El cascabel y el gato

La discusión sobre la vigencia de los derechos de propiedad intelectual parece haberse encallado en la pura demagogia. Nos muestran el odioso retrato de unos autores millonarios que se niegan a recortar sus ingresos, respaldados por unas discográficas multinacionales que parecen encarnar los peores rasgos de la Gestapo y la KGB. En la vida real, tanto las grandes discográficas como los principales artistas tienen recursos para mantenerse, aún a costa de adelgazar plantillas y presupuestos.
No ocurre lo mismo con el tejido industrial que permite la supervivencia de las iniciativas más minoritarias, ese sector que ahora lanza un envite al Gobierno. Desaparecen tiendas, sellos y distribuidoras, en un goteo que recibimos con indiferencia. Esta semana se comentaba que cierra la rama discográfica Factoría Autor, iniciativa de SGAE que daba salida a muchas producciones de artistas españoles e hispanoamericanos, que necesitaban editar físicamente sus trabajos para llegar, al menos en teoría, a los puntos de venta. Sin embargo, no se muere la música. Hoy se publican más discos que nunca -generalmente, con el modelo de la autoedición- pero esa abundancia no debe traducirse en regocijo: suelen quedarse en el limbo, debido a la imposibilidad de difundirse y financiarse. La otra opción, la comercialización digital, sigue siendo una entelequia en España.
Su rentabilidad también está bajo sospecha en Estados Unidos. Con todo el alboroto respecto al iPad, ha pasado desapercibida una extraordinaria declaración de Peter Oppenheimer, miembro de la cúpula de Apple, respecto a su tienda de música, iTunes: a pesar de despachar millones de canciones anualmente, apenas genera beneficios. En otras palabras, más que el famoso "nuevo modelo de negocio", estamos ante una palanca comercial para vender teléfonos y reproductores.
Enfrentados a esos misterios de la economía, todo el debate que ahora sufrimos parece una discusión de patio de colegio. Queremos música gratis pero quizás no estemos dispuestos a asumir la desolación cultural que genera nuestro deseo. Igual dilema se repite en el cine, la información y, a no tardar mucho, en los libros. Mientras coreamos el mantra de la cultura libre, nadie se atreve a poner el cascabel al gato.
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