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CORRIENTES Y DESAHOGOS
Columna
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Del tedio a la querida ausencia

"La única manera de ver el (verdadero) rostro oculto del objeto es a través de la destrucción de su función", escribe Hernández Navarro, profesor de Historia del Arte en la Universidad de Murcia. El objeto, mientras opera, mientras actúa como mercancía útil, se enmascara en su mismo quehacer. Entonces se mueve, funciona, cumple con disciplina su deber y en esas circunstancias es casi imposible contemplar su cara.

Ocurre como con los uniformados obreros y obreras de una fábrica que solo revelan su belleza o su diferencia personal cuando se desprenden del mono y en los vestuarios van sustituyendo su homogénea función de empleados por su singularidad a secas.

Marx consideraba a la mercancía un fetiche puesto que el fetiche cumple una labor sexual subsidiaria: hace como que se posee el cuerpo deseado a través del aislado fragmento que lo alude. La mercancía es un fetiche examinada de este modo pero, sobre todo, la mercancía llega a ser fetiche cuando por su obsolescencia o anacronismo queda apartada de la cadena de producción. Es el caso del urinario de Marcel Duchamp separado del mingitorio y es el caso de todas las manifestaciones artísticas que muestran un objeto, desde un calcetín a un tiburón, fuertemente descontextualizados.

Marx consideraba a la mercancía un fetiche, pues el fetiche cumple una labor sexual subsidiaria

El último número de Revista de Occidente (febrero 2011) trata estos asuntos y muchos de sus pliegues, sacude la cabeza de Benjamin, de Freud o de Marx para hacer sonar sus ideas y cinco artículos forman un bloque inicial dedicado al fetiche, lo que ha sido, es y podrá ser.

La selección de este tema tiene que ver con la constatación de que muchas de las obras de arte actuales recurren a esquirlas y fragmentos del pasado, modas vencidas, fotos amarillentas, imágenes heladas, bultos cubiertos de polvo, desechos. No se trata tan solo de un regusto por el feísmo o el retro, sino una exploración sobre lo que, ya desfigurado y carente de vida, expresa en un entorno que ya no le pertenece. No le pertenece el entorno a la obra pero ¿hasta qué punto esa recuperación del objeto/fetiche no alude sino a nuestra dificultad para acoplarnos a la desordenada actualidad del entorno?

Las obras de artistas como Deimantas Narkevicius, Walid Raad, Pierre Huyghe, Omer Fast, Jeremy Deller o Francis Alÿs, entre muchos otros, trabajan con residuos y materiales históricos tal como si fueran historiadores sin conciencia de su oficio ni claras intenciones de hacer entender nada. El pasado llega extrañado, herido, descontextualizado tanto del presente como de su mismo pretérito. Todo ello, además, entre un malhumor creador que por efecto de su pesantez destila un pesimismo de blenda. Este asunto -dice Fernando Castro Flórez- "no recubre tanto una ausencia de gusto cuanto un singular gusto por la ausencia".

La ausencia, en fin, como un intenso motivo del arte actual que en suma reitera como en otros ámbitos del presente el frustrado deseo de presencias. Tanto en la política como en la moral, en la cultura o en el amor, la ausencia de cuerpos sólidos con los que copular apasionadamente se ve reemplazada por la presencia de fetiches al modo del perfume de Lady Gaga oliendo a semen, por la Bienal de São Paulo de 2008 sin nada que ver en su interior, por las puertas cerradas de Santiago Sierra, las chorradas de Jeff Koons o los name dropping del chileno Alfredo Jaar que descontextualizando, anacronizando, desmaterializando el crimen mismo proyectaba fotografías de las masacres en Ruanda sobre el Ayuntamiento de Lyon. ¿Ayuntamiento? Descoyuntamiento, disgregación, ausencia, dijo ella.

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