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Reportaje:

El retorno del músico tranquilo

Mark Knopfler demuestra en Madrid ante 11.000 personas que aún es uno de los guitarristas más personales del pop

Carlos Marcos

La escena fue curiosísima, casi con connotaciones religiosas. Una hora antes de empezar el concierto, el escenario lucía vacío de músicos, con todos los instrumentos (batería, teclados y otros cachivaches) sin sus dueños. Todo en penumbra. Salvo una cosa. En el centro, levantada sobre un atril, se podía ver la guitarra roja y blanca marca Fender Stratocaster de Mark Knopfler, iluminada por un potente foco. Los espectadores, en un tenue murmullo de museo, se aproximaban al pie de la tarima para fotografiar el instrumento de su ídolo. Nunca un escenario vacío fue tan fotografiado. El personal de seguridad presenciaba la escena y alucinaba. Todo un espectáculo, y el concierto no había comenzado.

Su espectáculo tiene menos peligrosidad que un bebé. Y el público lo acepta

Una encuesta improvisada a pie de pista arrojó el siguiente resultado: mejor Dire Straits que Mark Knopfler en solitario. Consuelo, una cuarentona que acudió con sus dos hijos, Pablo, de 16 años, y Patricia, de 13, decía: "En casa siempre hemos escuchado a Dire Straits y hemos aficionado a nuestros hijos". A su lado, Pablo, que está aprendiendo a tocar el instrumento de las seis cuerdas, anuncia: "Es uno de los mejores del mundo con la guitarra. Espero mucho de este concierto". El padre, que llega un poco tarde de trabajar, se sumará luego a la fiesta familiar. "Hombre, algunas de sus nuevas canciones son buenas, pero es que los Dire...", decía Alfonso, otro cuarentón que en su momento vio a los Straits en directo.

Sin embargo, es de ley reconocer la honestidad de este escocés de 58 años. Otros en su lugar habrían caído en las garras de la nostalgia más salvaje, y estarían llenando estadios en lugar de pabellones, que es lo que hace ahora. ¿Cómo? Simple: poniendo en los carteles Dire Straits. A cambio, el bueno de Knopfler edita un disquito de músicas campestres (folk, country y derivados) cada dos o tres años y sale de gira bajo su nombre. Hay truco, claro: el aficionado sabe que durante las dos horas de concierto va a escuchar algunos clásicos de los Straits: Romeo and Juliet, So far away y, sobre todo, Sultans of swing. Uno es honesto, pero no estúpido.

Knopfler volvió a agotar las entradas del Palacio de los Deportes (11.000 espectadores). Un inciso: ¿hay algún concierto últimamente que no registre una gran entrada? La tan voceada crisis del disco es una bendición para el directo. Anoche, todos sentados, pagaron de 38 a 48 euros para ver a este tipo tranquilo, que lo parece mucho más cuando interpreta las sosegadas canciones de su último disco, Kill to get crimsom.

El espectáculo de Knopfler tiene menos peligrosidad que la mirada de un bebé. El público lo sabe y lo acepta de buen grado. Se deja llevar por el sonido etéreo de su guitarra (siempre acariciada sin púa) y por el tono perezoso de su voz. Vamos, que todas las empresas que someten a sus empleados a un estrés laboral frenético deberían compensarles con una entrada para este concierto. Más relajado que un burbujeante jacuzzi. Vestido de forma informal, con una camisa rosa sobre sus tejanos, Knopfler esperó tan sólo a la segunda canción para atacar su primer solo de guitarra. Un aficionado aprovechó para hacer air guitar (tocar una guitarra imaginaria), y ya no pararía hasta el final. El ex Dire Straits, un zurdo que toca como si fuera un diestro (costumbre que adquirió cuando le enseñaron en el colegio a tocar el violín) demuestra que sigue siendo uno de los guitarristas más personales del pop. Hay momentos del concierto pelín aburridos, sobre todo cuando encadena cuatro baladas. Todas parecen Brothers in arms y el asunto llega a cansar. Hacia mitad del espectáculo suena Sultans of swing, y aunque la interpreta un poco desganada, la cosa funciona. Ya en el tramo final, le toca el turno, esta vez sí, a Brothers in arms, y todo acaba como empezó, con el hombre tranquilo saludando como si aquello no le hubiera costado esfuerzo. El chaval del air guitar, mientras, se marcha agotado de tanto punteo.

EFE
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Sobre la firma

Carlos Marcos
Redactor de Cultura especializado en música. Empezó trabajando en Guía del Ocio de Madrid y El País de las Tentaciones. Redactor jefe de Rolling Stone y Revista 40, coordinó cinco años la web de la revista ICON. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo de EL PAÍS. Vive en Madrid.

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