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Un pensamiento mítico y prefilosófico

La inscripción como Patrimonio de la humanidad de 17 cuevas de Asturias, Cantabria y País Vasco es un motivo de satisfacción para todos. Refleja el éxito del trabajo de un grupo de responsables políticos y de profesionales funcionarios. Estos, conjuntamente, han llevado a buen fin una iniciativa planteada hace años y, hay que reconocerlo, lo han logrado hábilmente en colaboración y competencia con los equipos de otros países.

Esta inscripción refleja fundamentalmente el valor universal del primer arte de la humanidad, del Arte paleolítico, el llamado Arte de la Cavernas conservado en las cuevas europeas, sobre todo en Francia y en la España cantábrica.

El arte, junto al lenguaje articulado y poco más, es uno de los escasos patrimonios exclusivos de la especie humana, Homo sapiens. Su generalización se produjo poco después de la llegada de los primeros humanos al solar de lo que hoy llamamos Europa hace 40.000 años. Altamira y las cuevas paleolíticas de las regiones cantábricas, y Lascaux y las cuevas de La Vézère (Francia), son la mejor muestra de esa creación plástica, simbólica, primigenia; son el residuo fósil más antiguo conservado del pensamiento trascendente de aquellas primeras personas: son el arte original por excelencia.

La cueva de Altamira fue inscrita en 1985. Entonces la lista recibía cada año monumentos y lugares cuyo valor universal era indudable y obvio para cualquier persona de cualquier país. Con el paso de los años, las propuestas de inscripción se convirtieron en aluvión y fue necesario fijar criterios mas explícitos y exigentes, establecer tipos o categorías diferenciadas no sólo de bienes culturales y naturales, sino también de bienes mixtos (los paisajes agrícolas tradicionales, por ejemplo). Incluso apareció el patrimonio inmaterial como una categoría específica. Se procuró cierto equilibrio entre regiones y países; el concepto de monumento se reforzó con el de series de elementos o conjuntos homogéneos... Y quizá fuera esto lo que llevó a pensar que Altamira no era una excepción o unicum. Altamira conserva obras realizadas a lo largo de 10.000 años, pero hay otras cuevas en su entorno cantábrico que conservan obras anteriores y posteriores a ella, o ejemplos precisos de ciertas técnicas artísticas, o temas que completan el repertorio de las gentes paleolíticas. Es eso lo que ahora se reconoce: un conjunto de lugares complementarios para definir una obra original de valor universal.

La Peña de Candamo nos remonta a hace más de 30.000 años; Tito Bustillo, Llonin y Pindal presentan conjuntos de obras creadas a lo largo de mucho tiempo; La Garma se conserva en increíble estado prístino; las tres cuevas del Monte Castillo son una síntesis excepcional; la cueva de Santimamiñe es el cofre que alberga una joya y, frente al gran santuario de Altamira, Covalanas y Ekain son primorosas ermitas intimistas.

Varias de ellas están provisionalmente cerradas para analizar su conservación (la acción humana y el cambio climático agudizan los riesgos de conservación). Todas tienen fuertes limitaciones de acceso. Bien vale la pena el esfuerzo de planificar su visita con antelación suficiente y recorrer con ese pretexto los paisajes cantábricos: les garantizo intensas emociones, perplejidad y sobrecogimiento en el interior de estos lugares naturales transformados por el arte, por la expresión primera de nuestro pensamiento mítico y prefilosófico.La acción humana y el cambio climático agudizan los riesgos de conservación

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