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La supervivencia de la clac

Un puñado de viejos amantes del teatro mantiene viva la tradición del descuento en la entrada a cambio del aplauso

Sentado en el único taburete del bar La Parra, en la madrileña plaza del Carmen, el octogenario Enrique López, impresor jubilado, espera cada atardecer, desde hace varias décadas, la llegada de posibles alabarderos o gente de la clac Tres o cuatro entradas a 350 pesetas y un rato de charla con los amigos es la recompensa, cada vez más esporádica, de varias horas diarias de espera: "Apenas se ven de ya, porque la gente no sabe que existe la clac, pero yo sigo viniendo a diario, aunque venda muy poco. Después de tantos año como jefe de clac, me he acostumbrado a venir cada tarde a La Parra a repartir los cartones. También viene mi amigo Antonio Pasaporte, jefe de la clac del Muñoz Seca. Ahora ya no asisto a las funciones porque no oigo bien, pero antes me hacía las tardes y las noches de una misma obra durante meses".Enrique López desgrana, haciendo memoria, el rosario de teatros donde formó parte de la clac en los últimos cuarenta años: "El Arlequín, La Latina, el Albéniz, el Alcázar..., en todos he sido ayudante o jefe. También trabajé en la clac del circo Price: formábamos los alabarderos un grupo grande e el circo y nos pasábamos la función aplaudiendo".

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Más jubilados

Jubilados y hombres de mediana edad componen el grupo de los alabarderos madrileños que mantienen viva la clac. El desconocimiento de la existencia de la clac se atribuye al hecho de que no asistan jóvenes y a la prohibición que mantienen algunos teatros de vender entradas a mujeres. El anciano Enrique defiende con humor la asistencia femenina a la clac: "Las mujeres también tocan las palmas con las dos manos; en mi teatro sí pueden entrar en la clac, pero no en el Muñoz Seca o en el Calderón".La razón es muy sencilla, según el jefe de la clac del Calderón, Julián F., de 59 años: "Si permitieran la venta de entradas de alabardero para hombres y mujeres, tendrían que cerrar la taquilla; así, si un señor miembro de la clac quiere traer a su señora a ver la función, tendrá que pasar por taquilla para sacar una entrada a precio normal y la empresa sale ganando".

Desde su mesa en el bar La Liebre, a espaldas del teatro Calderón, Julián, de grandes mostachos blancos, contempla el deambular de la gente, escudriñando en sus rostros un posible alabardero. "Esto ya no es lo que era, apenas viene gente, pero me saco una ayuda para vivir. Aunque la mayoría de los que vienen ya saben dónde tienen que aplaudir, a algunos les hablas del aplauso y te dicen que pagan 500 pesetas por la entrada y palmearán si les gusta. La afición se va perdiendo, se cierran las clacs de algunos teatros, aunque existen excepciones, como la próxima puesta en marcha de la clac del Fuencarral, que es de la misma empresa que el Calderón, Reina Victoria y el Cómico".

"Es un buen sistema para que la juventud vea teatro", afirma Pablo Cuello, representante de la empresa Muñoz Lusarreta en el Calderón, "se mantiene como una forma de estímulo para los jóvenes, porque realmente no se obtiene dinero con la venta de la clac. La juventud apenas va al teatro, la mayoría sobrepasa los 40 años, por eso creo que la entrada de la clac, más bien barata, podría contribuir a que asistieran los más jóvenes. Con la entrada de clac no se les obliga nada más que a que vean la obra; ahora no se obliga siquiera con los aplausos. El teatro Fuencarral, por eso, va a organizar entradas de clac".

Un público de entendidos

En los dos últimos años, muchos teatros madrileños decidieron suprimir la clac. Algunas entradas, con el 50% de descuento y días especiales a mitad de precio, suplen los populares cartones de la clac. "Ahora no hay más que enchufes", asevera, a modo de presentación, Luis Sanchiz, de 60 años y más de tres décadas en el mundo de los alabarderos; "antes de la guerra civil la clac era un club para enamorados del teatro, no un negocio". "Aunque regalen las entradas, nadie como los de la clac para saber qué mutis hay que hacerse, qué bajada de telón, qué final de acto conviene resaltar, y hay muchas obras que no son de calidad, y la clac les ayudaría. A fuerza de aplaudir, en más de una ocasión hemos cambiado el signo de una función".A aquellos grupos de los años cuarenta y cincuenta que asistían a diario a las funciones bajo la ba tuta del jefe de clac pertenece el puñado de veteranos que asiste hoy a los espectáculos con entradas de clac compradas en La Liebre o en el bar La Parra. Algunos de los jóvenes estudiantes de los setenta que asistían a la clac perpetuaron años después su afición por el teatro en el escenario, como Pedro Osinaga, Manuel de Blas, José Carlos Plaza, Juan Diego o Ángel Facio. "La clac forma parte ya del teatro", afirma el actor Manuel de Blas; "es un elemento más, como los focos, las luces, la decoración o el vestuario. Es orientativa, a veces hay finales de actos o de obra algo incomprensibles para el público, y la clac orienta con sus aplausos y ayuda a resaltar las partes más importantes del espectáculo; por eso sería triste que desapareciera".

Un mismo sentimiento, la pasión por el teatro, une todavía hoy al puñado de alabarderos que siguen fieles a la clac. "No entiendo por qué la clac se ha desprestigiado tanto en los últimos años. Al que le guste el teatro como a mí", explica Sebastián García, de 52 años, mientras guarda en el bolsillo tres cartones de clac para asistir a una revista, "no encontrará una forma mejor de ver todas las obras en cartel a precio reducido". "La revista es el género que mejor conozco, he visto todas las de Celia Gámez: La hechicera en palacio, Si Fausto fuera Faustina, Hoy como ayer, Vacaciones forzosas...; ahora no hay sitios donde elegir, porque las entradas de clac han desaparecido en muchos teatros, y al precio que están, si puedes ir una vez.... y de repetir una obra, ¡ni soñarlo!".

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