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Reportaje:

Entre la rumba y el derrumbe

Escritores colombianos hablan de las sombras buenas y de las malas sombras de su país

Juan Cruz

Colombia ya no es lo que dicen que era hace cinco lustros, o cinco años; pero sigue haciendo fortuna una frase que hace una década apareció en una calle de Bogotá: "Nosotros de rumba y el país se derrumba". Los fantasmas -la violencia, a la que se unieron el narcotráfico y la corrupción- siguen existiendo como sombras perversas, pero el país tiene indicadores económicos favorables y hay una generación que tiene la ambición de vivir cuando ya se vea la luz al final de un túnel donde las palabras asesinato y secuestro se queden atrás, en la sombra.

Ospina: "El desafío de la literatura es arrojar una mirada sobre lo que nos pasa"
Samper: "Por primera vez la violencia se refleja en los libros con naturalidad"

En este reportaje, algunos escritores colombianos hablaron de las dos sombras, azuzados también por la escritora y periodista uruguaya Claudia Amengual. ¿La sombra de la violencia? "Desde el siglo XIX", dice el novelista Óscar Collazos, "hemos convivido con ella, y ya hemos aprendido a sacarle creatividad. Lo que no hemos hecho es aceptarla, para que no nos castre, para que no sea una costumbre". Ya la violencia no es la que se derivaba del desacuerdo político, "ahora es la suma de violencias: el narcotráfico, las guerrillas, los paramilitares, la corrupción... La corrupción es cómplice de las otras violencias, y ahora aflora como las propias amapolas".

Con Collazos están Daniel Samper, novelista y periodista; Conrado Zuluaga, editor, especialista en García Márquez; William Ospina, novelista, ensayista, el hombre a quien Gabo confió la primera lectura de sus memorias, Vivir para contarla. El momento culminante de la violencia política fue en los cincuenta, tras el asesinato del capitán democrático Jorge Eliécer Gaitán, en 1948. "Pero esa violencia que nació ahí", dice Samper, "no pasó a la literatura, no tuvo consecuencia creativa alguna, porque no se pasó por un tamiz poético, ¡la literatura fue otra de las víctimas de la violencia!".

Esa terrible convivencia con la violencia ha dado de sí, desde hace al menos una década, una nueva literatura, al fin tamizada por el sentimiento poético, de la que hay representantes como Fernando Vallejo, Jorge Franco, Laura Restrepo, el propio Collazos... "Y no es que sea la violencia la protagonista de los libros de esos autores", aclara Samper, "es que la violencia es protagonista ineludible de la vida real. Y es la primera vez que se refleja en los libros con naturalidad, como parte de la realidad".

Zuluaga vio otro grafito en este país de tantas frases. Fue también hace 25 años, junto a la Biblioteca Nacional: "No te comas el cuento; escríbelo". "Y eso es lo que ha pasado: la gente se puso a escribir el cuento, a decir qué estaba pasando". Antes de García Márquez, señala Zuluaga, "la literatura de la violencia era un inventario de muertos, una estadística, no se había procesado el fenómeno... Pero desde que Gabo escribió La mala hora, la literatura se dedicó a decir el cuento, y no a contar cómo se muere sino por qué".

William Ospina cree que, en efecto, la violencia de hoy es posterior o paralela a la obra de Gabo, aunque él haya sacado en los últimos tiempos Noticia de un secuestro, "un libro de corte periodístico que muchos leyeron como una novela". Pero como periodista no sólo analizó, "sino que adelantó el peligro del paramilitarismo...". El largo viaje violento de Colombia resume en la realidad aquella frase de Voltaire que desempolva Ospina: "Todas las épocas se parecen por su ferocidad", y la historia de Colombia, hasta aquí, es la de la violencia... "Ahora, el desafío de la literatura es arrojar una mirada sobre lo que nos pasa...".

¿Es posible escribir a la sombra de García Márquez? Ospina: "¡Es imposible escribir como si no existiera Gabo! Él fue un refundador de la literatura colombiana". Hay algunos que reniegan, y tratan de apartarse, y hay otros que tratan de buscar prestigio arañando en su celebridad, continúa Ospina. Conrado Zuluaga: "Le podrían haber hecho la misma pregunta a Gabo respecto a Faulkner. ¿Era posible escribir bajo la sombra de Faulkner? Y la verdad es que él se lo preguntaba a su maestro, el catalán Ramón Vinyes: '¿Y este Faulkner no será un farsante?'. A Gabo hay que asimilarlo, y algunos no pueden dejar de asimilarlo, aunque lo intenten. Los peores son aquellos que te dicen: 'No lo leo'. Mienten". Samper: "Nos ha dado artículos magistrales, una música incomparable, unos adjetivos inesperados... Leerle es un ejercicio de estilo fundamental, como técnica de escritura... Y también nos ha dado una satisfacción extraliteraria".

Para Collazos, "la leyenda negra de la influencia perniciosa es una leyenda provinciana. Nunca la sombra inmensa de Gabo ha resultado perniciosa; Rulfo no impidió la aparición de Fuentes, como Borges tampoco impidió la aparición de Julio Cortázar. Las grandes literaturas no están hechas sólo de ídolos, sino de grandes soldados de segunda fila. Las grandes figuras pueden enceguecer al débil de vista pero puede orientar al que tiene una buena percepción de la luz".

La alegría como arma defensiva

La escritora y periodista uruguaya Claudia Amengual asiste a la conversación con el interés que le despierta un país de enormes excesos: "Desde Uruguay, donde tenemos fama de tristones, nos parece que, a pesar de todo, ustedes tienen alegría, luces...". Responde Collazos: "¡Si incluso han dicho en una encuesta que somos el segundo país más feliz del mundo...! Esa alegría es un mecanismo de defensa. Aunque te diré que hay algunos pueblos indígenas de los Andes que expresan su alegría llorando. Quizá esa sea, sí, una forma de felicidad".

En las circunstancias colombianas, el encaje de la violencia con el carácter del pueblo -y ahí regresa el asunto anterior del colombiano alegre- se observó con crudeza en los noventa, cuando Pablo Escobar (narcotraficante sanguinario con ambiciones políticas) asesinaba masivamente con coches bomba. Pero la gente seguía saliendo a divertirse en las discotecas y en las tabernas, quizá porque los colombianos, dicen todos, desmitifican todo lo que tocan: "Vi", dice Zuluaga, "a un tipo que señalaba la estatua de Cervantes en Cartagena: '¡Ese es un primo mío!'". "Y en Barranquilla, cuando le dieron un doctorado honoris causa a Gabo, llamaban al Nobel Señor doctor, hasta que supieron que no había que estudiar para eso y lo empezaron a llamar Doctor Basura".

Todo en un país donde su gran escritor permitió elevar la autoestima general. Colombia podía ser primera en algo, como apunta Daniel Samper: "Siempre fuimos los segundos, cuando fuimos algo... Nuestro orgullo había sido empatarle a Rusia en fútbol, en 1962, un empate a tres después de ir perdiendo 3-0... Siempre nos faltan cinco céntimos para el peso... Con Gabo empezamos a completar el peso y nos sobró dinero. Hubo luego otros triunfos: Shakira, Carlos Vives, Fernando Botero, César Rincón, Patarroyo, Juanes...".

Cuando nos íbamos, después de aclarar la sombra de García Márquez sobre la literatura actual de Colombia, Zuluaga contó este cuento: "Se dice que Daniel lo vio levitar doce centímetros y que están buscando las sábanas de Remedios la Bella para cubrir su trono... Ciertos tronos, como el suyo, son irreemplazables". "Sí, es cierto", dice Samper, "si jugara al béisbol la camiseta de Gabo habría que retirarla cuando nos deje".

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