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UNIVERSOS PARALELOS
Columna
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El próximo año en Jerusalén

Diego A. Manrique

Mis amigos israelíes están asustados. Navega la segunda Flotilla de la Libertad hacia Gaza y se temen lo peor. Ellos conocen la brutalidad del Gobierno de Netanyahu y lamentan la muerte de nueve tripulantes durante el asalto a la anterior flotilla. Saben que algo anda mal cuando sus legendarias tropas de élite se permiten esos desafueros. Pero también se asombran de que, en las protestas internacionales contra el abordaje, nadie mencionara a los 46 marinos surcoreanos, asesinados fríamente unas semanas antes por el régimen norcoreano. Intento explicarles que es muy cómodo demonizar unos terrorismos de Estado y olvidarse de otros: el pacifismo prefiere las gafas de madera.

Mis amigos israelíes andan desconcertados. Esperaban algún mensaje, alguna consigna de Bob Dylan, que actuó el pasado lunes en un estadio de Tel Aviv. Pero les tocó el Dylan antipático. Ni un saludo ni un guiño a los 25.000 seguidores que pagaron una pasta por verle. Este es el hombre que defendió la agresiva política exterior del sionismo con Neighborhood bully. Lo grabó en 1973 pero nunca lo toca en directo. Ni siquiera en sus (escasos) conciertos en Israel. Hay algo reconfortante en enterarse de que, incluso en la Tierra Prometida, Bob Dylan desprecia las expectativas del respetable.

En Israel, Bob Dylan no alardea de sionismo y muestra su faceta más antipática

Mis amigos israelíes prefieren no hablar de los promotores de conciertos de su país. "Un desastre", se les escapa, "unos sinvergüenzas". Les hacen sufrir largas colas (por "la seguridad"), se contentan con un sonido pobre y una iluminación mínima, desaprovechan las pantallas. A Dylan seguramente no le importa, pero el siguiente contratado para ese mismo escenario es Paul Simon, un perfeccionista que difícilmente soportará esas condiciones.

Mis amigos israelíes están divididos sobre el recital de Dylan. Igual que la prensa. El centrista The Jerusalem Post se mostró positivo. Respecto al lamento de que no se dirigiera al público, le echaban un capote: "Un hombre serio no habla mientras trabaja". En realidad, Dylan estuvo decente. Pero no puedo dejar de apreciar la maravillosa contundencia del titular de un crítico del izquierdista Haaretz: "Quiero que me devuelvan el dinero, es así de sencillo".

Mis amigos israelíes manifiestan una renuente admiración por Elvis Costello. Después de la matanza en la primera flotilla, el inglés suspendió su visita y se apuntó al boicot cultural a Israel. Siguieron su ejemplo los Pixies, Santana y el difunto Gil Scott-Heron. Mis amigos preferirían que nadie dejara de acudir a su país; por el contrario, aseguran, deberían aprovechar los escenarios y los periodistas israelíes para difundir sus ideas. Un asunto enojoso para todos: hace unos meses, entrevistaba yo a Costello y ¡se negó a discutir su postura!

Mis amigos israelíes se carcajean del fervor con que los medios de su país acogen ahora a cualquier artista que llega al aeropuerto Ben Gurión. De Dylan, la televisión privada dijo que era un buen judío, que en un momento de su vida pensó en instalarse en un kibutz (sí, seguro: el sueño de Bob es trabajar en una comuna agrícola). La última superestrella que causó alboroto fue Shakira, que acudió a la conferencia del presidente Simón Peres, en busca de lo que llama Grandes Ideas. Tampoco sabía muy bien a quién invitaba: insistía en llamarla "Sharika". La colombiana soltó sus simplezas sobre el valor de la educación y sus anfitriones evitaron abochornarla.

Mis amigos israelíes suspiran por artistas más corrosivos. Ni el modelo "profeta silencioso" de Dylan ni la showgirl con pretensiones tipo Shakira. Ellos echan de menos los buenos tiempos de Miklat (en español, "refugio"), un bar de Jerusalén donde coincidían raperos judíos, palestinos y cualquier practicante del hip-hop que cayera por allí. Lo que ellos están esperando es que vuelva el principal grupo rapero de origen judío, los gamberros Beastie Boys. Pero se tendrán que conformar con la enésima gira de Matisyahu, ese cantante jasídico que hace reggae y dance-hall con mensaje ortodoxo. Un chiste demasiado largo.

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