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Entrevista:GABRIEL JACKSON | HISTORIADOR

'La transición implicó un pacto contra la memoria histórica'

Estadounidense de pasaporte y español de corazón, intelectual comprometido desde su juventud con las causas progresistas, Gabriel Jackson (Nueva York, 1921) ha dedicado su vida a estudiar el siglo XX. Pero no desde la atalaya neutra del científico, sino desde la combinación de una pasión investigadora y una tarea ética para mejorar el futuro. 'La historia nunca es aséptica ni objetiva. En realidad, la objetividad pasa por ser honesto con los sentimientos y con las actitudes'.

Gabriel Jackson acaba de publicar Memoria de un historiador (Temas de Hoy), donde repasa su trayectoria, desde los tiempos de la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos hasta la España de las autonomías, pasando por su estancia en México en los años cuarenta. Allí nació, de la mano de exiliados republicanos, su interés por la España contemporánea que ha dado entre otros frutos un libro de referencia como es La República española y la guerra civil. 'De todos los conflictos del siglo XX en Occidente, la guerra española representa el caso más emotivo, más ideologizado de un pueblo capaz de dar la vida por sus creencias, a un lado y al otro. Podríamos decir que fue la última guerra romántica, es decir, guiada por una lucha de ideales. Estas características explican el enorme interés que el conflicto de 1936 ha suscitado entre historiadores de todo el mundo'.

Residente en Barcelona desde 1983 y a la espera de un pasaporte español que no termina de llegar por problemas burocráticos, ha sido un observador en la media distancia de la transición. 'Es cierto que la transición implicó un pacto contra la memoria histórica. Me irritan esos libros que han publicado algunos estadistas que sostienen que todo lo hicieron ellos. La actitud del pueblo español fue el factor más decisivo en la transición. Ahora bien, la desmemoria histórica es un fenómeno muy extendido. Por ejemplo, los jóvenes de Estados Unidos ignoran todo sobre las guerras de Corea o de Vietnam'.

Deja claro que no está dispuesto a amargarse la vida con esa 'visión dulce y sin ideología que el PP está ofreciendo de pasajes de la historia española, desde Felipe II a Federico García Lorca'. Tipo pausado y reflexivo, moderado en sus comentarios, Gabriel Jackson se declara un socialdemócrata y subraya desde sus 80 años y sus muchas horas de estudio que 'el Estado de bienestar significa la mayor conquista de la izquierda en el siglo XX'.

Nunca mostró especial entusiasmo por el mito del 'nuevo hombre soviético' que la URSS utilizó como arma de propaganda y, por eso, se sintió menos defraudado por el estrepitoso derrumbamiento del comunismo. 'No obstante', aclara Jackson, 'nunca imaginé que se produjera de ese modo'. Protagonista siempre de las luchas en favor de los derechos humanos o de la defensa del medio ambiente, Jackson desvela pesimismo, pero también esperanza en unas memorias más intelectuales que vitales.

'Tengo una convicción', explica el historiador, 'muy arraigada de protección de la vida privada. Por ello, en la medida en que mucha gente que he conocido sigue viva, he preferido no contar desde un punto de vista personal las muchas aventuras que he vivido'.

A pesar de este pudor, al final de Memoria de un historiador habla tanto el escritor como la persona: 'Pesimismo y vitalidad humana. Vivo como todos los demás al borde del abismo. Me he esforzado durante medio siglo por ayudar a crear un clima de opinión radicalmente distinto, sin el cual, tarde o temprano, la civilización se suicidará. Intelectualmente no puedo evitar ser muy pesimista, pero amo la vida, agradezco mucho mi vigorosa salud y nunca pensé no tener hijos aunque mi mujer y yo decidimos desde el principio que dos serían suficientes'. Toda una declaración de principios de un historiador comprometido.

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