAYUCO
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