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Reportaje:La Montaña Maldita se cobra otra vida

El Annapurna se lleva a Ochoa de Olza

El montañero navarro no pudo superar los daños cerebrales y murió durante el gran despliegue para el rescate

A las 8.45 (hora española), a Iñaki Ochoa de Olza se le acabaron las fuerzas. Seis días después de resistir a 7.400 metros de altura (cinco de estancia y uno de ataque infructuoso a la cumbre del Annapurna, en Nepal), su cuerpo dijo basta. El montañero suizo Ueli Steck, que le había atendido siguiendo las instrucciones del equipo médico desde Pamplona, le vio morir cuando en España se esperaba una última reacción que permitiera salvarle la vida. "Al menos, no ha muerto solo", comentan sus familiares, que a las siete de la mañana aún alimentaban la esperanza de un final feliz.

Poco después llegó la fatal noticia: el edema cerebral se unía a un edema pulmonar y, posiblemente, al padecimiento de algún trombo y Ochoa falleció sin que Steck pudiera hacer nada por evitarlo y sin que al montañero kazajo Dennis Urubko le diera tiempo a llegar con las bombonas de oxígeno artificial que le habrían reanimado y ampliado sus horas de supervivencia.

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En el campo 3 le esperaba una cámara hiperbárica, que permite reducir artificialmente la altitud y, por lo tanto, recuperar las constantes vitales. Una reanimación que habría sido fundamental para emprender el descenso, casi imposible ante la inmovilidad de Ochoa de Olza. "Bajarlo inmovilizado era una tarea harto complicada. Sólo se le podía meter en el saco y arrastrarlo por la nieve. El problema es cuando no tienes cuerdas fijas para superar desniveles del 50%. Es casi imposible", explican montañeros de su entorno.

Las fuerzas de Ochoa de Olza parecían sobrehumanas y la operación de rescate reunía las mejores condiciones. Pero "cinco días enfermo a 7.400 metros es un reto casi imposible", agregan, aunque hubiera las máximas garantías de éxito profesional incluso a pesar del mal tiempo que reina en La Montaña Maldita. "Lo que se ha hecho es un esfuerzo de locos cabales", resume otro montañero que ha vivido al minuto la odisea de un rescate finalmente imposible.

Steck y su compatriota Simon Anthamatten se pusieron en marcha nada más conocer la situación de Ochoa de Olza. Por otro lado, Urubko se despertó en Katmandú tras regresar de una expedición y emprendió el camino de retorno, para ayudar a su amigo, con oxígeno artificial a sus espaldas. Arriba, el compañero de expedición, el rumano Horia Colibasanu, mandaba frecuentes llamadas de auxilio porque veía a Ochoa semiinscosciente y paralizado, y él empezaba a atisbar los síntomas del mal de altura. Colibasanu tuvo que bajar finalmente, aquejado de un edema pulmonar, y por el camino se encontró con Steck, que había perdido a su compañero, también enfermo, en el intento. Steck tuvo que ayudar al rumano a llegar al campo 3 antes de reemprender la marcha hacia el lugar donde se hallaba Ochoa. Una expedición rusa que había abandonado el asalto a la cumbre intentó regresar desde Katmandú y el alpinista Sergei Bolotov, que había hollado la cima antes de que Ochoa padeciera el mal de altura, se recuperaba en el campo base y emprendía el camino del rescate tras superar un edema pulmonar.

Todo estaba en marcha. Una parte de la élite del alpinismo mundial se había movilizado para salvar al español, que permanecía inmóvil a 7.400 metros. Steck llegó a su lado y le acompañó en su muerte. Luego, tuvo que ser ayudado por Urubko a regresar tras lo que muchos consideran "un esfuerzo sobrehumano". "Lo que ha hecho Steck no tiene nombre. Sólo un alpinista de su nivel puede llevarlo a cabo", afirman los montañeros que han seguido al minuto el rescate imposible de Ochoa de Olza.

A las 8.45 llegó la trágica noticia. La familia de Ochoa de Olza ha decidido que su cuerpo se quede en el lugar donde murió "para no arriesgar más vidas". "Que todos bajen de allí y que nadie se juegue la vida", concluyeron ayer en Pamplona.

Ochoa de Olza se fue con 15 ochomiles en sus piernas a punto de cumplir los 41 años. Le faltaron unas pocas horas para salvarse, pero aguantó más de las que la fisiología prevé en estos casos.

Iñaki Ochoa de Olza, antes de su ascenso al Annapurna.
Iñaki Ochoa de Olza, antes de su ascenso al Annapurna.

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