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ÍDOLOS DE LA CUEVA
Columna
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Los turistas de Franco

Manuel Rodríguez Rivero

Sí: la retórica propagandística orientada al turismo extranjero daba en el clavo cuando, a comienzos de la década de los cincuenta, sostenía que "al entrar en España tiene uno la sensación de haber cruzado el umbral de otro mundo". En efecto, para cualquier observador medianamente atento nada había más extraño a los valores europeos de posguerra que los que imperaban en aquel país herido y secuestrado, y cuyas autoridades seguían empeñadas en magnificar el conjunto de excepciones que lo separaban, con bastante más eficacia que las muy patrulladas fronteras, del resto del continente.

Aunque nadie sabe exactamente quién fue el primero en utilizar el eslogan Spain is different, probablemente inspirado -lo que son las cosas- en el de The USSR is different aventado por la agencia soviética Intourist en los años treinta, lo cierto es que la "excepcionalidad" española se convirtió en el primer incentivo del turismo franquista, mucho antes de que la rentable trilogía consumista de las "tres eses" (sun, sea, sex) confirmara a España como el destino low-cost favorito del enorme contingente de trabajadores europeos que podía disfrutar de vacaciones pagadas. En realidad, la "diferencia" ya había sido el señuelo con el que el periodista Luis Bolín (el mismo que había arreglado el célebre vuelo chárter de Franco), responsable del Servicio Nacional de Turismo durante la Guerra Civil, organizaba sus "rutas de guerra" para que los periodistas extranjeros visitaran sin mayores sobresaltos los escenarios de los combates y recibieran la correspondiente dosis de propaganda "nacional".

'La invasión pacífica' (Turner) es un sugerente y muy bien documentado trabajo del historiador Sasha D. Pack

De cómo y por qué fue evolucionando la política turística a lo largo de la dictadura trata precisamente La invasión pacífica (Turner), un sugerente y muy bien documentado trabajo del historiador Sasha D. Pack, centrado en la importancia que el turismo llegó a tener como motor de cambio y relativo factor de legitimación de un Régimen que -no conviene olvidarlo- estuvo sancionado por las Naciones Unidas hasta 1950. En su libro Pack argumenta no sólo la idea de que el turismo fue un elemento fundamental en el programa modernizador que permitió la supervivencia del franquismo, sino, recíprocamente, que la España que de él se benefició se convirtió en un símbolo esencial de la civilización del ocio de los europeos. Y lo hace desplegando una historia que transcurre sinuosa desde los recelos iniciales de quienes veían en la inevitable transmisión de las ideologías "extranjeras" una amenaza que podría socavar la pretendida austeridad moral de un país adormecido en la autarquía, hasta el triunfalismo oficial ante la caótica "ola de cemento" que, propiciada desde la Administración, anegó el litoral español en los años setenta.

La peripecia de aquella "invasión pacífica" -que se inició masivamente cuando los españoles todavía necesitaban salvoconducto para trasladarse de una a otra provincia, y que permitió que al país le llegara, vía divisas turísticas, una pequeña parte de la inyección económica que habían recibido los europeos favorecidos por el Plan Marshall-, refleja en sordina las tensiones políticas y de intereses entre las diferentes "familias" del Régimen. La devaluación (un 29%) de la peseta en el Plan de Estabilización de 1959 y la decidida apuesta a favor de los intereses de la industria turística durante la "era Fraga" (ministro del ramo entre 1962 y 1969) fueron elementos fundamentales en la plasmación concreta de políticas que contribuyeron a convertir a España en el más solicitado patio de recreo de los europeos.

Unos europeos, dicho sea para terminar, beneficiados por la coyuntura económica de los sesenta y que, tras la reconstrucción continental de posguerra, podían permitirse alquilar la mano de obra barata que les brindaba un tipo muy diferente de "turista": la del emigrante español que se veía forzado a abandonar su país, pacíficamente invadido cada verano, para vender su fuerza de trabajo en las democracias durante todo el año.

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