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El sueño y el 'dramma'

Cobra actualidad el azaroso destino del ballet clásico en España al abrirse hoy la temporada del Teatro Real con uno de los más difíciles y complejos títulos del repertorio, La Bayadera, puesto en escena por una nueva agrupación: Corella Ballet Castilla y León, un nombre extraño, pero es en esa región donde han dado cobijo a lo que muchos ven quimérico.

De entrada, cabe preguntarse: ¿qué pasará después de La Bayadera? ¿Se han presupuestado los costes reales y detallados de una compañía de ballet con más de 60 bailarines y aspirando al gran repertorio con producciones propias (teniendo en cuenta que La Bayadera es de alquiler desde los trajes hasta las partituras)? Corella, como el corredor de fondo en soledad, cree en ello y sólo mira al horizonte de su ballet. Es todo un desafío no sólo en lo artístico, sino en lo burocrático.

Tras cinco años de insistencia, Ángel Corella pone en pie su propia compañía

Está claro que aquí ni ministerios ni teatros quieren apechugar con todo lo que trae consigo un ballet. Las experiencias pasadas han lastrado los criterios de políticos y gestores sobre cómo debe ser y qué debe pasar dentro de una compañía de ballet. Se teme la vuelta de huelgas, protestas y desafíos que no tenían (como se ha visto) el menor respeto por el arte del ballet y cuyo principal objetivo era ganar pleitos en magistratura y puestos vitalicios.

Mientras el Ballet Nacional de España (BNE) sigue vivo, al Clásico, por el contrario, se le enterró en vida. Se le condenó a la nada. Y eso es un drama, pero en serio. No un dramma giocoso como a veces se ha hecho ver.

España es el único país de la Unión Europea (calidades aparte) que no tiene una compañía de ballet en el sentido de agrupación nacional académica, casi siempre adscritas a los grandes entes líricos o teatros de ópera y no es verdad que nunca la hubo: el Teatro Real de Madrid (1850-1920) y el Liceo de Barcelona en dos períodos del siglo XX.

Existe la Compañía Nacional de Danza (CND), que dirige Nacho Duato desde que se creó desde las humeantes cenizas del Ballet Nacional Clásico hace casi 15 años, y que había cambiado de nombre varias veces. Ya era una patata caliente para el Ministerio de Cultura que optó por desentenderse del clásico; gobiernos sucesivos de todos los signos políticos siguieron ignorando el espinoso tema. La CND es una compañía de autor de calidad, con plantilla internacional y consolidado prestigio en el ámbito del ballet contemporáneo, y fue estructurada a imagen y semejanza del holandés Nederlands Dans Theater (NDT), donde Duato cristalizó como bailarín y coreógrafo. Nadie discute el éxito y la pertinencia del trabajo de Duato y la existencia de la CND. Pero lo uno no excluye lo otro. La propia Holanda es el mejor (y no el único) ejemplo de ello dentro de Europa: allí conviven en armonía el Het National Ballet (clásico) y el NDT. En Alemania y Suecia, hay ejemplos similares de fructífera pluralidad. Han conseguido esa convivencia con compañías clásicas de mérito también varios países de Latinoamérica, como Argentina, Brasil, Cuba, México y Chile.

¿Por qué en España no puede haber un ballet nacional clásico? ¿Para qué se fomentó una ley que regula y titula la formación de bailarines clásicos (entre otras especialidades) si no existe perspectiva laboral alguna para quien quiera bailar ballet académico? España ha dado grandes bailarines de ballet, y cito al vuelo sin ánimo excluyente: desde Rosita Mauri a fines del siglo XIX a Víctor Ullate, Trinidad Sevillano, Alicia Amatriain, Arantxa Argüelles, María Giménez, Tamara Rojo, Víctor Jiménez, Rut Miró, José Martínez, Joaquín de Luz, el propio Ángel Corella, Jesús Pastor, Carlos López, Gonzalo García... Es una historia triste: en todos ellos, el destino profesional ha estado ligado a una emigración forzosa.

Cada cierto tiempo la profesión y los amantes del ballet, que no son pocos (no hay más que ver cómo se llenan los teatros cuando viene una compañía extranjera con El lago de los cisnes o Giselle, ya sea de mejor o peor calidad), se movilizan para reclamar un ballet en toda regla. Incluso ha existido la voluntad de manifestarse, de redactar un documento. Nada ha dado resultados positivos.

La Bayadera que se estrena hoy no es el primer ballet clásico completo que se monta en España. Algunos esfuerzos se han hecho tanto desde la esfera privada como de la pública o semipública. Ya son historia los montajes de Víctor Ullate de Giselle y Don Quijote, título éste último que llegó a representarse con éxito en el Teatro Real. Arantxa Argüelles dirigió el Ballet de Zaragoza y montó dos programas, uno con Giselle y otro con Paquita (incluyendo, por cierto, Jardi tancat, la primera coreografía de Nacho Duato, que le lanzó al éxito internacional). Poco después, el Ayuntamiento de Zaragoza de un plumazo borró la compañía municipal del mapa. Existió un Ballet de Euskadi con su Giselle, pero no resistió. María Giménez también lo intentó y al segundo programa, echó el cierre; al mismo tiempo, una nube de oportunistas foráneos con ánimo redentorista se instalan en España para colonizar y reconducir el destino de la danza clásica. Han añadido confusión, pero por fortuna, no han tenido éxito.

Ángel Corella creó una fundación y se empeñó en la formación de una compañía de ballet. Tras cinco años de tocar a muchas puertas, lo ha conseguido con el apoyo del gobierno de Castilla y León, que ha proporcionado sede dentro del ámbito monumental de La Granja de San Ildefonso.

Hoy las fórmulas son otras y existen estructuras más ágiles que harían viable una compañía en toda regla. Está probado, pero habría que arrimar los hombros de muchos sectores. Sólo el tiempo y los frutos escénicos lo dirán. La compañía de ballet clásico es una necesidad en el espectro cultural. No tenerla, o ignorarla, un pecado de lesa cultura.

Arantxa Argüelles baila <i>La fille mal gardée</i><b> en el Teatro de la Zarzuela de Madrid en diciembre de 1989.</b>
Arantxa Argüelles baila La fille mal gardée en el Teatro de la Zarzuela de Madrid en diciembre de 1989.MIGUEL GENER
Ángel Corella (derecha), ayer, interpreta  <i>La Bayadera</i> en el Teatro Real.
Ángel Corella (derecha), ayer, interpreta La Bayadera en el Teatro Real.LUIS SEVILLANO
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