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Reportaje:CICLISMO | Grandes duelos del Tour / 5

El 'Ángel de la Montaña' y 'El Águila de Toledo'

El luxemburgués Gaul, ganador en 1958, y el español Bahamontes, en 1959, mostraron un dominio absoluto en las escaladas

"¿Vamos?". Llueve en el macizo de la Chartreuse ese 16 de julio de 1958. Una lluvia helada, punzante, que traspasa las capas de niebla que suben por el valle. Durante el ascenso del puerto de Luitel, Charly Gaul propone a Federico Martín Bahamontes dejar al resto del pelotón e irse con él, lejos, hacia las cumbres. No es la primera vez que se dejan de cortesías con sus compañeros de fatigas. ¿Acaso no son considerados los mejores escaladores de la historia del ciclismo?

El rubio, con el maillot rojo, blanco y azul de Luxemburgo, es Gaul. Con 25 años, parece tener cinco menos. De talla pequeña, con una apariencia endeble y un estilo grácil. "¡Un cabritillo!", dicen los espectadores, confundidos por su aparente ausencia de esfuerzo, su ritmo con una regularidad de metrónomo. Este solitario, que reconoce no haber jugado nunca al fútbol porque los deportes de equipo le "aburren", siente fascinación por la montaña. "Una vez arriba, todo es hermoso. Es magnífico el horizonte. Me sentía feliz", recuerda (L'Equipe Magazine, junio de 2003). Y ama la montaña cuando el tiempo es desapacible, cuando los elementos se desencadenan. Hoy está servido. Su mirada azul porcelana, inocente a primera vista, ha tomado un reflejo de acero. Quienes le conocen no se equivocan: El Ángel de la Montaña, en su versión exterminadora, no va a regalar nada a nadie.

El toledano sentencia en el 'col' de Romeyère, donde cinco años antes se paró a tomarse un helado
Gaul adora la lluvia; Bahamontes, el sol; Gaul odia a Bobet; Bahamontes, a Loroño

A su lado, sólo El Águila de Toledo parece capaz de resistirle. Moreno, con el pelo rizado, la piel oscura, metido en su maillot gris, rojo y amarillo de España, Bahamontes tiene ya 30 años. Ha celebrado su cumpleaños ganando en Luchon su primera etapa. Mientras que el estilo de Gaul es fluido, él corre a sacudidas. Se contonea, mueve los hombros de izquierda a derecha, pega un acelerón, mira hacia atrás para ver a sus adversarios, vuelve a acelerar... Si Gaul es respetado, Bahamontes es querido como un amigo un poco peculiar. En su primera participación en el Tour, en 1954, cuando estaba en cabeza en los Alpes, se detuvo en la cumbre del puerto de Romeyère para tomarse un helado esperando a sus perseguidores. Ello no le impidió lograr su primer premio de la montaña. También se recuerda su abandono espectacular en 1957. Estaba harto. Así que puso pie en tierra y se quitó las botas para mostrar su determinación. Luis Puig, director técnico de la selección española, trató de convencerle.

- ¡Vuelve a subirte a la bicicleta, Federico!

- ¡No!

- ¡Hazlo por tus compañeros!

- ¡No!

Tras invocar, dicen, a su querida esposa, a su adorada madre, a la España eterna, Puig utilizó su última carta.

- ¡Súbete, Federico, por el general Franco!

- ¡Mierda!

Así ocurrió, al parecer. Y, para acabar de una vez, Federico tiró sus botas pendiente abajo.

Ni amigos ni enemigos, Gaul y Bahamontes, como dos soberanos, parecen haberse repartido su reino, esa montaña, del Jura a los Pirineos, que admiran, dominan y aprecian. El clima también hace bien las cosas: Gaul adora la lluvia; Bahamontes, el sol. Cada uno tiene su rival personal. Federico, el castellano, odia al vasco Jesús Loroño, un buen escalador. A muerte. Reunidos en el mismo equipo durante un Giro, en la primera comida juntos, Loroño planta su cuchillo sobre la mesa delante de él. Una forma de iniciar la conversación. "Yo dice que Loroño es muerta", tiene la costumbre de declarar Bahamontes, que domina poco el francés y habla en tercera persona. Gaul siente verdadero odio por Louison Bobet. Y tiene motivos: durante el Giro de 1957, al ver que el luxemburgués había bajado de la bicicleta para satisfacer sus necesidades fisiológicas, el campeón francés ordenó el ataque y le hizo perder su maglia rosa de líder. "De niño, trabajé como carnicero. Le voy a abrir el vientre", le grita al francés Raphaël Geminiani, uno de los protagonistas de tan mala jugada.

"¿Vamos?". Hoy, cuando se dispone a escaparse en esta 21ª etapa, entre Briançon y Aix-les-Bains, a cuatro días de la llegada a París, Gaul, aparentemente, no tiene ninguna posibilidad de ganar un Tour lleno de peripecias. ¿Acaso tres días antes no era el principal favorito? Su demostración contrarreloj en las pendientes del mont Ventoux había sido implacable. Una ocasión, por ejemplo, de pagar a Bobet con la misma moneda. "He asistido", escribió Michel Clare en L'Equipe, "a una escena patética de gran y violenta crueldad. Esperábamos a Bobet. No estaba solo. Gaul, que había salido dos minutos después, surgía a su lado, en un recodo de la carretera. Fue cruel y breve. Se hubiese dicho que el antiguo carnicero preparaba una víctima para el sacrificio. Golpeó sin titubear con crueldad lúcida e indiferente. Tomó 10, 20 metros, en un abrir y cerrar de ojos. Ya desaparecía".

En la meta, y a seis etapas de París, Gaul, que también había superado a Bahamontes por 31 segundos, está casi sonriente, lo que es inhabitual. Al día siguiente, está al borde del llanto, lo que es aún más inhabitual. Al final de una nueva etapa de locura, entre Carpentras y Gap, se halla a más de 15 minutos del nuevo maillot amarillo, Geminiani, y a más de 8 minutos de Jacques Anquetil. Bahamontes está aún más lejos, pero no corre por la victoria final. Sólo le interesa el trofeo al mejor escalador. Así, gana entre Gap y Briançon.

Por tanto, ese 16 de julio, los perseguidores piensan que Gaul y Bahamontes van una vez más a hacer su numerito. Sin duda, teniendo en cuenta la diferencia de tiempo, Gaul ganará en Aix-les-Bains con unos minutos de ventaja. Pero para la victoria final las cartas ya están echadas.

"¿Vamos?". En un primer momento, Bahamontes responde a la invitación de Gaul. Ambos se escapan. Sin embargo, al cabo de un centenar de metros, el español no logra seguir al luxemburgués, que empieza entonces a escribir una de las páginas más brillantes del Tour. En la cima del Luitel ya ha tomado un minuto a Bahamontes y más de cinco a Geminiani. Y todavía quedan tres puertos por superar.

El Ángel da la estocada en el puerto de Porte. Un niño está ahí, perdido al borde la carretera. Los demás miembros de su familia, huyendo del diluvio, se han marchado para escuchar la retransmisión de la etapa por la radio. Está calado. El agua hace que sus pies chapoteen en las zapatillas y ha convertido en papilla los periódicos comprados unas horas antes a la caravana publicitaria. Unos aplausos surgen de un grupo de espectadores situados más abajo.

Gaul aparece en la curva. La mirada fija en la carretera, indiferente al público. Parece no preocuparse en absoluto de la lluvia, el viento y la niebla. Tan sólo el movimiento de los maxilares muestra la intensidad de su esfuerzo. "¡Vamos, Charly", grita el niño con toda la fuerza de sus pulmones, pensando así transmitir a su héroe la energía de sus 13 años. Una última mirada y ya sólo ve la espalda del maillot tricolor desvanecerse en la niebla.

Los otros aparecen varios minutos, ¡una eternidad!, después. Triste ejército de vencidos, descompuestos por el frío. Ahí está Geminiani, el gran fusil, célebre por sus gestas y sus chanzas, curvado sobre su bicicleta, la espalda doblada, con su pobre maillot amarillo manchado de barro. Envejecido mil años, Bobet, ganador de tres Tours y de un Campeonato del Mundo. Anquetil está pálido como un muerto, con la boca abierta en busca de aire. "Tenía la impresión de que mis pulmones estaban repletos de algodón", dice. Aún más lejos, los anónimos, como peleles desarticulados, implorando con la mirada la ayuda de los espectadores.

"Teníamos frío. Era espantoso", recuerda el francés Antonin Rolland; "en las bajadas ni siquiera podía frenar porque tenía los dedos congelados".

Gaul llega a Aix-les-Bains con 12 minutos de ventaja sobre Geminiani, 19 sobre Bobet y 23 sobre Anquetil y Bahamontes. "Un prodigio", escribe Jean Bobet, hermano de Louison, demostrando que la familia no es rencorosa. El luxemburgués logra la victoria en París y Bahamontes termina el octavo.

Justicia: en 1959, Bahamontes gana el Tour y Gaul es el 12º. El Águila forja buena parte de su victoria en el puerto de Romeyère, el mismo donde, cinco años antes, se mofó del pelotón al tomarse un helado. Escapado en su compañía, Gaul y él se reparten los honores en Grenoble: para Charly, la victoria de etapa; para Federico, el maillot amarillo.

Como si no pudieran estar el uno sin el otro, ambos se retiran el mismo año, en 1965. Bahamontes se muestra más resistente al terminar segundo el Tour de 1963 y tercero el de 1964, ganados por Anquetil. Gaul tiene un declive más rápido. ¿Pero qué importa, después de todo? ¿Acaso no lo dijo todo aquel 16 de julio de 1958?

A finales de junio de 1998, 40 años más tarde, aquel niño, convertido en periodista, tiene una cita con Gaul. No es fácil. El meteoro que atravesaba las borrascas de la Chartreuse ha pasado a ser un señor de 65 años, barbudo, con un enorme vientre.

Sólo los ojos, siempre tan claros, han conservado su extraño brillo. Lamenta pocas cosas. Salvo, tal vez, como ciudadano de un país muy pequeño, el no haber contado con un verdadero equipo a su lado. ¿Cuántos Tours habría ganado si hubiese sido francés o italiano? Pero no es de los que se quejan. Prefiere hacer reír a su mujer y su hija recordando su conflicto con Bobet: "Éramos varios los que no teníamos aprecio por él. Así que cada vez que veíamos un burro al borde de la carretera uno decía: 'Hola, Louison". Por lo demás, Gaul sigue siendo poco hablador y no necesita muchas palabras para contar su etapa. "Abajo del puerto de Luitel, arranco. Sólo Bahamontes me sigue. Le digo: '¿Vamos?".Me responde que no le quedan fuerzas. Me fui y ya está".

© Le Monde-EL PAÍS

Bahamontes, en la etapa de Grenoble, en 1959, en la que conquistó el <i>maillot</i> amarillo.
Bahamontes, en la etapa de Grenoble, en 1959, en la que conquistó el maillot amarillo.AFP

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